El dato se repite cada año. Con una tenacidad que apenas casa con la velocidad de los tiempos. Hasta el punto de inspirar conclusiones precipitadas. En muchos casos sin tener en cuenta lo más evidente, lo que dice Juan Jesús Ruiz, del Centro Provincial de Drogodependencias de la Diputación de Málaga: «El mapa de las drogas no es otra cosa que un reflejo de la sociedad».

Los informes de Proyecto Hombre y los del servicio que coordina Ruiz coinciden. El número de mujeres que cada año acude en busca de ayuda por problemas causados por la adicción sigue siendo muy inferior al de los hombres. Lo que por desgracia no significa que entre ellas el consumo haya dejado de dañar.

El especialista cree que las diferencias, si bien no tan exageradas, se dan principalmente entre los adultos. Y no por un patrón biológico, sino por la herencia cultural. En España la mujer se ha incorporado más tarde a sustancias como el alcohol. Probablemente como consecuencia de su exclusión del espacio social. Ellas, si bebían, lo hacían sin aplauso ni brindis a pleno sol. En muchos casos, a escondidas. Algo que, según Juan Jesús Ruiz, todavía no resulta muy difícil de encontrar. «Se puede hablar de responsabilidades, de mayor o menor grado de concienciación, pero también está el estigma, bastante más marcado en la mujer», razona. La única franja de edad en la que se acortan las diferencias en cuanto a pautas de consumo es en la primera juventud. En el botellón, especialmente entre los menores, ellas y ellos beben sin demasiada distinción, compartiendo espacio y hasta atreviéndose con la misma dosis.

La distancia, sin embargo, se agranda en fases superiores, todavía hoy. Especialmente, pasada la frontera de los treinta, en la que la adicción a la bebida y a sustancias como la cocaína está mucho más presente entre los varones.