En todas las notas de prensa que buscan exaltar la figura del alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, gusta mucho subrayar que subcontrató la conocida devoción por Francia durante los años de su formación académica. En el contexto de una España poco evolucionada, al menos no tanto como su vecina, se trasladó al país del queso y del buen vino para ampliar conocimientos académicos en la Universidad de Rennes. Alguien del sur que se reubica en el norte y se siente como en casa.

En una de sus frases más acertadas, ese genio de la cultura bélica que fue Napoleón pronunció lo siguiente: «La batalla más difícil la tengo todos los días conmigo mismo». Oponerse a este combate diario es un método seguro de derrota, si no que se lo pregunten al propio Francisco de la Torre, que lleva décadas exprimiendo el despertador para mejorar la ciudad que gobierna y esquivando cada cuanto tiempo una salva de fuego amigo. Entre los asistentes, aplaudiendo en primera fila, Juanma Moreno y Elías Bendodo, que en algún momento ya intentaron hacerle un campo atrás. A pesar de todo, se acumulan varios mandatos recabando o bordeando mayorías absolutas. Así lo recordó en un bilingüe perfecto nada menos que el embajador de Francia en España, Yves-Saint-Geours, que se desplazó hasta Málaga para hacerle entrega al alcalde de la Legión de Honor. En el rango de distinciones no es una natural sino la más alta. Una medalla en la solapa que puso en tan elevada cumbre sus virtudes que al alcalde le resultó muy difícil disimular el orgullo. De todos los embellecimientos personales que ha recibido De la Torre a lo largo de su dilatada carrera política, nadie duda de que éste haya sido uno de los que más ilusión le ha hecho. La Legión de Honor, no en vano, es la medalla de más alto rango que concede la República Francesa desde que fuera instaurada por Napoleón Bonaparte en 1802. Su objetivo es reconocer el mérito individual de militares y civiles que hayan demostrado mérito excepcional al servicio de la nación, y como elemento de reconciliación de los franceses. Si el mérito es enorme, las embajadas tienen la potestad de condecorar a ciudadanos no franceses, aunque no lo pongan fácil. Hizo falta la autorización de Emmanuel Macron, el último presidente que desenfundó una sonrisa encantadora que le catapultó hasta el Palacio del Elíseo.

Una distinción de tan elevado grado precisó de un marco que estuviera a la altura y el escenario resultó ser un buque de la armada francesa. El Dixmude, una ciudad flotante, a su vez maquinaria de guerra moderna, a su vez una cubierta con vistas infinitas reconvertida en sala de cóctel. «Estamos en Málaga, tierra a la que usted le tiene gran apego. Es usted un servidor del interés común. Fue protagonista durante la transición como diputado por Málaga», precisó Saint-Gours. A su lado, un De la Torre exultante como un astrólogo que acaba de ponerle nombre a una estrella. Prosiguió el diplomático resaltando el esfuerzo de De la Torre por traer el Pompidou a Málaga y llegó a decir que representaba uno de los mayores actos de colaboración hispano-francesa. Acabó citando al poeta Frédéric Mistral, premio Nobel, en alusión al regidor: «Los árboles de raíces profundas son los que más altos suben». Quizá, un aviso camuflado a navegantes para los que ya vislumbran su techo.

Un reconocimiento compartido

La gratitud por parte de De la Torre fue enorme. Así se lo hizo saber a todos los presentes en un francés perfectamente provenzal. Hubo palabras de reconocimiento para la Alianza Francesa y sus 50 años de lealtad a Málaga. También para el Festival de Cine Francés. «Quiero compartir esta medalla con toda la corporación municipal. Si se cristaliza la tarde, vino, así, De la Torre a defender a la monarquía española en la plaza de la Constitución para recibir uno de sus mayores honores en suelo republicano. Lo espumoso también debe ser esto.