Con formación académica repartida entre España e Inglaterr y amplia experiencia hotelera internacional, Carlos Pérez-Lanzac desempeña prácticamente desde su creación al sector de la vivienda vacacional. Un cargo, de ámbito andaluz, que, al menos de momento, a nadie se le ocurriría calificar precisamente de bicoca, lleno de pasiones encontradas, de polémicas, de economía. En plena y alborotada reflexión sobre la turismofobia, el empresario malagueño rechaza para sí el papel de cruzado. Y reivindica, con datos y sin simplismos, la aportación de los pisos a la resurrección del turismo y del tejido de producción.

El fenómeno de las viviendas vacacionales, relativamente novedoso en España, ha coincidido con una nueva etapa de esplendor turístico y a la vez con un recrudecimiento del debate en torno a la masificación. ¿Qué reparto hace de la responsabilidad?

La aportación de la vivienda residencial es innegable. Los datos están ahí. Y no sólo a nivel cuantitativo -la última referencia es de unos 7.000 millones de euros anuales en España-, sino también estratégico y de desarrollo. Hay que tener en cuenta que estamos frente a una actividad que está moviendo de manera decisiva dos palas que resultan fundamentales para la economía andaluza: el turismo y el negocio inmobiliario. Y que, además, lo está haciendo con mucho valor añadido: generando ganancias para el destino, para el gestor y para el ciudadano, en este caso por partida doble: porque se facilita el acceso al viaje y al mismo tiempo se le da la oportunidad de beneficiarse del sector y darse de alta y convertirse en microemprendedor.

¿Y en lo que se refiere a la saturación?

La masificación no es en absoluto un problema que sea responsabilidad de las viviendas turísticas. Lo que hace falta es un programa de planificación y que entre todos, con la participación de la iniciativa privada y de la pública, se defina cuál es el modelo que queremos seguir, si se apuesta por la calidad o por el volumen. Lo digo porque a lo mejor en lugar de jactarnos tanto de las grandes cifras habría que buscar que vinieran menos visitantes y con mayor capacidad de impacto en la economía. Luego, con este tema, ha habido mucha manipulación política. Y es una irresponsabilidad que podemos pagar caro. Sobre todo, por la dependencia que tenemos hacia el turismo.

¿Se han sentido cabeza de turco?

Ha habido, sin duda, una demonización, con ataques constantes, mucho de ellos interesados, lo cual resulta muy triste. Existe esa mentalidad, la de rechazar lo nuevo, cuando somos un sector plenamente sostenible, con todo por hacer. Con amplias cuotas de satisfacción y un cliente, familiar, definido: el 40 por ciento de nuestros turistas, sin ir más lejos, asegura que si no pudiera alojarse en una vivienda vacacional ni siquiera vendría. Los números lo indican: el buen momento que vive el turismo y la economía andaluza no es ajeno a la vivienda turística. Y la administración tiene que ser consciente de la aportación y fomentar que la actividad se perfeccione y siga.

No me negará, sin embargo, que la proliferación ha sido rápida y, en algunos puntos, excesiva. Barcelona, por ejemplo, ha empezado a establecer cupo y congelar la renovación de licencias.

Ese tipo de medidas entrañan un enorme peligro a largo plazo. En primer lugar, porque generan ineficiencia en el mercado, pero también porque pueden dar lugar a prácticas indeseables como el mercadeo de licencias e, incluso, amparar tratos discriminatorios. El tema es complejo, pero no podemos ir contra la inversión y la propiedad privada; la solución está en buscar herramientas que fomenten la armonía social y vital entre el local y el visitante, que es el mayor reto que ahora tiene la vivienda vacacional. Y hacerlo, por supuesto, con responsabilidad y seriedad, teniendo en cuenta que estamos frente a una gran oportunidad y frente a un mercado que va a cambiar, que probablemente dentro de unos años se encuentre en otro momento y no puede verse lastrado con una tasa.

La concentración es especialmente alta en puntos como el centro de Málaga, donde se ha producido un aumento brutal y generalizado de los precios de alquiler. ¿Está realmente el turista expulsando al residente?

Málaga no es una ciudad cualquiera, sino un destino líder, y en virtud de esa condición, se ve obligada a afrontar este tipo de desafíos. Se ha visto a nivel comercial, con transformaciones como la de la calle Larios, donde se han instalado grandes empresas, dando vida a espacios y edificios que estaban prácticamente inhabilitados. El mercado ha cambiado, estamos en un momento alcista y eso explica que hayan subido los precios en todo el sector inmobiliario. Se habla de saturación, pero en Barcelona, por ejemplo, únicamente el 1,26 por ciento de los pisos se dedica al alquiler turístico.

Imagino, entonces, que el problema está en la distribución, que es precisamente de lo que se quejan los vecinos de centros urbanos como Barcelona o Málaga.

El asunto es mucho más complejo. Esa concentración de la que habla se da también a nivel comercial y, en cierta medida, es lógico, porque los negocios tienen que reunir unas características para funcionar y la ubicación, y más en una ciudad turística, es muy importante. Los desequilibrios entre los diferentes usos, cuando se dan, responden a muchas variables. Hace falta ampliar la manzana del centro, que zonas como el Soho despunten y mejorar los servicios. Y me consta que el Ayuntamiento está trabajando con planificación en ese sentido. El hecho de que haya vivienda turística no tiene por qué degenerar en desajustes. Y la prueba está en áreas como la de Armengual de la Mota o Teatinos, donde el desarrollo del sector y de los comercios está siendo perfectamente compatible y beneficiando al entorno y a los vecinos.

La oferta ilegal, aunque indeterminada, sigue estando muy presente. ¿No hay manera de ponerle coto? ¿Habría que aumentar la presión sobre los intermediarios?

La Junta está sancionando. Operar de manera ilegal ya no sale gratis. Lo que no me parece justo es atacar y acorralar a las plataformas para que asuman una labor, la de la inspección, que no les corresponde y cuya responsabilidad recae y debería recaer en la administración. Las plataformas están dispuestas a colaborar. Se ha visto recientemente con el Ayuntamiento de Barcelona, que suministró a Airbnb un listado de viviendas que se alquilaban sin licencia y automáticametne fueron borradas de la web. No debemos politizar, sino buscar aliados. Y nosotros, como asociación, estamos en contacto y trabajando para mejorar con las plataformas.

¿La normativa se muestra ineficaz?

El problema de la normativa es que no fue diseñada atendiendo a la realidad del sector, sino a los intereses de una minoría, de los hoteleros, y eso ha generado dificultades a la hora de cumplir con el objetivo de hacer aflorar a la superficie el conjunto de la oferta. Existen muchos particulares y empresarios que, pese a tener la mejor de las voluntades, no están pudiendo regularizarse. Por eso hemos presentado modificaciones, porque nos jugamos mucho, Andalucía se juega mucho. Y un traspiés normativo nos puede restar valor frente a la competencia.

¿Es un error delegar en las autonomías? ¿El hecho de que coexistan tantas normativas?

Sería positivo contar con una norma de mínimos, que el Gobierno estableciera pautas comunes y que éstas respondieran realmente al funcionamiento del sector.La necesidad está clara: de hecho, no tenemos ni siquiera una nomenclatura común.

La convivencia con los hoteles ha resultado por momentos bastante tensa. Sobre todo, en el terreno político y mediático.

La vivienda turística es un modelo de alojamiento que ha existido siempre. Y que ahora ha renacido gracias a los cambios en la demanda. Los problemas, curiosamente, se han dado justo en el momento en el que se ha dado el salto a los centros urbanos de las ciudades. Y, en especial, en aquellas donde el ingreso por habitación de los hoteles es más alto.

¿Están condenados a entenderse? ¿Veremos divisiones empresariales en uno y otro negocio?

Ya está ocurriendo. Existen cadenas hoteleras, con marca blanca o no, que ya han invertido y se han introducido en el mercado de la gestión de viviendas.

¿Acabará la vivienda vacacional copando el mercado y sustituyendo al alojamiento tradicional?

El hotel no va a morir. Entre otras cosas, porque el mercado es amplio y cada modalidad tiene su público. Hay clientes a los que no les gusta alojarse en viviendas, que piden otro tipo de servicios. Ahora bien, lo que permanecerá, en uno y otro sector, es el producto competitivo. El mercado de la vivienda tiene que innovar más. Y respetar modelos como el nuestro, que está consolidado y que no se merece esa demonización constante. El hotelero que ha invertido y ha hecho bien las cosas está actualmente disfrutando del nuevo ciclo económico. Y el que no lo hizo desapareció o tendrá dificultades para sobrevivir.

¿Y en el interior? ¿Hay margen de crecimiento?

Por supuesto, de hecho ya contamos con asociados que se han instalado en municipios de muchos lugares no costeros de Andalucía. Es más, en algunas zonas tenemos ya más peso que los hoteles. La vivienda vacacional ha dado respuesta a la necesidad de áreas rurales, que querían contar con oferta, y cuyo número de turistas no justificaba la instalación de un hotel.