En la crónica de ayer viernes nos dimos una vuelta por la frontera norte de la ciudad, entendida como la parte alta de La Virreina, la que pega con la autovía. En ella los vecinos conviven todavía con grandes parcelas hirsutas, y la verdad es que si todo marcha como en El Romeral, que cuenta con una impresionante cantidad de terrenitos abandonados e improductivos, ya pueden esperar sentados para contar con más equipamientos.

Uno de estos terrenos, en la calle Gounod, junto al puente del jardín botánico, cuenta, además de con una nutrida selección de desechos, con una pantagruélica buganvilla que prosigue su avance hacia el vecino Guadalmedina, como si fuera una mutación genética de una bomba atómica de la Guerra Fría.

Pero no es el único rincón en el que proliferan plantas que se escapan al control de sus propietarios. En el Valle de los Galanes -el barrio entre Pedregalejo y El Palo que el Ayuntamiento se permitió, hace años, el dudoso gesto de trasladar de sitio en el mapa oficial de barrios- se encuentra La Brise, una de las poquísimas mansiones de la burguesía de finales del XIX y comienzos del XX que quedan en la zona y a la que nuestro Consistorio, con su abulia habitual en todo lo que tenga que ver con el patrimonio, sólo le ha concedido el grado dos de protección arquitectónica, que es casi igual que darle una palmadita en la espalda.

Durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX fue propiedad de la prestigiosa hispanista Margarita Morreale, especialista en el Renacimiento y miembro de la Real Academia de la Lengua, quien falleció en 2012 a los 90 años. Doña Margarita llegó a albergar a varias familias de gitanos sin casa en esta enorme mansión con el único jardín superviviente de los que llenaron este rincón de Málaga y que tampoco se encuentra entre los jardines protegidos de nuestro simpar PGOU.

En los años 60, un tío del firmante, para ganarse unas pesetas, trabajó algún verano de ayudante de la profesora y se vio inmerso en un mar de fichas sobre Humanismo y Gramática que ríase usted de las que maneja Jordi Hurtado en Saber y Ganar. Tras la desaparición de esta sabia experta, la casa se alquilaba a academias de idiomas pero este año no ha sido así y las plantas trepadoras del muro que da a la calle Bolivia se han crecido, en el doble sentido de la palabra, hasta tomar la calle por asalto.

El resultado ha sido que, durante todo este pasado verano, paseantes y bañistas han tenido que contorsionarse para pasar por este tramo de unos 50 metros si no querían ser acariciados por las plantas expansionistas.

La situación se está volviendo insostenible, pero, por supuesto, continuará los próximos meses a no ser que a algún político literalmente pedestre le dé por pasar por ahí. Por desgracia, sigue siendo una especie en peligro de extinción.