En su permanente huida hacia adelante, a Miguel se le agotó la suerte el pasado miércoles, cuando provocó el terrible accidente que acabó con la vida de tres personas e hirió gravemente a otras cuatro en la AP-7 a la altura de Torremolinos. Consciente del caos que dejaba sobre el asfalto, el guardia civil aprovechó el desconcierto de la tragedia para quitarse de enmedio, algo que ya hizo en otro siniestro.

El sargento Polilla, como todos lo conocen por haberse licenciado en la academia de Valdemoro (en Úbeda son Isidros), volvió a combustionar y se alejó del accidente y de las víctimas que yacían en la calzada con cierta calma hasta que alguien le gritó «¡alto, policía!». Echó a correr. Tras él fueron dos policías nacionales del Grupo de Respuesta Especial para el Crimen Organizado (GRECO) de Cádiz que circulaban por la zona realizando un seguimiento a otro vehículo y dieron prioridad al delito flagrante. Lejos de detenerse, Miguel saltó el quitamiedos central de la autovía y cruzó los cinco carriles que, en dirección contraria, se reparten en ese punto la divergencia entre la A-7 y la MA-20 hacia Málaga. No le importaron las advertencias de los policías, la densidad del tráfico a esa hora de la tarde ni la integridad de los conductores que evitaron otra tragedia con frenadas y volantazos. La única opción de desaparecer y destruir las pruebas que corrían por sus venas bien valía la última temeridad, un todo o nada para superar el quitamiedos lateral y correr campo a través hacia Torremolinos. Le faltaron muchas piernas. Los agentes, que también se la jugaron atravesando la autovía, lo alcanzaron. Se resistió, lo redujeron y le leyeron los derechos. De vuelta al lugar del accidente, al detenido todavía le quedaba una bala cargada con su trasnochado concepto de corporativismo policial. «Soy compañero», dijo justo antes de identificarse como sargento de la Guardia Civil y de afirmar que él no conducía el Hyundai que había provocado la tragedia. Desquiciado y con signos inequívocos de estar bebido, llegó a increpar a los policías afirmando que él iba en el coche de copiloto y que al volante iba otro agente del instituto armado del que desconocía su paradero. La inspección del vehículo y los testimonios de algunos testigos evidenciaron que mentía, pero los agentes se vieron en la obligación de trasladar la versión del sargento a los primeros guardias civiles de Tráfico que se personaron en el accidente.

Ninguno creyó esa historia cuando vieron que se trataba del Polilla. Dijeron que ya lo conocían por otro episodio similar. Se referían a una colisión múltiple en la que se vio implicado en 2014 cuando volvía desde Mijas a Tolox, su destino de entonces, de una de las descomunales juergas con las que enterró su reputación dentro y fuera del cuerpo.

Los agentes narraron a los policías cómo aquella vez Miguel también aprovechó el desconcierto del accidente para abandonar la ambulancia en la que le estaban haciendo una cura. Aunque alegó que se fue porque se encontraba mal, sus propios compañeros, que no pudieron localizarlo hasta el día siguiente, siempre sospecharon que se esfumó para que el control de alcoholemia y drogas no comprometiera aún más una vida personal y militar llena de excesos y despropósitos. A este caso, cuyo juicio está previsto para septiembre, se le suma ahora el que tendrá que afrontar por tres delitos de homicidio imprudente, siete de lesiones y dos contra la seguridad vial. En las pruebas de alcoholemia arrojó 0,47 y 0,50 miligramos de alcohol por litro de aire espirado y en la de drogas dio positivo por cocaína. Él aseguró que sólo había tomado una cerveza y un pincho de tortilla.