Supongamos que un malagueño amante del vocabulario popular de su ciudad escribe cada noche antes de entregarse a los brazos de su mujer o de Morfeo, que es más poético y cursi, las impresiones del día; vamos, un diario, como el que escriben las adolescentes captadas por las novelas rosa y las películas de primeras horas de la tarde de algunas cadenas de televisión.

Un inesperado día -continúo suponiendo- uno de esos diarios contenidos en una libreta con portada floreada que reza «Mi diario», alguien lo encuentra en un cajón de una cómoda escondido entre las prendas íntimas de uso personalísimo, lo lee y, al tuntún, selecciona algunas impresiones del anónimo autor más malagueño que El Piyayo.

De ese supuesto diario de un desconocido malagueño, que goza eligiendo vocablos aprendidos en la calle durante la niñez en lugar de recurrir a anglicismos, galicismos y terminología informática y sus adyacentes, he recuperado algunas páginas que quizás algún lector necesite del recurso de un diccionario o vocabulario popular malagueño para entender todo lo que relata; bueno, lo mismo que hoy muchos necesitamos tener a mano un diccionario inglés-español para enterarnos de lo que cuentan periodistas, columnistas, comentaristas y otras gentes que se dedican a escribir, como un servidor.

Son páginas elegidas al azar, salvo el cronológico.

10 de febrero

Como en Málaga no llueve salí a la calle a cuerpo gentil. Cuando estaba cerca del centro empezó a llover. ¡Agua va! Llovió más que el día del Caronia, una fecha que figura en los anales de la ciudad. Solo la recordamos los que sobrevivimos a la famosa visita del trasatlántico Caronia, con cientos de turistas norteamericanos. Sustituyó al dicho «llovió más que el día de la riá».

23 de marzo

Mi mujer siempre me reserva trabajillos domésticos para antes de la comida. Cuando llegué mi dio la novedad: «El retrato de boda esté entenguerengue. Ahí te he dejado dos alcayatas y el guarrito para que lo pongas bien».

Cumplí el mandato de mi perpetua… y la broca del guarrito atravesó la pared de la sala y salió por el cuarto de baño. Menos mal que no trompesó con ningún tubo de agua ni con un cable de la luz.

12 de abril

Llegué a casa hecho un vendo porque, aparte mi trabajo habitual, tuve que hacerle un chapú al jefe del departamento, que es un mijita y siempre tiene alguna cosilla pendiente. Y además es un majarón y un cotúo.

8 de mayo

Mi mujer, que es muy cobardica, me dijo que desde hace dos o tres días merodea por los alrededores de la casa un individuo que le da repelús. Por lo visto va muy maqueado y anda un poco esnortao o quiere pasar desapercibido. Como no se fía está aliquindoi, por si acaso.

3 de junio

Se me hizo tarde para llegar a casa a la hora de comer por culpa de uno de los imponderables que jalonan nuestra existencia: una manifestación de no sé ni de qué ni para qué, tuvo la humorada de cortar el tráfico y el autobús que uso a diario cambió el recorrido. Y perdonen las molestias por joderte el día.

Me quedé a comer en uno de los mil doscientos treinta y ocho bares y restaurantes del Centro. Me detuve en uno que tenía a la puerta una pizarra en la que se ofrecía el menú del día, consistente en dos platos a elegir del primero e igual oferta para el segundo, incluido pan, una bebida y postre. De la oferta elegí sopa de rape y filete de ternera con papas arrugás.

La sopa de rape estaba enguaschisná… y el rape debió quedarse en la olla; el filete estaba más duro que la pata de Perico. Las papas estaban arrugás porque debieron sobrar de la semana pasada. Menos mal que la albardilla estaba calentita.

15 de junio

En el bar en el que suelo tomar café casi todos los días fui testigo de un pequeño incidente. Un cliente le compró a la gitana que vendía lotería un décimo, y llevado por la costumbre, cogió el décimo y se lo pasó por la chepa de un chiribao que estaba apoyao en la barra. El gachó se cabreó, le quitó el décimo, se lo pasó por la bragueta y le espetó: «Ya está emboticao».

8 de agosto

Me he dado de cara con Paco, un amigo que veo de higos a brevas. Lo encontré algarrobao, sin ganas de nada, ni siquiera de compartir conmigo un mollate en uno de los bares de la zona. Me interesé por su salud, por la familia… Y alechigado me contó que su mujer estaba echá a perdé, que a su suegra le había dado un patatús y que la había llevado a Urgencias de Carlos Haya donde le pusieron una indersión y, para redondeá el día, que figuraba en la lista de trabajadores de su empresa que serán despedidos… e indemás «la caló que jace».

6 de julio

Lo vi en los alrededores de la Catedral, en la plaza del Obispo, bajo un paraguas. No llovía. Hacía un calor de 37 o 38 grados. El paraguas no era ni para resguardarse de la lluvia ni para protegerse de las rayos solares. Resulta que era para que un grupo de turistas a su cargo no se despistara y alguno se enganchara a otro liderado por un pimpi que se hacía distinguir con paraguas colorao. El suyo era amarrón.

Lo reconocí. Se trataba de Carlos, uno de los pimpis pioneros de Málaga. Como chapurreaba el franchute aprendido en el bachillerato y sabía siete palabras de alemán (Auf wiederseen, bitte, kartoffel, polizei…) se hizo pimpi, con el tiempo ennoblecido y legalizado como guía turístico. Del chapurreo franco-alemán pasó al inglés: hoy lo habla mejor que Rajoy.

2 de septiembre

Mi mujer, que en lugar de ver las gritonas de Tele 5 prefiere hablar con una vecina -que está mejor informada que los telediarios-, me contó que Matilde, la solterona del ático, se ha echao un novio que trabajaba en la téxti y cuando cerraron se fue a la fábrica de la porla y trabaja en la torre de los chinos. ¡Con lo siesomanía que es el escuerzo de la andova!

19 de septiembre

Me crucé en la calle de los puercos con una gachí que tenía un chucolomengui que daba gusto verlo.

23 de octubre

Esta tarde he tenido que ir al colegio de mi nieto porque el presidente de la APA había mandado un recado a mi hijo para que se presentara para un asunto urgente. El aviso me retrotrajo a la época de la mili, cuando se ordenaba una presencia inmediata «sin excusa ni pretexto». Como mi hijo tenía que ir a una reunión (hoy todos los hombres siempre están reunidos) me encargó que fuera para ver qué sucedía con Kevin, que es el nombre de mi nieto aunque a mí me hubiera gustado que se llamara Rafael.

Total, que el apapero me dijo que Kevin le había dado una mascá a un compañero de clase por no sé que problema y le había puesto un ojo a la virulé.

Tenía que castigar a Kevin o corría el riesgo de ser expulsado. El hijoputa del niño no es la primera vez que se deja llevar por las películas de la tele. Siempre está zamarreando por ahí.

14 de noviembre

En un bar de los muchos que hay en el Muelle 1 me di de cara con un antiguo conocido que antaño lo veía muy a menudo, cuando trabajaba como chipichanga en los distintos muelles. Tuvo que dejar el oficio porque desde que proliferaron los cruceros en el puerto de Málaga los chipichangas ya no tienen nada que hacer. Ahora, la provisión de buques, está en manos de grandes empresas. Estoy bollao, me confesó.

Pero la querencia, el acercarse a la mar y los barcos, es más fuerte que su desilusión por el trabajo perdido. Me confesó que estaba un poco atomatao.

10 de diciembre

Cuando estaba aparronao en el sofá echando una canóniga, mi mujer me despertó para contarme que en el mercadillo le habían metido la bacalá; al apoquinar la compra de un forro de pichiglás, una mujer que estaba comprando unas andalias, le birló el portamonedas con varias monedas y el recibo de los muertos. Es que el mercadillo, me confesó, le da el bajío. Total, que por no aguantarle me fui a dar un bardeo. Cuando me iba me gritó ¡venacapacá!

Y me achanté.

No sé donde voy a esconder el diario porque la búlgara que viene tres días por semana a hacer las tareas de la casa tiene la costumbre de revolverlo todo.