La fotografía de contraportada de uno de sus libros le llevó «una mañana entera en el malecón de la Habana, esperando a que pasara un coche blanco americano y a que se vieran las olas, como en las películas». «A veces tirabas y a lo mejor pasaba una moto, así que tirabas otra vez. En total tiré nueve rollos de película y hasta que vine a Málaga no supe que la foto estaba hecha», recuerda Juan Miguel Alba.

Este malagueño de 62 años ha formado en más de tres décadas a alrededor de 1.500 fotógrafos y los premios obtenidos por él rondan el medio millar.

Nacido en la Victoria, tras acabar el colegio en los salesianos sus padres le animaron a sacarse una oposición a un banco, «y así ingresaba dinero en casa». Curiosamente, fue a través del entonces Banco Bilbao que el joven de 18 años se tropezó con la fotografía. «Había un concurso de fotos para empleados y así empecé. Y ya me metí en un curso de fotografía por correspondencia, que recuerdo que si tenías una duda, te contestaban por carta y tardaban un mes».

La vocación por la fotografía prendió con fuerza en este joven que, hasta entonces, era aficionado a grabar películas de Super 8. Como destaca entre risas, su primer laboratorio fotográfico lo montó en casa de su abuela, «y mira por dónde, me di cuenta de que cuando revelaba negativos, si tocaban el timbre de la casa había una extraña conexión, se encendía la luz y me velaban aquello».

Por cierto que su primera cámara fue una Konica «que compartía con mi primo, hasta que le compré su parte y me la quedé». Y mientras seguía el curso por correspondencia, en el que sacó matrícula de honor, confiesa que «luego no sabía hacer las fotos que veía en las exposiciones», así que aprovechaba para preguntarle a los fotógrafos «que quisieran contarte algo».

Eran los finales de los 70 y el comienzo de los años 80 y en la Málaga de entonces «no había nada de fotografía ni de asociaciones», así que las exposiciones a las que asistía siempre se celebraban fuera de su ciudad natal.

Y sin embargo, perseveró. El horario del banco, que le dejaba las tardes libres, le permitía dedicarse a una vocación cada vez más creciente que hacia 1982 le deparó su primera exposición individual en el desaparecido pub El cantor de Jazz de calle Lazcano. Dos años más tarde fundó el famoso grupo fotográfico Aula 7, del que luego se desvinculó. «Éramos siete u ocho fotógrafos de Málaga con la idea de aglutinarnos para hablar de fotografía y hacer actividades», cuenta.

Además, ya en la llamada Fotoescuela Aula 7, en la calle Méndez Núñez, empezó a enseñar fotografía, hasta que se independizó en 1993, al fundar el taller F11 Fotografía en la avenida de Juan XXIII. Desde 2010, imparte clases en Torre de Benagalbón.

La entrega de Juan Manuel tuvo su recompensa porque la Federación Andaluza de Fotógrafos le entregó en 1993 el premio al mejor fotógrafo andaluz y eso le llevó a realizar exposiciones por toda Andalucía.

El Aqüeducte

De entre esos cerca de 500 premios conseguidos a lo largo de su carrera, el más relevante ha sido el premio Aqüeducte, un certamen internacional celebrado en Cerdañola (Barcelona), en el que participaron fotógrafos de 60 países con 6.000 fotografías. Con el lema El Hombre, protagonista del siglo XX, el fotógrafo malagueño venció en varias categorías y fue el ganador absoluto. «Para mí es el que tiene más importancia», cuenta. Juan Manuel participó con un ramillete de fotos tomadas en rincones tan dispares como Úbeda, Cuba o Marruecos.

A partir de mediados de los 90 inició una trayectoria de fotógrafo de viajes que todavía continúa y que le ha llevado a visitar países como Venezuela, Haití, la India, Vietnam, Cuba en diez ocasiones o Etiopía. De la isla hermana de España señala que «es el paraíso fotográfico, puedes hacer las fotos que quieras sin problemas y la gente es muy amable, aunque ya se está metiendo mucho turismo americano y la cosa empieza a cambiar».

Además, sus viajes a Cuba le permitieron forjar una buena amistad con el famoso fotógrafo del Che Guevara, Alberto Korda, con quien posó en una foto poco antes de su muerte, en 2001. Del recordado Korda conserva en su estudio la fotografía dedicada por él del Che.

Aunque a muchos viajes le ha acompañado Mati, su mujer, suele viajar solo, «porque desde que salgo por la mañana temprano hasta la que me acuesto estoy haciendo fotos».

Han sido precisamente los premios conseguidos los que, con su importe, le han permitido estos viajes fotográficos, que además de en exposiciones se han convertido en cinco libros, uno de ellos sobre 15 años de viajes.

En su último viaje, el año pasado, cuando regresó a Etiopía para visitar una zona que no conocía, fotografió a la primitiva tribu Surma. «Es una zona un poco complicada porque no hay infraestructura alguna. Te tienes que llevar tienda de campaña y cocinero». En cuanto a los nativos, cuenta que, nada más llegar al poblado, «tienes que pactar todas las fotos y pagarlas a quien se la haces; no te escapas de ninguno», ríe.

Su trabajo en el banco, aunque no le gustaba, confiesa que era «lo que me daba de comer», pero con 51 años decidió prejubilarse y equilibrar su presupuesto con las clases de fotografía y la participación en los concursos. «La vida es muy corta y lo que me gusta es disfrutar de la fotografía», resalta.

La prejubilación le permitió además reciclarse a fondo para el «salto digital». Con respecto a los retoques fotográficos, es partidario de «dejar la fotografía como estaba». «Hacer el mismo proceso que con la fotografía analógica: si en analógico tengo que oscurecer el cielo y le doy más tiempo de ampliadora, en digital se hace pero de otra manera». Lo que no ha abandonado son los carretes clásicos, con la salvedad de que antes, en sus viajes, podía cargar con un centenar, «y ahora uso 20 como mucho».

Con una carrera tan larga y exitosa a sus espaldas, se enorgullece de haber dado a clase a esos cerca de 1.500 alumnos, muchos de los cuales son hoy grandes fotógrafos.

En la actualidad, está espaciando los cursos y talleres que ha impartido por toda España y cierra proyectos fotográficos para dar lugar a futuras exposiciones y libros.

En unos días, por cierto, volverá a su querida isla de Cuba, en esta ocasión para fotografiar a los guajiros, a los hombres del campo, en una zona todavía sin turistas.

Juan Miguel Alba apostó por la fotografía y ganó con creces.