Litros y litros de agua, comer en abundancia, estar cansado y perder peso. Eso son algunos de los síntomas que pusieron en alerta a Sandra y Alicia, dos madres que, preocupadas por cómo se encontraban sus hijos conforme pasaban los días, no dudaron en ir al médico hasta dar con lo que sucedía: Rubén de seis años y Lucía, con poco más de tres, debutaban como diabéticos.

Hoy es el Día Mundial de la Diabetes, una enfermedad crónica que solo en la capital malagueña afecta a 2.500 niños -con edades comprendidas entre los 0 y 14 años-, según los datos de la Asociación de Diabéticos de Málaga (Adima). Diabetes de tipo 1, también conocida como diabetes infantil o juvenil, que se caracteriza por dejar de generar insulina el páncreas. La tipo 2 es habitual en las personas mayores, cuando el páncreas comienza a fallar y requieren de una ayuda externa -pastillas- para mantener la insulina en los niveles adecuados.

«Lo primero que tuve es un gran sentimiento de culpa. Pensaba que había hecho algo mal». Eso fue lo que sintió Alicia Guerrero, cuando, hace cinco años, le dijeron que su pequeña de tres era diabética. A pesar de ser auxiliar de enfermería y conocer la enfermedad por antecedentes en personas mayores de su familia, reconoce que se le hizo un mundo. «Estuvimos una semana en el Materno Infantil. Estabilizaron a la niña y nos explicaron cómo había que hacer las pruebas de glucosa, cómo contar las raciones y los hidratos de carbono...». Una formación básica que administra el centro hospitalario cuando un menor debuta y que se hace vital para los padres. «Lo peor fue al salir del hospital. Tardamos dos horas en comprar cuatro yogures», recuerda.

Ahora está superado, la familia al completo está adaptada a lo que entonces era una nueva situación pero el principio fue duro. «Desde muy pequeña Lucía sabe hacerse la prueba y aunque yo fui durante algo más de un año al recreo para controlarla a la hora de comer, ella tenía ya algunas nociones», explica su madre. Y es que Lucía se incorporó a Infantil en cuestión de dos semanas y, aunque se suponía que los profesores tenían conocimientos, ni la propia familia sabía cómo respondía el cuerpo de Lucía a las subidas y bajadas de azúcar. Ahora utiliza la bomba de insulina, una opción cómoda para Lucía que solo tiene que cambiar cada tres días.

Rubén, de 12 años, en cambio, se hace la prueba y se pincha cada vez que come. Debutó con seis años y al poco tiempo ya estaba él mismo haciéndose cargo de todo. Los dolores de barriga y la pérdida de peso fueron algunos de los síntomas que hicieron que Sandra Martín, también presidenta de la asociación Adima, visitara al médico. Ahora recuerda aquel momento como volver a salir con un recién nacido en brazos. «Salimos con todo el miedo del mundo», sentencia. Sin embargo, Rubén ya es conocedor absoluto de su cuerpo y sabe cómo reaccionar ante todas las situaciones. «Se hacen un poco más responsables cuando pasa algo así», explica su madre, quien recuerda que el colegio se volcó por completo para ayudar a Rubén y fue él, con ocho años, cuando al regresar de una convivencia decidió pincharse él solo.

La Delegación de Educación de la Junta de Andalucía, por su parte, asegura que existe un protocolo de actuación para informar y formar al profesorado cuando un menor debuta. Una intervención que se ha intensificado a partir del curso 2015-2016 con la coordinación con el Materno Infantil a través de un procedimiento de comunicación entre los médicos escolares y la Unidad de Diabetes Infantil. Formar para saber hacer el control glucémico diario del niño o saber cómo actuar en casos de hiper o hipo glucemias son algunas de las pautas que reciben los profesores cuando se informa de que un niño en clase ha debutado. Sin embargo, desde Adima aseguran que esta formación es insuficiente y reclaman la figura de una enfermera en los centros educativos. «En una clase puede haber un niño intolerante a la lactosa, diabético, hiperactivo, celíaco... Es necesaria esa figura», resalta su presidenta. Se trata de una de las peticiones que trabajan desde las asociaciones para que se haga realidad.

Rubén y Lucía son dos niños más. Hacen ejercicio, van a cumpleaños y comen cuando encarta algún que otro dulce. Estas dos familias aseguran que son sus propios hijos los que, concienciados con la diabetes, no piden más dulces de la cuenta. Sus amigos, todos compañeros de clase, y sus hermanos son conscientes de la situación y ayudan a todo lo que pueden, una situación que sus padres valoran y los involucran para que se familiaricen con el aparataje y sepan qué hay que hacer.