Recuerdo perfectamente la primera vez que vi a Antonio Garrido Moraga irrumpir en una de las feas aulas de la Facultad de Ciencias de la Información en Martiricos: se abrió la puerta gris y aburrida de aquel sitio gris y aburrido y entró un señor exuberante y atildado, vestido con unos colores en combinaciones que no habían imaginado aún los de Pantone y rematado todo con una pajarita desafiante. Primero abrió la boca para sonreír tanto que sus ojos se hicieron minúsculos y, después, para demostrar que este hombre era un espectáculo en sí mismo: de saber enciclopédico pero guasa muy popular, lo mismo hablaba en sus clases de Aristófanes que de Marifé de Triana (en realidad, muchas veces sus clases, presuntamente de Lengua, iban de todo menos de eso), Garrido Moraga era lo más parecido a un showman que ha tenido el mundo de la cultura académica y política en nuestra ciudad. Jamás se me olvidará cuando, viendo a lo lejos cómo un ejemplar de Ulises, de James Joyce, coronaba mi pupitre (lo típico de un postadolescente epatante), detuvo su perorata y bajó para decirme (bueno, a todos los presentes): «Espero que sea la traducción de José María Valverde, porque muchas de las otras parece que el libro transcurriese más en el Tivoli World que en Dublín». Como en aquella película francesa que seguro vio el profesor, el corazón se le detuvo este lunes de tanto latir a Antonio Garrido Moraga. Dos meses antes había sufrido una hemorragia cerebral. Exprimió 63 años. Fue docente, concejal, parlamentario, columnista, cofrade, gestor cultural, presentador de televisión y, sobre todo, un fiel degustador de las cosas buenas de la vida.

Pocos años más tarde, convertido yo en un periodista con pocos artículos todavía en su libretilla, le vi en unas pocas ruedas de prensa en las que ejercía como concejal de Cultura, sí, pero sin olvidar el abracadabrante magisterio: entonces no lo sabía pero realmente no es habitual que el edil del ramo sepa más del tema en cuestión que se aborda en ese tipo de encuentros que el actor, director o escritor de turno.

Abandonó Málaga en el 2000 para dirigir el Instituto Cervantes de Nueva York, y allí nuestros caminos se cruzaron de nuevo. En eso que llaman la Gran Manzana, se encontraba pletórico: los colores de sus ropas combinaban mucho mejor con los de la ciudad-icono, porque la Málaga de entonces, la del 2001 (sí, aquello fue un par de meses antes del 11S), no era la de los museos de hoy. Nos invitó a un compañero del periódico y a mí a un restaurante americano («No a un McDonald's, que eso no es un restaurante americano»), y allí conocimos a una camarera de Jerez de la Frontera, una señora a la que Garrido sonsacó su forma secreta de guardar el jamón serrano en sus viajes transatlánticos. El profesor era popular y popular. Y, por la noche, nos llevó a un minifestival organizado por el Cervantes con grupos de rock en español, como Estopa y Los Rabanes: y ahí veía yo a ese hombre, 22 años mayor que yo, sudando como un chaval un ska del grupo panameño. Después, en un momento de la actuación de los hermanos Muñoz se me acercó y me gritó para abrirse paso entre los decibelios: «Esto es lo mejor de la vida: poder disfrutar de Bach y de la rumba». Como le leí ayer a alguien: «Extremadamente culto pero cercano».

Garrido Moraga fue mucho, muchos. Pero, creo, ante todo, eso que dicen «un hombre de la cultura». Quizás fuera el ahora parlamentario andaluz uno de los arquitectos que diseñó el futuro (presente) cultural de nuestra ciudad, ésa que pasó del aburrimiento mortal y del complejo de inferioridad a la explosión y la cabeza alta, orgullosa. En su haber está la creación del Festival de Cine Español, del Museo Municipal, el desarrollo de la Casa Natal de Picasso y la mejora de la programación del Teatro Cervantes, el impulso del Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Málaga y el aumento del presupuesto de cultura (recordemos, insisto, muchos años antes de esta Málaga de los museos de hoy). Una labor que se le reconoce, desde todos los ámbitos: «Adiós sentido a Antonio Garrido Moraga. Profesor, parlamentario, pregonero de la Semana Santa, exdirector del Instituto Cervantes de Nueva York, malagueño de la cultura y nazareno verde», tuiteó Antonio Banderas al poco de conocerse la noticia. Al alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, la noticia del fallecimiento de Garrido Moraga le pilló en el AVE para Madrid, ciudad a la que se dirigía con motivo de la Fitur. En su cuenta de Twitter, De la Torre quiso expresar sus condolencias: «Es una pérdida inmensa para Málaga, para Andalucía y para España. Le echaremos mucho de menos».

De igual modo se expresó el presidente del PP, Elías Bendodo, que a través de su perfil de Twitter, aseguró que su muerte es «una gran pérdida para la cultura y la sociedad malagueña», al tiempo que ha dado el pésame a la familia. «Lamento despedir a nuestro amigo Antonio Garrido, un hombre bondadoso que a todos nos ha transmitido su sabiduría y humanidad. Es una gran pérdida para la Cultura y la sociedad malagueña. Mi pésame a su familia. Descanse en paz».

El director del Festival de Málaga Cine en Español, Juan Antonio Vigar, lamentaba con pesar el fallecimiento de Garrido, a quien había visitado estos días en el hospital y con quien guardaba una gran amistad: «Ha sido una figura clave para la cultura en Málaga. Era un intelectual de gran conocimiento, además de gran impulsor de proyectos de ciudad, como el Festival de Málaga», sostuvo Vigar, quien se mostró sorprendido por la muerte: «Su evolución decía lo contrario. Lo he visitado estos días en el hospital y todo apuntaba a que su recuperación avanzaba». Pero no fue así. Ya no había más que apurar. Terminó la cantata y la rumba. «Bach y la rumba». Perfecta definición de la vida y milagros de Antonio Garrido Moraga.