La solución del misterio la aportan tres ventanas, con el Monte Gibralfaro justo detrás, que asoman en la foto de las desaparecidas cocheras de La Malagueta, con un tranvía a punto de salir para Huelin.

El periodista y guía de la expedición, Antonio Márquez, muestra la foto y explica que las tres ventanas corresponden a un edificio, por fortuna, todavía en pie, lo que permite emplazar las antiguas cocheras en la esquina de la calle Maestranza con Cervantes. «Debería haber una placa que recordara la vinculación de La Malagueta con los tranvías, algo que ya ha desaparecido de la memoria», comenta, al tiempo que destaca que era una instalación primordial, porque en los inicios del servicio «la gente de La Caleta era la que se podía permitir el lujo de pagar el billete».

Antonio Márquez es el guía que el pasado viernes, 21 de julio, acompañó a un grupo de 36 personas por la historia del transporte público de Málaga. El número de plazas, 36 -aclara poco antes de empezar esta actividad de dos horas de duración- guarda relación con las plazas sentadas de la estrella del paseo: un autobús articulado Pegaso, de 1975, propiedad de Tran-Bus, la Asociación Malagueña para la Recuperación y Restauración de Tranvías y Autobuses. El Pegaso, matriculado como vehículo histórico en 2009, será el medio en el que los visitantes se desplacen por varios rincones de Málaga en busca de la historia del transporte.

Un canequi del 75

La visita guiada, organizada por la empresa malagueña de gestión cultural Cultopía, tiene por nombre Un canequi del 75. El canequi, cuenta Antonio Márquez, es una palabra malagueña «que según el barrio de Málaga, se conoce mucho o poco». Como detalla, la palabra canequi guarda relación con unos enormes y pesados recipientes de cerámica para el ron cubano llamados caneys. Como había que transportarlos desde el puerto a las carretas en unas carretillas con ruedas de goma, los niños comenzaron a subirse a las carretillas y a pedir a los hombres del puerto que les dieran un «canequi» (así llamaban al caney) en la carreta, es decir, un paseo.

Y tras La Malagueta, donde comienza el canequi al pie de la antigua fábrica de electricidad cuyas preciosas oficinas, de los años 20, parece que tendrán pronto protección arquitectónica, la siguiente parada es el parisino Palacio de la Tinta, construido por el arquitecto Julio O´Brien en 1908 y del que Vicente Aleixandre decía que era «un edificio muy grande y algo destartalado».

El Palacio de la Tinta fue levantado para acoger la sede de la potente Compañía de los Ferrocarriles Andaluces, que funcionó de 1877 a 1936 y llegó a tener buena parte de las líneas de trenes de Andalucía, con permiso de la compañía rival, la MZA. En cuanto al Palacio de la Tinta, Antonio Márquez apunta las dos teorías que se barajan del nombre: «Como salían todos los trabajadores de oscuro, desde Gibralfaro parecía una gran mancha de tinta». Y la segunda teoría, más plausible: se debió a la ingente cantidad de tinteros, dado el gran número de trabajadores.

Y llega el momento de viajar en el tiempo a bordo del Pegaso, modelo 6035-A, de 1975. Se trata de un autobús articulado, toda una novedad en la Málaga de hace justo 40 años (julio de 1977), cuando el modelo empezó a prestar servicio en nuestra ciudad, en concreto en la línea 11 Parque-El Palo, que es la dirección que toma el autobús, conducido por José Ramón Rodríguez, presidente de Tran-Bus.

El aire acondicionado

El autobús, señala Antonio Márquez, cuenta con un «moderno sistema de aire acondicionado» que funciona abriendo las ventanillas. Los pasajeros, sin embargo, están felices de regresar, en muchos casos, al transporte de su juventud, adolescencia o infancia, según cada DNI y hay cola para hacerse la foto en el sitio del cobrador, que estaba situado junto a la puerta trasera, por donde entraban los viajeros, hasta que la economía de mercado convirtió a los conductores en cobradores.

El avance del autobús del 75 por el Paseo de Reding y el paseo marítimo hace que muchos paseantes sonrían ante la inesperada irrupción del pasado o echen mano del móvil para la foto de rigor. Nos dirigimos a las antiguas cocheras de autobuses y tranvías del Valle de los Galanes, junto al arroyo Jaboneros, construidas en 1906 por Antonio Baena Gómez, con diseño del arquitecto Fernando Guerrero Strachan, a pesar de lo cual fueron demolidas hace unos años y solo queda un edificio en pie, gracias a la presión vecinal: el de las antiguas oficinas.

Poco antes, el autobús pasa por delante de la antigua estación del Palo, la del tren a Vélez y a Ventas de Zafarraya, que pertenecía a una compañía distinta a la del Palacio de la Tinta: la Compañía de Ferrocarriles Suburbanos de Málaga, cuya estación principal, de 1911, se encuentra junto al puerto, en lo que hoy es el Instituto de Estudios Portuarios.

Y como el autobús, pese a ser articulado, tiene las rigideces de la técnica de hace 40 años, el guía anima a la concurrencia a aplaudir cuando toma la curva para enfilar las antiguas cocheras. El aplauso es atronador.

La parada en las antiguas cocheras, hoy el gimnasio de la ACB, es la excusa para visitar el tranvía número 63, restaurado por Tran-Bus. Se trata del único superviviente de los fabricados en 1922 en Charleroi (Bélgica) para las calles de Málaga. Además, hizo sus pinitos en el cine al aparecer, durante un rodaje en Almería y pintado de amarillo, en la famosa película Lawrence de Arabia.

Antonio Márquez aprovecha para repasar el reglamento de los tranviarios de 1944, que establecía que los conductores debían medir no menos de 1,65, «porque conducían de pie» (la incongruencia es que los cobradores también podían conducir pero para ellos se les pedía una altura mínima de 1,56, apunta).

El Pegaso 6035-A toma ahora el rumbo de la estación de autobuses mientras cae la tarde. La última parada es el pequeño pero completo museo del transporte que Tran-Bus atesora en estas instalaciones, aunque el deseo de la asociación es poder contar algún día con un espacio propio visitable en las futuras instalaciones de la EMT, donde poder mostrar sus piezas históricas.

El canequi finaliza con la sensación de haber hecho algo más que un viaje en autobús.