La sensación de amplitud, en su caso, debía de ser relativa. La Costa del Sol, en esas décadas, no estaba sembrada de edificios. Proliferaban los montes, el verdor a trasquilones del campo Mediterráneo. Una perspectiva bastante más limpia que la actual, pero que para gente como los Von Thurn und Taxis no representaría mucho más, al menos, en cuanto a sus dimensiones, que una agradable estancia junto al jardín en la residencia de verano. Los Von Thurn und Taxis tenían en propiedad una de las mayores colecciones de bosques de Europa. Mansiones con más de medio millar de dormitorios, joyas que pesaban más que rinocerontes, títulos, empresas. Cosas, en definitiva, frente a las que las escalas retroceden. O, como mínimo, se estrechan hasta borrar toda huella de asombro. Incluso, con el auxilio del mar, con sus galerías de ampliaciones.

Es más que probable que no fuera por las playas. Ni tampoco por la vecindad con La Alhambra, ni por la excitación de los bandoleros. Si Marbella no hubiera sido ya en ese momento la otra Marbella, la de los inventos turísticos de gente como los Hohenlohe, quizá nunca se habría visto aparecer a la pareja de aristócratas. Por supuesto no en las fiestas, que para ellos es difícil que tuvieran otro atractivo que no fuera el social. Muy distinto en sus intereses de entonces al que deslumbraba a las buenas familias españolas. Los Von Thurn und Taxis, buscaban algo radicalmente diferente al sonido de los tenedores de plata; la mezcla única de compañeros de escudo, de nobles, con famosos de las artes y profesionales de la extravagancia. Maestría en la que ambos también destacaban como invitados imprevistos y especiales.

De los gustos de Johannes y su entonces jovencísima mujer, Gloria, la llamada princesa punk de Vanity Fair, daban cuenta las crónicas de sociedad. Y al mismo tiempo otras fuentes menos predecibles como los diarios de Andy Warhol y los atestados policiales. Eran juerguistas, cachondos, millonarios de frivolidad suntuosa. Ella con su cresta muy de novia de Sid Vicious, él con un pasado en el que se entreveraba la ambigüedad sexual con las escándalos y las bromas a reinas. Y con un historial conjunto que no escatimaba en detalles. Lo de la princesa Letizia y Los Planetas quedaría en lo que realmente es: un chascarrillo insustancial. Gloria, la princesa Von Thurn und Taxis, futura íntima amiga de Ratzinger, le había pegado a todo antes y después de casarse: incluso a las drogas y al show de David Letterman, donde llegó a aparecer imitando los ladridos de un perro. Y eso, que, en su caso, no funcionaba la radical discriminación de la ley morganática. La aristócrata punk, antes de intimar con Johannes, ya era condesa.

El matrimonio en nada los cambió. Seguían comportándose, al menos, en los primeros años, con la misma ligereza. De nada servía que a Gloria la tildaran de arribista; su cresta, y su tendencia al cachondeo, que ahora considera venial y sin lastre, se mantenían sin cambios. Y más en Marbella, donde los amparaba hasta el reparto. El empresario Khassogui, que era habitual en sus fiestas, su primo el conde Rudi, los Hohenlohe. Y también, de manera ocasional, el rastro de amigos menos evidentes como Prince o los miembros de los Rolling. Los Von Thurn und Taxis tenía también su paraíso en la costa. Y más, concretamente, en el Marbella Club. En un primer momento en el formato díscolo que les daría más fama. Y, posteriormente, tras la muerte de Johannes, en una alternativa menos hiperbólica.

Las fiestas, las villas repletas de gente de la zona noble de la farándula y de príncipes destronados y excéntricos, se quedaría sepultada, en cualquier caso, en esa época. Ya hasta la princesa punk está reformada. Después de salvar las deudas de su familia y mantener el imperio, uno de los más elevados de Europa, Gloria, la viuda del príncipe Von Thurn und Taxis, cambió en gran parte los lugares de moda por los palacios alemanes y las citas religiosas en el Vaticano. Desplomado el cardado, el inclinado rascacielos, se desvaneció todo lo que había de hedonismo despendolado. Incluida la propia idea de Marbella; de aquello, de las fiestas, quedaría únicamente un aroma autoindulgente a pecado de juventud. Dice la princesa que ella fue siempre más de Pink Floyd que de Sex Pistols, pero que sentía atracción por las medias y los peinados estrafalarios. Ahora, el esperpento, aparece en sus opiniones. En una entrevista concedida en 2014 al diario ABC justificaba su feroz activismo en contra de la eutanasia. «Si un anciano quiere morir, no es necesario que lo matemos. Le voy a dar un ejemplo real. Cuando Otto de Habsburgo ya estaba muy enfermo, dejó de comer y beber. Así murió». Resulta cada vez más claro que hay personas que nunca debieron abandonar el gin-tonic. Los Von Thurn und Taxis, secundarios de lujo, orbitando por un tiempo ya caduco; el de las grandes fortunas y las fiestas irrepetibles, la Marbella de Khassogui, de los cantantes.