«El maestro de prisiones debe ser maestro, simplemente. Un maestro es el que intenta que la persona aprenda, no que aprenda del maestro, sino que aprenda por sí misma». María José Martínez Palomo no se siente distinta ni especial. Durante casi 30 años ha dado clase dentro de una cárcel y hoy, recién jubilada a sus 69 años, cree que tal vez ella ha aprendido más de sus alumnos -nunca los llama presos ni internos- que ellos de la ‘seño’ María José. Sólo lleva retirada de las aulas desde el 2 de septiembre y aún no se ha acostumbrado a su nueva vida. Ha estado tan «enganchada» a la escuela que ha retrasado su marcha lo más posible. Sin embargo, la prisión de Alhaurín de la Torre siempre será ya como su casa y los maestros del Centro de Educación Permanente (CEPER) Victoria Kent forman parte de su familia.

«Yo no sabía ni que había maestros dentro de las prisiones; ni sabía que existían esas oposiciones. Me enteré casi de casualidad», relata al recordar cómo se convirtió en maestra de prisiones hace 27 años. Su primer destino fue la antigua prisión provincial de Málaga, en Cruz de Humilladero. Antes, había hecho un mes de prácticas en la cárcel de Ocaña (Toledo), donde por primera vez escuchó el clásico ruido de las puertas metálicas al cerrarse a su paso. «Era como si te faltara la respiración», dice y sonríe al contar que su único contacto con la cárcel hasta entonces había sido pasar de vez en cuando por delante de Carabanchel cuando vivía en Madrid.

Pero esa sensación de miedo a lo desconocido le duró poco. Al segundo día ya no pensaba que estaba entrando en una cárcel sino en un colegio más. La maestra que apartó la enseñanza durante más de una década para cuidar a sus dos hijos regresó a unas aulas que nada tenían que ver con las primeras que conoció en Ceuta, donde estudió Magisterio y dio sus primeras clases a niños.

En la antigua prisión de Málaga se encontró a unos cinco o seis maestros, unos dependientes de Instituciones Penitenciarias y otros de la Junta. Ambas instituciones compartían aún la enseñanza en las prisiones aunque hoy en día la competencia ha pasado ya a las comunidades autónomas. En el caso de Málaga, a través del centro de adultos Victoria Kent, con una plantilla actual formada por 12 maestros y dirigida por Francisco García. Un grupo muy estable en el que la mayoría no se ha planteado pedir otro destino. «En estos casi 30 años nunca se me pasó por la cabeza concursar para pedir otro centro fuera de la cárcel», reconoce María José, y confiesa que de estos años en la escuela de la cárcel se lleva muchas satisfacciones y lo que más echará de menos será la relación con sus alumnos. «Allí he crecido mucho como maestra», dice. Subraya, además, que hay docentes que llevan en el Victoria Kent más tiempo que ella y que todos forman un magnífico equipo.

Pero, pese al entusiasmo con el que habla, el día a día en un centro educativo de este tipo tiene unas peculiaridades que exigen una gran entrega por parte del profesorado. La movilidad de los alumnos, que están condicionados por su situación penitenciaria, es una de las dificultades a la hora de enseñar. Además, a los internos les suele costar concentrarse. «El volver a estar en un colegio es complicado, sobre todo cuando llevan muchos años desconectados por completo», explica María José, que al contrario de lo que podría pensarse dice que no suele haber problemas de comportamiento dentro del aula, al revés, «se respeta mucho la figura del maestro».

«Para nosotros son alumnos como cualquier otro», dice. Y esto es así hasta tal punto que nunca se preocupó por saber por qué estaban en la cárcel, qué delitos pesaban sobre cada uno. «Tenemos que saber si han estado antes en la escuela y su nivel de conocimientos. Sólo eso».

Tengan el nivel que tengan, en el centro de adultos Victoria Kent los internos pueden acceder a un importante número de programas educativos, desde la alfabetización, hasta obtener el título de Secundaria, uno de los objetivos principales del centro. La profesora María José ha impartido en todos estos años un gran número de programas y asignaturas, aunque algunos la recordarán como la ‘seño de Sociales’ y por su pasión por la Historia.

No todos los presos que deciden ir a la escuela -es voluntario- tienen las mismas motivaciones. «Hay quien piensa que es importante tener un título para conseguir un trabajo, los menos creen que deben formarse y la mayoría vienen a clase por tener una actividad». Pero además de la formación académica en sí, María José opina que asistir a clase les sirve para relacionarse. Son demasiadas las horas muertas que se pueden pasar en una cárcel.

Pese a que dar clase entre rejas «no es un cuento de hadas», esta maestra por vocación ha conseguido divertirse en su trabajo, levantarse cada día durante 27 años con la ilusión de enseñar pero también de motivar a sus alumnos, de transmitirles ilusión por algo. «Creo que eso es lo que me ha tenido enganchada», concluye.