Dolores Romero y Manuel Luna se conocieron en Humilladero, de donde eran oriundos. Forjaron una relación y más tarde se casaron. Era años difíciles y apenas había trabajo, así que tras emplearse en distintas labores decidieron emigrar a Francia, donde pisaban la uva.

En sus idas y venidas, Dolores tuvo siete partos uno de ellos, el 31 de mayo, múltiple. Esta mujer que hoy suma 68 años sabía que iba a tener dos bebés, motivo por el que don Gabriel, el médico del pueblo, le dijo que mejor los pariese en el hospital de Antequera, el centro sanitario más cercano. Aunque entonces en los pueblos era común alumbrar al calor del hogar, las dificultades añadidas de tener dos bebés no le hicieron dudar: iría al antiguo hospital San Juan de Dios.

Dolores, a la que en la intimidad llaman Lola, no se pudo permitir el lujo de tener una baja laboral, y siguió recogiendo aceitunas, una empresa que les permitía vivir algo más holgados. Tampoco se dio el capricho de estar postrada en la cama o en el sofá mientras sus hijos se gestaban en el interior de su vientre. Aquel día de mayo, ya caluroso, Dolores estaba trabajando en casa como tantos otros, haciendo la comida, limpiando, criando, en definitiva, a sus cuatro hijos mayores: José, Miguel, Dolores y Manuela. Ella ya sabía lo que era ponerse de parto, por eso se sorprendió tanto de la rotura de la bolsa de los gemelos, aún le quedaba un mes para dar a luz.

Los Luna Romero no habían previsto que se adelantara el parto, por eso el padre aún estaba en Francia trabajando en la vendimia. Dolores recorrió los 18 kilómetros que distan entre Humilladero y Antequera en un coche prestado conducido por unos familiares. No había tiempo que perder.

Pero el destino quiso que semanas después Dolores volviese a casa de manos vacías. Sus gemelos habían muerto por problemas derivados del parto. Ella, con una depresión, volvía además dolorida tras el desplazamiento de la columna.

La llegada al antiguo hospital de Antequera, al alba, no fue mejor que la salida. Pese a estar de parto y la prematuridad de los bebés, denuncia que no la trataron con sensibilidad. Más bien todo lo contrario. En apenas dos horas Dolores sacó a sus hijos, pero no les dejaron verlos hasta más allá de la hora de comer. Los niños eran idénticos y Dolores tenía que estar al quite porque, a veces, el personal se confundía cuando tenía que poner una vacuna a uno o bañar a otro.

La felicidad por la llegada de Sergio y Antonio duró poco. Con sólo unas horas de vida, el más mayor de los dos, empezó a mostrar una coloración grisácea. La hija pequeña de esta familia ahora afincada en Fuengirola, Belén, explica que Sergio empezó a presentar signos de alarma. «No quería mamar, no hacia pipí y, al final, murió», relata. El 4 de junio fue el entierro, en Antequera, y el personal de aquel hospital regentado por monjas mostró entonces más humanidad dejando que la propia Dolores arropara el cadáver del recién nacido y lo introdujese en la cajita que iban a enterrar. «Ella estaba muy mala y no iba a poder ir, así que le dejaron despedirse», cuenta Belén, que se indigna cuando relata una frase que quedó grabada a fuego en la memoria de su madre: «una monja le dijo -en referencia a la toquilla en la que iba envuelta Sergio-: «´qué pena de toalla´».

Aquello no se le olvidó a Dolores que, en paralelo, veía cómo su otro hijo, Antonio, también enfermaba. Dolores estaba aturdida viendo cómo el mayor de los gemelos se iba apagando y lo médicos del hospital San Juan de Dios decidieron trasladarlo a Carlos Haya. «Ella lo veía mal, pero no para morirse», cuenta Belén, que admite que aquellos días superaron a su madre, porque el padre aún no había regresado de Francia, ella se encontraba enfermera por el parto y los dos bebés luchaban entre la vida y la muerte. O eso le dijeron los médicos. Los Luna Romero no ponen en duda la muerte de Sergio, porque además de verlo muy enfermo, su madre cogió su cadáver. Pero los recuerdos pierden nitidez en torno al deceso de Antonio, que fue trasladado a Carlos Haya para que allí estuviese mejor asistido. Pero el bebé nunca salió de allí, al menos según la versión oficial.

Tras la muerte de Sergio, Dolores pidió el alta voluntaria. Quería irse a la capital para ver la evolución de Antonio, al que nunca sintió gravemente enfermo. La primera contradicción de la que no se olvida esta mujer de Humilladero es que el niño que vio a través del cristal, luchando, era grande, mucho más que los 2,900 que había pesado su segundo bebé, y de facciones diferentes a las que recordaba. «Se justificaron diciendo que estaba hinchado. Entendemos que nos estaban enseñando a otro niño, a mi madre no le dejaron acercarse, tocarle o darle el pecho», señala.

Sólo era la intuición de una madre, pero Dolores nunca dejó de decir que aquel bebé grande de la incubadora no era el suyo. Tampoco fueron demasiado trasparentes en el hospital, donde le pedían continuamente que se fuera al pueblo, que le avisarían si se produjesen cambios.

En una de esas idas y venidas de Humilladero a Málaga, Sergio murió. Pero no le contactaron. «Una de las veces fue a preguntar y le dijeron que se había muerto el día 10, así que pidió que se lo enseñaran», cuenta la hija menor, que detalla cómo su madre vio un bulto, envuelto, demasiado grande para ser Antonio, más similar en tamaño al bebé que le enseñaban cuando iba a preguntar por su hijo a Carlos Haya. Le dijeron que iban a mandar el cadáver a Madrid para que se le practicara la autopsia. «No hay bulla, váyase con sus niños que son quienes le necesitan», le insistieron.

Dolores y Manuel querían enterrar a su hijo en el pueblo o, en su defecto, en Antequera cerca de Sergio. Llamaron en infinidad de ocasiones hasta que un buen día le dijeron que ya había sido enterrado en San Rafael. No hubo llamada, carta o aviso. No dejaron a Dolores vivir su duelo. «Mi madre no se planteó denunciar porque costaba un ojo de la cara y éramos pobres», relata Belén Luna que admite que sus padres desistieron de luchar contra el gigante de la Seguridad Social.

Hasta hace no demasiados años, esta familia se ha criado dando por muertos a los dos gemelos. Tanto, que los dos hijos posteriores, Jesús y Belén, nacieron en casa ayudados por una matrona pagada con las largas jornadas de sol a sol de sus padres. Para colmo de males, cuando se decidieron a investigar, se encontraron con la ausencia de documentos. Para el hospital malagueño, Antonio nunca estuvo allí.

Registro civil

Defunción

El documento recoge que el pequeño murió el 10 de junio de 1975 en la residencia sanitaria de Carlos Haya.

Los papeles hablan claro de la muerte del pequeño Antonio. Sin embargo su familia no fue avisada del deceso ni informada del mismo. Trasladaron el cadáver a Madrid para que se le realizase una autopsia, extremo que la familia cree falso porque era innecesario si el niño tenía problemas. Nunca vieron clara su muerte y hoy están seguros de que hubo muchas irregularidades en torno a la desaparición del bebé.

Registro del hospital

Negativa

El hospital de la comarca de Antequera, que absorbió al de San Juan de Dios, niega tener datos del parto de los dos gemelos.Historia clínica

El actual centro sanitario niega que el parto esté en el libro de alumbramientos. El documento, firmado por un cargo del centro, recoge que no existe ningún parto relativo a esa fecha ni a ninguna en el registro del hospital antequerano. «Motivo por el cual no podemos constatar la circunstancia sobre la atención sanitaria prestada en las fechas mencionadas».