Amadou tiene un objetivo marcado en la mente que le impulsa a seguir adelante y la cicatriz de una bala en el brazo que le recuerda de dónde viene. Manuel atravesó un mar en búsqueda de una vida mejor y durante un tiempo lo consiguió. Se enamoró, formó una familia, pero un día, de hace ya mucho tiempo, simplemente lo abandonó todo. Francisco, por su parte, conoció el éxito empresarial y dio empleo a más de cien personas hasta que la caída del último ladrillo de la burbuja le apartó del techo bajo el que vivía y trabajaba.

Estas tres personas, con sus propias historias y particularidades, podrían conocerse porque han vivido durante mucho tiempo en el mismo lugar compacto, gris y frío. También han experimentado las mismas situaciones extremas a kilómetros de distancia de donde nacieron. Y por supuesto no han sido ajenos al rechazo de quienes alguna vez, por miedo o aversión, han evitado cruzarse con ellos. Ellos, los sin hogares, un grupo que cuando no resulta invisible es visto con un pesado estigma que les dificulta abandonar su situación y hallar una salida.

Como Amadou, Manuel y Francisco, en Málaga hay miles de personas más cuyas vidas se derrumbaron de golpe por una serie de circunstancia de los que psicólogos y trabajadores sociales advierten que nadie está exento. Basta que se dé la suma de varios sucesos estresantes, como la pérdida de un familiar, un despido o una enfermedad, para que un día el suelo se abra bajo tus pies y toques un fondo en el que a veces es más fácil seguir hundiéndote que salir de él.

Málaga, una ciudad cuyo clima y localización hace propensa la llegada de personas sin hogar desde todas partes de España y del mundo, es conocedora de la urgente situación que atraviesa este grupo tan vulnerable. Por ello, desde 2010 cuenta con la existencia de Puerta Única, un dispositivo de atención único que organiza y gestiona una red con todos los recursos disponibles en la capital.

«Puerta Única nace de reuniones técnicas con otras organizaciones y de un sentido de responsabilidad por la rentabilidad y eficacia de los recursos existentes en la ciudad», explica la jefa de servicios de Acción Comunitaria y Dependencia del área de Derechos Sociales del Ayuntamiento de Málaga, Auxi Martínez, quien recuerda cómo antes de la aparición de Puerta Única una persona sin hogar podía acudir a varios centros hasta dar con el que podía ayudarle. Gracias a esta iniciativa pionera y precursora de otras en toda España, cualquier persona que lo desee es evaluada para después ser derivada al recurso que mejor se adapte a sus necesidades, como son el Centro de Acogida Municipal, el comedor Santo Domingo y el Hogar Pozos Dulces, entre casi una veintena de lugares que pueden proporcionar ayuda a este sector.

En 2016, el último año del que se disponen datos completos, Puerta Única atendió a 2016 personas a las que prestó una atención social, psicólogica y de mediación intercultural de manera individual. Además, en su plan de acogida intervinieron a 1047 personas, con un total de 3782 atenciones. Por su parte, el perfil de la persona sin hogar es el de varón (77,8%), de nacionalidad española (44,4%), con una edad comprendida entre los 36 y 55 años (51,1%). Desde Puerta Única, apuntan a motivos culturales a la razón por la que el sinhogarismo afecte en tan alto porcentaje a los hombres. «El hecho de que haya en la calle más hombres puede deberse a que las mujeres, por la cultura patriarcal que hemos tenido, tendemos a aguantar situaciones más estresantes que los hombres que han sido educados con más libertad», opina María Tardón, trabajadora sociales de Puerta Única, que ejemplifica esta postura con lo mal visto que durante mucho tiempo estuvo que la mujer tuviera acceso a determinadas sustancias que pueden ser un detonante para terminar en la calle, como las bebidas alcohólicas.

La Unidad de Calle

No todas las personas sin hogar en Málaga conocen la labor de Puerta Única, quieren ser ayudadas o se encuentran atendidas por alguno de los centros que forman toda su red. Para este grupo, el dispositivo cuenta con una unidad móvil que trabaja a pie de calle 363 días al año para realizar un seguimiento regular sobre ellos y hacerles saber que, cuando lo deseen, pueden contar con su ayuda.

«Son ellos los que tienen que tomar la decisión», señala Jesús Postigo, psicólogo de la Unidad de Calle de Puerta Única que desde 2011 lleva recorriendo las calles de Málaga para atender a cada una de las personas que pernoctan en la vía pública. «La clave es la empatía; mostrar interés real por ellos», explica Postigo, en referencia a la forma de interactuar para conseguir que se suban a la furgoneta que les llevará a las oficinas de Puerta Única para que sean evaluadas como paso previo a ser derivadas al centro que mejor se adapte a sus necesidades. Sin embargo, a pesar de que un amplio grupo son receptivos a la hora de ser ayudados, los hay que cuando un miembro de la unidad se acerca a ellos, giran la cabeza, niegan y se alejan.

«Uno de los pilares básicos es el acompañamiento a la persona», señala Tardón. «Nos marcamos el objetivo de que la persona salga de la situación de calle, pero hay que ser realista y entendemos que a veces la persona decide no salir de esa situación por determinados motivos». Estos motivos por los que alguien en una situación tan extrema reniega de la ayuda son, no obstante, demasiado diversos como para sacar un denominador común que explique tal comportamiento: «Puede haber personas que decidan libremente que es su forma de vida, algunas que por motivos de cultura o educación; y otras personas porque sus capacidades pueden estar un poco mermadas y no tienen una red de apoyo amplia que les ayude y les hace creer que no hay alternativa», apostilla Tardón.

El estigma, una barrera

-¿Y por qué te sientes rechazado?

-Porque no me ven como ellos.

La variación de esta respuesta de Amadou que también contesta Manuel es mínima. El estigma de ser un sin hogar es una losa pesada que en muchos casos reafirma la animadversión que algunos de ellos sienten ante la sociedad y mina su moral hasta hacerles muy compleja la reinserción.

«Son personas totalmente invisibles para el resto de la sociedad», dice Tardón. «La gente ve a una persona sin hogar y lo primero que hace es volver la vista; muy pocas se acercan a hablar con ellos a preguntarles cómo están, que es lo que a veces necesitan», explica. «El estigma es muy grande, vemos continuamente en televisión cómo se producen agresiones hacia ellos; la población tiene la idea de que son personas agresivas y problemáticas, pero estadísticamente son personas que reciben más agresiones de las que pueden provocar», recuerda Tardón, para a continuación enfatizar en la necesidad de «concienciar a la sociedad de que tienen una situación que puede darse en cualquiera».La incógnita del futuro

Puerta Única nació cuando la crisis estaba en su punto más dramático y millones de personas perdieron su empleo en pocos meses. Ahora, años después, parece que se otean destellos al final del túnel. Sin embargo, el camino que queda por recorrer es todavía demasiado largo para mostrarse optimista, sobre todo, para las personas sin hogar. «Se ve un poco de luz, pero aún se necesita mucho tiempo. Estamos hablando de personas que están en lo más bajo», explica María Luz Alcarazo, coordinadora de Puerta Única.

Quien mejor sabe de este problema y recuperación difusa es Francisco, quien tras años dirigiendo una empresa de gran volumen, en la actualidad, se encuentra en la calle y con las expectativas nulas. «De cara al futuro no tengo ninguna expectativa. ¿Qué expectativa puede tener una persona de un país que no va ni cara al aire, que nos está engañando?», se pregunta Francisco. «Que estemos en la calle no significa que no sepamos lo que está ocurriendo, tal vez lo sepamos mejor que el resto de personas, porque lo vivimos en la calle a diario», apunta con tono indignado. «Perspectivas para el futuro no puedes tener, sólo vivir día a día», concluye.

Amadou Saneare: «Quiero volver a trabajar para ver de nuevo a mi hija»

Amadou Saneare tiene 49 años y una hija huérfana de madre a la que espera ver de nuevo pronto. Llegó a Málaga en 2004 tras huir de Costa de Marfil, donde le pretendían obligar a participar en la «rebelión» que se inició con la guerra civil de su país. De esa época, guarda la marca de una bala que le atravesó el brazo y conserva una espina clavada por no haber visto en 14 años a su hija. Desde que llegó a España, ha compaginado la vida en la calle con algunos periodos compartiendo piso con compatriotas suyos cuando dispuso de trabajo. Ahora, tras haber sufrido una lesión en un empleo en el que su jefe no quiso hacerle contrato, Puerta Única le está ayudando en la búsqueda de un abogado de oficio y, con suerte, en un empleo que le permita ahorrar para ver a su hija.

Abdouramane (Manuel): «No pienso en el futuro, sólo en vivir el presente»

Se llama Abdouramane, pero prefiere que se refieran a él como Manuel. No recuerda exactamente en qué año vino, aunque sí que fue hace varias décadas. Cruzó el Mediterráneo «buscando una vida mejor» y lo cierto es que la encontró en Valladolid, donde conoció a una mujer con la que se casó y tuvo dos hijos. Sin embargo, en algún momento, todo se torció y se mudó a Málaga. Durante mucho tiempo ha trabajado como fontanero y en la construcción, pero desde hace unos años sufre una enfermedad visual que le ha ocasionado problemas de vista y dificultad para trabajar. Manuel es una de esas personas que prefiere la calle, donde no piensa en el futuro, sino «en vivir el presente».

Francisco Martínez: «No me amargué al perder la empresa, ahora tampoco»

Francisco Martínez es un valenciano de 64 años que experimentó en primera persona los fuertes estragos de la crisis. Era autónomo, dio trabajo a cien personas con una empresa constructora y ahora no encuentra para él. Lleva tres meses en Málaga, donde permanece en la calle tras su paso por el albergue municipal. A pesar de su dilatada experiencia laboral, hablar cuatro idiomas y los brotes verdes que cada cierto tiempo se anuncian, Francisco no es optimista de cara al futuro, si bien reconoce que si no estuvo «amargado» cuando lo perdió todo, tampoco lo estará ahora. Asegura que se mantendrá así «hasta que aguante». ¿Y después? No piensa en el después, simplemente en seguir adelante «lo que pueda y cuando ya no pueda más, pues fuera».