En casa de los Vargas Jiménez hablar de la muerte de la tercera hija, Ana, era un tabú. Hasta que la menor de esta familia malagueña, Vanessa, empezó a preguntar. Comenzó a formular interrogantes que ya no podían responder con evasivas, a cuestionar, con la insistencia que solo una adolescente posee, cada respuesta de sus padres.

La falta de información le ayudó a atar cabos para, finalmente, comprender que la muerte de su hermana estaba llena de interrogantes y que aquel silencio familiar escondía algo que no alcanzaba a entender.

Se decidió a reunir documentación, a ir de un lado a otro queriendo saber más. Hasta que averiguó que la muerte de su hermana no había sido diferente a otras también carentes de explicaciones. Entonces, comprendió que eran víctimas de una trama de supuestos bebés robados que aún no acaparaban portadas de periódicos ni llenaban los espacios televisivos.

Su madre, Eusebia ­-en adelante Susi- tenía sólo 19 años cuando se casó con José. Trabajaba en una peluquería en Cártama y todos sus embarazos, cinco, fueron de riesgo: tenía placenta previa. En el caso de Ana, la hija a la que buscan, tuvo que permanecer en reposo porque el parto amenazaba con adelantarse. Por eso, se decidió a trasladarse al Hospital Civil a tener a su hija, no quiso ponerse en riesgo después de haber tenido a su hija mayor entre dos secadores del salón de belleza.

Así pues, Ana nació en octubre de 1968. Se adelantó al calendario, robando a sus padres unas semanas de tranquilidad e infundiéndoles en la preocupación propia de tener un bebé sietemesino. Pero, el miedo por criar a un bebé nacido antes de tiempo se disipó cuando Susi vio a su pequeña. «Estaba gordita, era morena, tenía el pelo rizado y la carita redonda», relata con nostalgia la mujer, que recuerda haber oído al bebé llorar con la misma fuerza que sus dos hijos mayores lo hicieron.

Sin embargo, su bajo peso por haber nacido a los 7 meses de gestación hizo que no pudiera quedarse con ella desde el momento en que nació porque debía ir a la incubadora hasta que terminara de madurar.

A Susi le dijeron que tenía que esperar al día siguiente para verla. A la mañana siguiente, a la hora del desayuno y acompañada por su compañera de habitación, también encamada, recibió la fatal noticia. «Entró una monjita y le pregunté que cuando me iban a llevar a la incubadora. Me lo soltó de golpe y porrazo», recuerda la mujer, que relata que la religiosa le dijo que la niña venía «malita» . «No llores más, ya tienes dos, ¿para qué quieres más?», le espetó. En ese momento el suelo se abrió y Susi cayó en una profunda depresión que arrastró durante años. No alcanzaba a entender que su hija hubiera muerto porque, si bien había nacido antes de tiempo, la había visto llorar con la misma energía que sus hermanos y no tenía la apariencia de una niña enferma y, menos, que fuese a morir.

Al poco llegó José, ilusionado, a ver a su mujer y a su niña. Tras el mazazo, la pareja insistió en que quería ver el cadáver, pero la respuesta fue que, «como era tan chiquitilla», ya había sido enterrada en una fosa común y que la petición que hacían era «imposible». Ni las lágrimas de Susi ni los gritos de José cambiaron su destino, en aquel día de otoño que ensombreció su vida para siempre.

«En vista de que no podíamos hacer nada cogimos la moto y nos fuimos a la casa. Llovía a mares, pero ni la lluvia me molestaba», se lamenta la mujer, que recuerda el desasosiego que sintió al llegar a casa y ver la ropita que había preparado durante meses para su hija y que nunca pudo usar.

Desde entonces y hasta treinta años después en casa de los Vargas Jiménez apenas hablaron de Ana y, lo poco que lo hacían, era para referirse a ella en pasado, casi como si no hubiese existido. Hasta que su hermana Vanessa, nacida diez años después, empezó a indagar. «Durante toda su vida mi madre ha pensado que mi hermana estaba enterrada en San Miguel. De pequeña me llevaba a un nicho de otro niño para que le rezase», rememora la menor de los hijos, al tiempo que apunta a que, años después, cuando el cementerio de San Miguel se desmanteló, fue a hablar con el conserje para averiguar en qué lugar se encontraba exactamente su hermana. «Me miró el listado de niños enterrados y no había nada de mi hermana», cuenta Vanessa, que comenzó entonces su periplo buscando documentación y se topó con el silencio administrativo más absoluto: ningún papel recogía el nacimiento, vida o muerte de su hermana Ana, la tercera en orden de nacimiento del total de cinco hermanos que son.

Vanessa tiene claro, al igual que su madre y sus hermanos, que Ana está en algún lugar, con otra familia y otros apellidos. «Muchas veces me han dicho que me habían confundido con otra persona y he pensado que podría ser ella», agrega Vanessa, que asegura que desde niña sueña con su hermana. Desde que salieron a la luz los casos de bebés robados, no puede evitar pensar en que sean víctimas de la supuesta trama y un dato le martillea cada vez que piensa en su hermana: en la mayoría de casos que conoce, era el tercer hijo el que siempre desaparecía. Igual que en su familia.

Su madre no piensa diferente. Durante años evitó pensar en su pequeña muerta, fallecida en el Hospital Civil sin más explicaciones que las palabras de una monja que no empleó paños calientes para decirle que la muerte de su hija prematura era lo mejor que podía pasarle. Por eso, Susi sueña con el reencuentro. «Para mí sería una alegría muy grande, eso no se puede explicar», relata la mujer, que desearía poder abrazar a su hija y «adorarla» como a sus otros cuatro hijos. «Mi niña fue robada, dada en adopción. Si hubiera nacido malita se habría notado, pero nació llorando como una leona, una niña con esa fuerza y energía no es una niña enfermita», asegura la mujer, que sí acepta que la llevaran a la incubadora pero por su adelanto, no porque estuviera enferma. Ahora espera reencontrarse con ella y despertar de su pesadilla.

Los documentos

Libro de familia

Defunción.

En el documento no aparece ningún dato relativo al nacimiento o muerte de la pequeña Ana, nacida en 1968.

Los papeles no recogen ninguna referencia a la vida de Ana. La familia no tiene ningún documento que refleje que Ana nació y murió. Nunca lograron nada del hospital -le dijeron que los papeles habían desaparecido en las inundaciones- y tampoco el libro de familia tiene referencias a la vida de la niña, que nació en tercer lugar tras Alonso, y Susi y por delante de Diego y Vanessa.

Registro de ADN

Datos.

La familia aún tiene esperanzas y se han hecho las analíticas para determinar el ADN y así cotejarlo si aparece alguien con sus rasgos.

La familia Vargas busca a su hija y se han hecho las pruebas de ADN. La familia está preparada para cualquier eventualidad, por eso esperan que algún día aparezca su hija y hermana. Para ello se han hecho las pruebas de ADN, con la idea de poder cotejar los datos si apareciese alguna persona cuya historia y rasgos físicos cuadraran con los suyos.