Se nos ha ido Joaquín Marín Alarcón (Mijas, 28 noviembre de 1947), un periodista de diálogo y nunca de enfrentamiento, un director de periódicos que enseñó a la redacción de La Opinión de Málaga que la credencial más importante de un periodista es su independencia, el amor por el trabajo bien hecho y por contar las cosas tal como son, sin añadir ni una coma de más. Joaquín manejaba el oficio con la soltura de sus muchos años de profesión, la amaba y respetaba por igual y así trató de enseñarnos esta profesión a toda esa legión de jovenzuelos que hemos pasado por sus manos en los diferentes medios que dirigió.

Joaquín Marín ha sido todo en el periodismo de Málaga y de Andalucía. Empezó muy joven en este oficio que estudió en Madrid y tras sus inicios como corresponsal en el diario El País, entró en la plantilla del diario Sur, donde fue reportero, redactor y, como a él le gustaba contar, pasó de una mesa de redacción a la dirección, siendo el director de periódico más joven de España. En este rotativo estuvo desde 1982 hasta 1994, impulsando su transformación para cambiar un viejo rotativo que procedía de la prensa del Movimiento. Abandonó la dirección del periódico para ocupar el puesto de director general de la Radio y Televisión Andaluza en la época más convulsa de la política de Andalucía: la de la pinza de IU y PP al PSOE de Manuel Chaves. En 1996 deja el cargo en la televisión andaluza e inicia los trabajos para lanzar el nuevo periódico de Prensa Ibérica en Málaga, La Opinión de Málaga, del que fue director en dos etapas, 1999-2003 y 2008-2010, siendo también desde 2003 hasta su jubilación en 2010 director general de Prensa Ibérica en Andalucía.

Hablar de Joaquín Marín es hablar de periodismo y de una persona de una extraordinaria calidad humana que quizás muchos no tuvieron la suerte de comprobar debido a su carácter introvertido, incluso seco. Joaquín era Joaquín, solían decir su amigos más íntimos. Una persona que no se dejaba conocer bien por su medida timidez, pero cuando rascabas en esa coraza de autoprotección y entrabas en la media distancia uno hallaba en él a una persona buena, noble, amigo de sus amigos y siempre dispuesto a darte la mano cuando te caías, un acto muy frecuente en esta vertiginosa profesión.

Apasionado del fútbol, amante de cualquier deporte, era un gran aficionado a los toros y un perfecto conocedor de las costumbres más arraigadas de Málaga. Pero su verdadera devoción, muy por encima del periodismo y del Málaga CF, eran sus hijos Joaquín Marín D., también periodista, y los dos menores, Pablo y Marta. No había día que no hablara de ellos en las reuniones o cuando bajabámos a tomar un café a media mañana. Nos contaba sus cosas, nos daba parte de sus estudios..., pero siempre acababa resaltando el trabajo de su hijo Joaquín o de su primo Francisco en el periódico. No hacía falta, él lo sabía, pero disfrutaba sabiendo que su hijo mayor había seguido sus pasos.

A Joaquín no le gustaban las fiestas, ni los premios, ni el aplauso fácil. Él se sentía más cómodo en la redacción, a pie de obra. En su despacho estaba lo justo, pues prefería el ruido de la redacción de un periódico que la soledad de un despacho. No había domingo que no apareciera por la redacción para "dar una vuelta", como se justificaba, cuando en verdad nos decía que era su modo de vida. Daba dos o tres órdenes, ajustaba el titular de portada y luego te daba el consejo de "haz lo que puedas hijo", lo que traducido era confío en ti, pero luego me cantas los temas de la portada.

A toda la redacción le llamaba la atención que era una auténtica enciclopedia. Un lujo para cualquier periódico y para aquellos que empezábamos en este oficio. Una conversación con él sobre un tema, sobre un enfoque, sobre cómo iría la portada al día siguiente equivalía a casi un curso entero de periodismo. Siempre acertaba. Siempre el dedo en la llaga. Siempre el titular preciso, sin más adornos. Ante la duda, haz periodismo, decía.

Su pluma, amena, divertida y afilada, fluía con una limpieza propia de un académico de la Real Academia de la Lengua y era temida por los poderosos. Aunque no solía prodigarse mucho en los últimos tiempos, cuando pedía que le reserváramos una columna ya sabíamos que al día siguiente más de uno tendría un mal día. Como aquella titulada "Hasta aquí hemos llegado", en la que salía en defensa del periódico ante los ataques de varios políticos y jefes de prensa con mandíbula de cristal para encajar ningún tipo de crítica o fiscalización.

Pero también era temido en la redacción, pues su conocimiento de la provincia, de sus problemas, de sus infraestructuras, de su gente... era tan profundo que no había forma de venderle un encauzamiento de un arroyo, por ejemplo, o convencerle de que llevara a la portada la promesa de cualquier político de turno de que se iba a terminar con el saneamiento integral. "Mira hijo, cuando yo empezaba en esto ya escribía del saneamiento integral, así que busca otro tema que éste ya me lo sé". No había forma de colarle mercancía averiada o de inflar un tema.

Pese a ello Joaquín era muy querido en la redacción aunque no era un director muy dado a dar palmaditas en las espaldas. Consideraba que nuestro oficio exigía, por responsabilidad, hacer bien el trabajo. Y de ahí Joaquín no se movía.

Joaquín descansa en paz y en tranquilidad. Allí donde estés sigue dándonos esos consejos para todos los que amamos esta profesión. Quizás ya no es la que conociste ahora, en vez de hablar de cíceros nos entretenemos con métricas y las redes sociales, pero la esencia, la que tú implantastes en la redacción de La Opinión de Málaga sigue estando vigente: contar buenas historias y bien escritas. Que sepas que lo intentamos todos los días. Hasta luego director.