La Constitución del 78 comienza a desarrollar las primeras leyes orgánicas educativas. La de la UCD ni siquiera llega a entrar en vigor. Pero la LODE de 1980 y su progresiva aplicación, así como el nuevo reglamento de conciertos educativos, suponen no solo un cambio en la organización escolar, sino también en las relaciones y acuerdos Iglesia-Estado. Por entonces aún se mantenía la actividad de las escuelas rurales, que se integraban en el Patronato Mixto de Educación Primaria.

En realidad, y como recuerda el cardenal Fernando Sebastián, la llegada de la democracia provocó el cambio de todas las leyes, y no sólo en el campo de la enseñanza. « Era preciso hacer una reorganización general para situarnos adecuadamente en la nueva sociedad». Pero no solo habían cambiado las leyes, sino Málaga en su conjunto, la demografía, la situación de los pueblos, la formación de nuevos barrios en la ciudad, el nivel cultural de la población...

«Todo el conjunto de la situación aconsejaba un replanteamiento general para dar consistencia y garantizar la continuidad de una realidad tan importante en la acción pastoral de la Iglesia y en el servicio cultural y educativo a las familias y a la sociedad malagueña», señala Sebastián, que en 1992 era administrador apostólico de la diócisis, precisamente cuando nace la Fundación Diocesana de Enseñanza Santa María de la Victoria, inmersa en la celebración de su 25º aniversario.

Esta institución nace como tal el día 1 de noviembre de 1992. Y es heredera directa de esa importante obra educativa impulsada por el cardenal Herrera Oria a partir de 1952, que envió una auténtica legión de maestros a los pueblos, la mayoría mujeres, para hacer accesible el derecho a la educación a todos, aunque vivieran en el campo, en las zonas menos accesibles y más diseminadas.

«Las escuelas rurales es lo mejor que se ha hecho en Málaga», afirma muy emocionada Elvira Bravo, que fue primero alumna en Los Montesinos y después maestra rural, encontrado su vocación «al ver el bien que hacía la profesora». «Me dí cuenta de que si no llega a ser por ella, no habríamos salido nunca de ser analfabetos, de no saber nada. La escuelas rurales lo fueron todo para nosotros. Quería ser igual que ella y enseñar a gente que no sabía», señala.

Llegó a haber 265 escuelas rurales con unas 200 maestras y unos 50 maestros. Además de enseñar, tenían por misión primordial evangelizar en aquellas zonas en las que se incardinaban, como se ponía de manifiesto en su concepción de «capilla-escuela». Para desarrollar toda esta labor, los docentes tuvieron que formarse y especializarse.

Y sus jornadas eran maratonianas. Por las mañanas, de 9.00 a 14.00 horas, daban clase a los niños en aulas unitarias de hasta 45 alumnos de todas las edades; por las tardes, de 16.00 a 18.00, a las chicas de 12 a 14 años que ya no querían estudiar, les enseñaban corte y confección, bordado y otras tareas propias del hogar; y de noche, a las 20.00 horas, comenzanban las clases para adultos.

«Eran años en los que el maestro lo era todo. Era muy respetado y considerado», indica Josefa Espejo, que fue inspectora de las escuelas rurales. «Ejercían su labor en zonas muy pobres, diseminadas, donde no había carriles, ni luz, ni agua, ni teléfono, ni comunicaciones. Todo esto fue promovido por ellos. Llevaban a la gente, les orientaban para resolver sus problemas de la vida cotidiana. Desde escribir una carta, hasta solicitar el ingreso en el hospital», asegura.

La preocupación de la Iglesia por la educación es antiquísima. Los colegios diocesanos tuvieron su origen, a su vez, en el obispo Juan Muñoz Herrera en 1909, cuya labor fue proseguida por el santo obispo de la Eucaristía y de la educación, Manuel González García. Sin embargo, el impulso definitivo se los dio Herrera Oria en un contexto ciertamente limitado, con elevadísimas tasas de analfabetismo que afectaba a más del 70% de la población de la provincia.

«Don Ángel pensaba que no podía anunciar la Palabra de Dios a un pueblo que no conocía la palabra escrita», resume Francisco José González Díaz, ideólogo de la Fundación, de la que fue secretario técnico hasta 2015, miembro del Patronato y asesor jurídico desde entonces hasta hoy.

Además del antiguo Patronato Mixto de Educación Primaria, que dependían del Obispado y del Ministerio, la Fundación de la Victoria fue fruto de la fusión y transformación en una única organización del Patronato Diocesano de Enseñanza (colegios diocesanos de Málaga y Marbella) y Patronato de Santa Rosa de Lima (Centro de Bachillerato). «Es imprevisible saber lo que hubiera pasado si no se hubiera creado la Fundación, pero lo más seguro es que todos estos colegios hubieran desaparecido», reconoce González Díaz. «Pivotaba todo sobre el delegado diocasano de enseñanza y, la verdad sea dicha, García Mota estaba desbordado», admite.

González Díaz trabajaba para el Obispado. Estaba haciendo entonces su tesis doctoral en Derecho, con la idea de promocionarse como profesor universitario. «Esa condición de estar trabajando en la diócesis, conocer el problema de los conciertos educativos, me hace que dedique mi tesis al Patronato Diocesano de Enseñanza como ejemplo de la nueva regularización de los centros concertados». Y es por eso que es al primero que le consulta el prelado Ramón Buxarráis, aunque tras su renuncia y traslado a Melilla, es Fernando Sebastián quien culmina esta labor.

«Hicimos estatutos, se aprobaron, se eligió la Fundación y la inscribimos en el registro de entidades religiosas del Ministerio de Justicia, que en aquella época no admitía la inscripción de cualquier cosa. Y una vez erigida, pegamos a la puerta de la Junta», recuerda.

¿Por qué fue necesario integrar en una Fundación a los distintos patronatos educativos de la Iglesia en Málaga? «No es que fuera necesario. Nadie nos obligaba a hacerlo, pero en aquel momento todos los responsables de la actividad educativa de la diócesis lo veíamos muy conveniente», señala Fernando Sebastián.

A lo largo de los años la situación de la provincia había cambiado mucho. En esas zonas rurales atendidas por las escuelas había disminuído la población-el nivel de instrucción había crecido gracias a la labor de estos maestros y esto animó a muchas familias a mudarse fundamentalmente a la capital y a la Costa y a ganarse la vida lejos del campo y la actividad agraria-, en otras habían aparecido centros públicos, las personas que las sostenían se habían hecho mayores, habían cambiado también las leyes laborales, había ya un nuevo marco legal para la enseñanza; «por todo ello, para asegurar la continuidad de aquella gran creación educativa, cultural y evangelizadora, era preciso hacer un esfuerzo de reorganización y de puesta al día de todo el conjunto», admite el ahora cardenal Sebastián. Así que se decidió crear una nueva entidad jurídica «que nos permitiera actualizar y mantener en conjunto todo lo que siguiera teniendo vigencia en aquel momento y para el futuro, y situar a todas las personas afectadas en un marco legal adecuado», añade.

Así nació la idea de la Fundación, ya que parecía evidente que una sola fundación como titular de todos los centros y empresa unitaria tenía más posibilidades para llenar todas las exigencias administrativas, laborales y pedagógicas que el proyecto llevaba consigo en el marco legal de aquel momento. «Gracias a Dios, contando con la buena voluntad de las personas interesadas, pudimos llevar a cabo nuestra idea y el tiempo ha demostrado el acierto de aquella operación. Lo demás es mérito de las personas que han llevado adelante el proyecto durante estos 25 años», concluye Fernando Sebastián.

En la actualidad, la Fundación Victoria cuenta con 29 colegios distribuidos por la provincia de Málaga y uno en Melilla, atendidos por 700 profesionales, y en cuyas aulas estudian más de 7.000 alumnos, abarcando todos los ciclos de la educación reglada (Infantil, Primaria, Secundaria, Bachillerato). Además, cuenta con tres escuelas complementarias: música, deporte e idiomas donde estudian otros 1.600 alumnos.

«Esto ha tomado volumen. La Fundación está haciendo una labor increíble y ha asumido la titularidad de centros en manos de religiosas que habrían desaparecido, como el Divina Pastora, de Capuchinos, o el de las Hijas de la Caridad de Fuengirola», añade González Díaz.

«Hace 25 años, España era otra, Andalucía se abría el mundo con la Expo del 92. Recuerdo esos años con gratitud, fueron intensos, laboriosos, duros, pero los vivimos con mucho entusiasmo. Y recuerdo especialmente la generosidad de todos para que la Fundación pudiera nacer y crecer», concluye José Antonio Sánchez Herrera, actual presidente y miembro del Patronato desde sus inicios.