A una semana del referéndum del 1 de octubre, Cataluña vive uno de sus momentos más tensos. Son muchas las miradas sobre la comunidad autónoma de incomprensión e impotencia, de resignación e incluso, de desgana. O desconocimiento y extremismo en otros casos.

La mirada desde dentro es, cuanto menos, distinta a la proyectada, pero solo puede conocerse a través de las vivencias de las personas que residen en una de las zonas más importantes de España.

¿Cómo está viviendo el proceso la región española con más representación en Barcelona? Andalucía ha estado ligada históricamente a Cataluña y es que con la emigración andaluza, que fue uno de los fenómenos demográficos más relevantes del siglo XX, alrededor de un millón de andaluces se instalaron en la región catalana en los setenta. Por ello, se decía popularmente que era la novena provincia de Andalucía.

Con una visión tranquilizadora afronta la situación Antonio Cabezas, quien ve solo un «problema puntual y político» en la circunstancia que vive Cataluña. «La situación en la calle es completamente normal y el ambiente es cordial», explica este malagueño.

Antonio Cabezas, criminólogo de profesión, se trasladó a Cataluña con tan solo cuatro años, cuando sus padres decidieron hacer las maletas e intentar labrarse un mejor futuro. De aquello hace ya casi sesenta años. «Vuelvo cada año», dice el malagueño con gran amor por su ciudad natal, aunque nunca ha pensado en «volver definitivamente».

La región catalana «siempre ha sido tierra de acogida» y hoy «lo sigue siendo», a pesar de que, según Antonio Cabezas, «se está dando una imagen que no es la real por parte de los medios de comunicación». «Toda la vida ha habido grupos independentistas, pero la integración siempre ha sido muy buena». Actualmente, «aún con todo el independentismo que existe», ese «sentimiento integrador» sigue vigente, asegura.

La vida discurre por las calles tranquilamente, «esa tensión que se transmite» se vive solamente cuando «hay manifestaciones». «Al igual que puede pasar en cualquier otro lugar». Pero la gente no se va «peleando por las calles», dice extrañado por los comentarios que escucha.

Antonio Cabezas está seguro de que el próximo 1 de octubre saldrá el No, aunque espera «que no se llegue a realizar» el referéndum, al que no piensa acudir a votar. «Entiendo que todo el mundo tiene su parte de razón y algunos tiene el sentimiento de que España nos engaña, pero ese no es mi caso», dice rotundo este malagueño que hace unos 15 años creó la Casa Regional de Málaga en Santa Coloma de Gramenet. «Un grupo de malagueños nos juntamos y decidimos crearla» con el objetivo de extender el ambiente andaluz por la región catalana. «Nos reunimos y hacemos actividades culturales y sociales» a las que se unen, «no solo malagueños» sino cualquiera que «quiera participar».

Las Casas Regionales han sido la forma que han tenido los andaluces de mantener ese arraigo por su comunidad de origen. Antonio Cabezas, presidente de la Casa de Málaga reconoce que «ahora hay más dejadez» hacia estas asociaciones, «no hay la actividad que había antes». A pesar de ello, hacen su particular Rocío, Feria de Málaga, así como actuaciones de flamenco y charlas literarias.

El vicepresidente de la asociación, Antonio Castillo, afirma que con la labor de la Casa Regional «nos hemos relacionado siempre con todo el mundo», aunque asegura que ahora hay menos apoyo hacia estas.Control policial

La prensa, las manifestaciones, las banderas independentistas, la conversación monotemática... El tema está en todas partes: «estamos un poco agobiados», reconoce Antonio Castillo. Este antequerano emigró a Barcelona hace ya 50 años. Sus padres querían que fuese a un convento o que se buscase la vida y él decidió que la comunidad autónoma de Cataluña sería lo mejor para él.

Hace medio siglo de una decisión que hoy lo sitúa en uno de los puntos con más focos de España. «Entre el terrorismo y el independentismo estamos bien custodiados aquí, hay muchísima policía y guardia civil».

Antonio Castillo, quien tiene una pequeña empresa de taxi en el centro de Barcelona, ha aprendido a manejar «el ambiente tenso» que se vive en la comunidad. «No se me ocurriría salir con una bandera a la calle, ni poner en mis taxis nada que pueda ofender a unos u otros», asume el malagueño. «Lo digo porque lo he vivido», explica Antonio Castillo a quien le da «miedo» ponerse algunas de las camisas que compró hace varios años en Málaga con «la bandera de España» en miniatura. «Quizá no te dicen nada de frente, pero una vez que me la puse y entré a un bar, cuando salí me habían rayado el coche». A pesar de algún que otro incidente y de que «la situación no es bonita, no creo que pase nada».

Aún con todo, «no hay miedo en las calles, la situación es normalizada. Pero interiormente se está creando un ambiente nada agradable. Si nos sentamos a hablar, sale el tema. Si un amigo te manda un mensaje, se acaba hablando del tema...».

Este antequerano siempre se ha sentido integrado en la ciudad y presume de tener «buenos» amigos de todas partes e ideologías, algo que le ha permitido conocer los pensamientos de muchos. «Hay algunos españoles», que no son de Cataluña, «pero que son los más independentistas. Estos son los peores».

Sin embargo, «algunos amigos catalanes e independentistas están reculando». Y es que Antonio Castillo cree que uno de los principales problemas es que «la mayoría de la gente no sabe ni lo que es una independencia. Sería un desastre». «Imagina», propone, «que a 300 kilómetros ya no te sirve ni tu dinero, ni tu pasaporte, ni tu lengua».

A pesar de querer la unidad del país, este malagueño entiende que quizá «habría que dejarlos votar», algo que a la vez le suscita duda, ya que «supondría un gasto inútil porque salga lo que salga, el Gobierno va a decir que no».

Francisco Ortiz, jienense afincado en Barcelona, cree que la única solución pasa por hacer un «referéndum, pero legal y reconocido por el Gobierno español». Pero la búsqueda de una «fórmula» que pare esta situación «no se puede crear con los políticos que hay ahora», asegura.

Corría el año 1963 y la familia de Francisco Ortiz -como muchas otras en aquella época- pasaba penurias económicas. Decidieron probar suerte en Barcelona, donde la industria era el reclamo para la mayoría de los emigrantes. Con tan solo 14 años, este jienense procedente de Jimena, ya comenzó a trabajar en la metalurgia. Cerca de la treintena se compró una licencia de taxi, donde estuvo trabajando hasta el pasado año, cuando se jubiló.

Francisco Ortiz ha pasado toda su vida en la capital catalana, pero «me siento español y andaluz, siempre respetando y agradeciendo a la ciudad donde vivo, trabajo y donde se han criado mis hijos y nietos».

Integración

Nunca, asegura, ha sentido marginación o desprecio, más bien todo lo contrario. Esta comunidad autónoma siempre le ha permitido abrazar su cultura: «en Cataluña he aprendido a ser andaluz», explica orgulloso. «Mis propias raíces andaluzas, he podido sentirlas aquí más que en Andalucía», y es que las organizaciones «a las que toda la vida he estado muy ligado» y, concretamente, las andaluzas como la Casa de Andalucía así como «el apoyo que se nos daba», permitió crear «nuestra propia Andalucía».

Durante todos esos años, «la sociedad y la política catalana» estaban muy unidas a estos movimientos asociativos, «pero desde hace unos siete o diez años hay una tirantez» hacia estos, «están marginando a las asociaciones».

Este momento coincide con que «la política está diciendo que España es el enemigo y que nos roba», lo que crea «discusiones incluso entre las familias». Un pilar fundamental en este mensaje «es la educación», asegura Francisco Ortiz, quien asume que uno de sus nietos alguna vez le ha dicho «abuelo, Cataluña es más que España», porque «es lo que se les enseña en las escuelas».

Este pensionista está viviendo la situación que existe en Cataluña con mucha preocupación. «Bajas a la calle, y el bar o lugares donde antes no se hablaba de este tema, ahora se está criticando».

A pesar de ello, Francisco Ortiz asegura que el ambiente es tranquilo y no hay ningún problema. «El problema lo crea la clase política», que es la misma que «veta» la bandera de España en «muchas instituciones». Algo que, reconoce, se ha extendido al resto de la población.

«La bandera española tienes que esconderla» cuenta este jienense que vio el cristal de su coche «reventado» por llevar la rojigualda «en la parte trasera».