La última de las guerras africanas, la campaña del Rif de los años 20 del siglo XX, vuelve a formar parte de las conversaciones domésticas gracias a una conocida serie de televisión. En aquellos tiempos convulsos, tras la derrota de Annual y la amenaza firme de las cabilas rifeñas sobre Melilla, la ciudad de Málaga se convirtió en el puerto principal de abastecimiento de tropas, víveres y repuestos hacia el norte de África. Un pequeño incidente, ocurrido el 23 de agosto de 1923, se convirtió en noticia nacional en un momento de gran inestabilidad política y enorme sensibilidad de la sociedad española hacia el coste económico y humano de la campaña del Rif. En efecto, en aquella tarde agosteña se produjeron los «sucesos de Málaga», recogidos en portada por toda la prensa nacional. Las fuentes son muy diversas: ABC, La Correspondencia de España, El Imparcial, La Libertad, Heraldo de Madrid o El Sol. No hay rastro de los principales medios malagueños de la época (La Unión Mercantil y el Diario de Málaga), pero es obvio que los periódicos de Madrid se nutrían de la información que recibían de sus colegas de Málaga. Así, los artículos publicados en La Vanguardia, por ejemplo, estaban firmados por Alfaro. No podía ser otro que Pedro Alfaro Gutiérrez, director de La Unión Mercantil, convertido en corresponsal improvisado del diario barcelonés en nuestra ciudad.Los hechos

Tras el desastre de Annual, en julio de 1921, tumba del malagueño Comandante Benítez en la posición de Igueriben, la respuesta social a la guerra de Marruecos había ido aumentando. Si bien hasta entonces muchos políticos e intelectuales habían sido más o menos neutros, más o menos cautelosos en sus posicionamientos, destacando el periódico El Socialista por sus posiciones firmes contra una guerra que, de nuevo, sacrificaba a los más humildes para defender los intereses económicos de una minoría muy poderosa, la masacre de Annual supuso un punto de inflexión en cuanto a la visión social de la guerra: más de diez mil soldados españoles murieron por la desastrosa capacidad militar y estratégica de los generales que les mandaban, y la propia ciudad de Melilla se vio amenazada por los rifeños de Abd-el Krim. La sombra de la Semana Trágica de Barcelona de 1909 es alargada, y se temen disturbios, o incluso una gran revuelta colectiva. La situación política es muy delicada. Eduardo Dato había sido asesinado en marzo de 1921, y se sucede gobierno tras gobierno en un momento sin mayorías absolutas, en plena descomposición del régimen político de la Restauración.En esas circunstancias se movilizan tropas de toda España para tratar de contener la situación. El puerto de embarque es Málaga, por razones obvias, lo que proporciona un importante volumen de actividad económica a la ciudad. La tarde del 23 de agosto de 1923, 700 soldados del Batallón Garellano deben embarcar en el vapor Lázaro. Han seguido la ruta habitual: viaje en tren desde Madrid, llegada a Málaga, recepción de la paga y disfrute por unas horas de la ciudad antes de partir a Marruecos. Una ciudad que recibe con los brazos abiertos a todos estos soldados con dinero en el bolsillo y la muerte en el horizonte.

Soldadesca beoda, ataca

En el cuartel de Segalerva, quizás bebidos, quizás atemorizados, un grupo de soldados se amotina. Un suboficial -José Ordaz, natural de San Sebastián- trata de imponer disciplina y es tiroteado por la soldadesca, que al matarlo sale de estampida y huye en todas direcciones. Hay tumulto y confusión: el tiroteo, las carreras, la presencia en varios barrios de soldados armados y desertores enciende la mecha de los rumores y las noticias confusas. La prensa local se hace eco de ellas y prende la mecha en toda España: «Gravísimo incidente en el embarco de tropa», titula ABC el 24 de agosto. Grupos de soldados se niegan a embarcar en Málaga para Melilla, es el titular de La Correspondencia de España. Todos los ojos, en todas partes, miran de repente hacia Málaga, donde un pequeño motín de soldados borrachos y la confusión posterior pueden estar prendiendo la mecha de una sublevación a gran escala. En Madrid saltan las alarmas.

Escenarios familiares

Mientras tanto, en Málaga, las noticias de la época permiten reconstruir los hechos con cierta fiabilidad. Como cabecilla queda señalado el cabo Sánchez Barroso, miembro de una compañía de ametralladores del regimiento Navarra. Sánchez Barroso es gallego, y el destino quiso que naciera en la pedanía pontevedresa de El Burgo, homónima del pueblo malagueño donde había nacido el heroico comandante Julio Benítez. Quizás quedase señalado por ser el único suboficial que participó en la algarada, quién sabe. El caso es que, tras disparar y matar a José Ordaz, un grupo de soldados, en torno a un centenar, huye y se dispersa por la ciudad.

Algunos se dirigen a los cuarteles de Capuchinos y de la Trinidad, al parecer con ánimo de unir a otros soldados a la causa. Pero el mando reacciona con eficacia y celeridad y les persigue. Los amotinados son pocos, y la mayor parte de la tropa, casi 500 soldados, embarca esa misma noche en el vapor Barceló, que lleva el correo a Melilla y que retrasa su salida esperando a los militares. Poco a poco los huidos van cayendo. Interviene el propio ejército, y también la guardia civil, que es la que vigila en el puerto el embarque de las tropas. Los medios recogen noticias que suceden en escenarios familiares: el puente de Armiñán, los cuarteles ya citados, el barrio del Molinillo, el puente de Tetuán. Se detiene a varios soldados en la ermita de la Zamarrilla. Y también sabemos que otros buscaron refugio en la casa de socorro que había en la calle Mariblanca, y que estuvo operativa hasta muchos años después. Mención aparte merece el superior de los salesianos, que animó a entregarse a quienes se habían escondido en San Bartolomé, origen del actual colegio que mantiene la orden en Málaga, al final de la calle Eduardo Domínguez Ávila. También en El Palo, Churriana («en una casa de mala nota») y otras zonas fueron detenidos poco a poco los rebeldes, en un goteo constante, restableciéndose el orden en la ciudad en un plazo muy corto de tiempo. Aunque los últimos soldados huidos tardarían unos días en ser localizados y detenidos -uno de ellos lograría llegar hasta un pequeño pueblo de Toledo, donde se entregó agotado-, lo cierto es que las autoridades militares actuaron con diligencia y pericia. Las noticias del motín ocuparon las portadas de toda la prensa española de la época, pero de la misma manera que la alarma inicial llevó los sucesos de Málaga a sus portadas, también hay que decir que, una vez que se había contrastado que más que un motín o una rebelión se trataba de una algarada, todo fue perdiendo interés para periodistas y lectores.El insurrecto Barroso

En pocos días la atención mediática se trasladó hacia la cabeza visible de la insurrección: el mencionado cabo Sánchez Barroso, detenido y sometido a un consejo de guerra que podría acabar con una condena firme a muerte. Ya en su edición del 25 de agosto el Heraldo de Madrid publica en su portada un artículo editorial solicitando «piedad para los delincuentes». Descartada la motivación política, desde este medio de referencia, y en previsión de una reacción social contraria a un ejercicio de autoritarismo inoportuno, se aboga por la inteligencia y la moderación: «La disciplina es la garantía esencial del orden jerárquico; sin este orden desaparece la estructura interna de la milicia, que es la causa eficiente de su poder combativo. Pero estamos en momentos críticos. Es mucha la voluntaria efusión de sangre de nuestros compatriotas en los campos de batalla. Cualquiera que sea la discusión entablada sobre la conveniencia de una política belicosa o de una política pacifista, los soldados españoles cumplen heroicamente su deber militar y saben morir... para que España viva».

Ni uno sólo de los periódicos madrileños expresa una opinión a favor del rigor disciplinario, aunque ninguno es tan contundente como el Heraldo de Madrid, que de nuevo es valiente y honesto en sus posiciones. Los medios viajan a Pontevedra a entrevistar a la madre del prisionero, del que ya se conocen algunos retratos, como el que publica El Sol en su portada del 26 de agosto, obra de Alfonso Sánchez García, Alfonso, uno de los grandes fotógrafos españoles de la primera mitad del siglo XX. En esta tesitura, con los medios abogando por la clemencia, la opinión pública contraria a una posible condena a muerte y la iniciativa de decenas de ciudades -como Castellón, que fue la primera- pidiendo al gobierno el indulto, se celebra el consejo de guerra en el cuartel de Capuchinos, donde el suboficial estaba detenido. Y si bien la primera decisión es la condena a muerte, como no puede ser de otra manera en tiempos de guerra si de un delito de sedición de trata, las pruebas sobre su arma acreditaron que el cabo no había disparado su pistola, lo que le exoneraba de cualquier participación en el asesinato a tiros de su compañero José Ordaz, única y solitaria víctima, a la postre, de aquel estúpido desaguisado.

Con estos argumentos, finalmente el cabo Sánchez Barroso fue indultado, y se presume que embarcó rumbo a su destino militar en Marruecos junto al resto de soldados huidos y capturados, y que también temerían por su vida en aquellas horas de privación de libertad y de toma de conciencia de su lamentable proceder. Hubo otras víctimas colaterales de aquellos incidentes que se han podido reconstruir ahora gracias a las crónicas digitalizadas por la Biblioteca Nacional de España, disponibles para todos los investigadores curiosos y pacientes. Por ejemplo, se detuvieron a varios sindicalistas por su presunta animación a la rebelión. Sólo ha transcendido el nombre de uno de ellos, Antonio del Pozo Bermúdez, del que apenas hay más datos en la historia local. Sin embargo, la presencia de sólidas redes anarquistas en Málaga animó a las autoridades civiles y militares a buscar raíces políticas de la sublevación, en un momento histórico -recordemos que Dato había sido asesinado sólo dos años antes- extremadamente delicado y frágil.

La gran víctima de estos penosos incidentes fue la propia ciudad de Málaga. Se decidió, para evitar cualquier posibilidad de motín, trasladar el embarque de las tropas desde Málaga hasta Almería, más tranquila y controlada. Los comerciantes y empresarios malagueños protestaron con vehemencia, pero la suerte estaba ya echada. De esta manera, el dinero fresco de la soldadesca dejó de fluir con la alegría acostumbrada. La guerra siguió su curso, el acorazado España embarrancó a finales de agosto frente a las costas rifeñas y las portadas de los medios cambiaron para recoger el último episodio de incompetencia militar nacional.

El 13 de septiembre, el general Primo de Rivera, con el visto bueno de Alfonso XIII, se hace con el poder político a través de un golpe de estado incruento. Quizás los sucesos de Málaga constituyeran la penúltima gota que colmó el vaso. Nunca lo sabremos. Queda para la pequeña historia de la ciudad la algarada de agosto de 1923, tan alarmante y ruidosa como inofensiva.