Los hoteles de Málaga se encarecen. A un ritmo lo suficientemente festivo como para no atraer malos augurios ni evocar fantasmas de otro tiempo, cuando la crisis obligaba a operar con las tarifas casi tocando fondo. El buen pulso de la demanda, que en la capital nunca ha dejado de crecer, ha acabado por envalentonar a los empresarios y permitirles girar la palanca que tanto se resistía en el resto de la Costa del Sol: la de moderar los descuentos y alcanzar unos valores medios en consonancia con la reputación creciente del destino en España y en Europa.

La ciudad, en cuanto a precios, no se ha vuelto una plaza disparatada. Pero sí con la autoestima restituida, lo que le permite vender sus camas con una suficiencia que cada vez va entendiendo menos de parones invernales y de temporadas bajas. Según el índice que emplea Trivago, uno de los mayores buscadores y canales de reserva online, Málaga salió al mercado en octubre situando sus habitaciones dobles en un promedio de 105 euros. Una cifra que hace tan sólo cinco años habría superado la de agosto. Y que convierte a la ciudad en la octava capital turística más cara del país, aunque todavía por debajo de puntos como Madrid o Barcelona.

La evolución, de acuerdo con la estadística comparada de la firma, es indudablemente ascendente. Y refleja algunos de los fenómenos que han permitido al destino desembarazarse de las antiguas rémoras que persiguen a las localidades de referencia del turismo de playa. Si en el conjunto de la Costa del Sol el verano ha dejado de circunscribirse a los tres meses que marca el calendario, en Málaga la generosidad es todavía más amplia, elevando la exigencia de periodos tradicionalmente más átonos. Que octubre funcione con tarifas por encima de los cien euros no es casualidad; responde a una inercia positiva, extraída de una capacidad competitiva cada vez más alta.

De los datos compilados por el buscador, se desprende que la subida, al menos este curso, ha sido constante. A falta de sumar noviembre y diciembre, la capital acumula un crecimiento sostenido del 12,2 por ciento respecto al mismo periodo del pasado ejercicio. La media del curso apunta a 109,5 euros por reserva, con un pico claro, el de agosto, que supuso que las tarifas se elevaran hasta los 142. Son números que empiezan a alejarse con contundencia de los del curso anterior, por no hablar de 2015, cuando el promedio a estas alturas de la temporada estaba en poco más de 84 euros, un 29 por ciento más bajo.

El encarecimiento registrado en la planta hotelera, que marca habitualmente los tiempos en cuanto a rentabilidad, se aprecia todavía más si se toman de referencia los resultados de 2011; un curso que, para el sector turístico, sirvió de bisagra entre la parte más sangrante de la crisis y el inicio de la recuperación de la demanda. Cotejar el índice con el actual es casi poner a discutir dos realidades incompatibles desde el punto de vista monetario. El incremento, en cualquier caso, respecto a esa época ya va por los 27 euros de media, un 32,5 por ciento.

La progresión de las tarifas durante este ejercicio invita a pensar en un horizonte sin freno, acomodado año tras año en una escalada que parece no avistar su último tramo. Sin embargo, y una vez más, la confrontación con otros destinos sirve para pinchar cualquier tentativa de burbuja hipotética. Los precios de Málaga, aunque en ascenso, no parecen desentonar con la demanda ni con las tarifas que exhiben otros grandes destinos de España. Es más, lo que hace es corroborar precisamente eso, que la capital ha dejado de ser comparsa y figura ya con argumentos y con una imagen afianzada entre los diez puntos con más tirón entre las capitales del país.

Aunque más reducida a partir del mes de abril, la variedad de los precios medios va desde los 84 euros de abril a los referidos 142 de agosto. Nunca antes en esta década la ciudad había mantenido en octubre unas tarifas tan elevadas. En agosto de 2014, por ejemplo, el mismo buscador se hacía eco de una media de 101 euros, más baja que la que exhibe actualmente para un trimestre, el del cierre del curso, que siempre se ha considerado en las fronteras con la clausura estacional del negocio.

El estirón de los últimos años ha permitido a los hoteles de Málaga competir con unos valores que, si bien distan mucho de ser los más altos, rebasan ya los de ciudades con gran predicamento turístico como Marsella, Liverpool, Budapest, Mónaco y Atenas.

La variable de los precios es especialmente significativa a la hora de evaluar la marcha del sector, ya que se trata de uno de los indicadores que quedó más retratado por la crisis. Especialmente, en los municipios de mayor oficio de la Costa del Sol, que se vieron obligados a lanzar grandes ofertas y reducir las ganancias al mínimo para evitar males mayores en las cuentas finales de resultados. La rentabilidad, de manera cada vez más meridiana, regresa a las empresas turísticas de la provincia y de la capital. Hasta el punto de parecer inaugurar una nueva edad de oro. De momento, en la ciudad, ya van doce puntos más que en 2016.