Son las 10.00 de la mañana y el cielo de Málaga está gris y lechoso. Ignacio Bengoechea entra en su oficina. Es estrecha. Hace ruido. Cambia de ubicación cada dos por tres. Hay que separarse de la familia. Pero las vistas. Las vistas son inmejorables e Ignacio tiene muchas estampas exclusivas grabadas en su retina: mares en calma, nubes negras, puestas de sol, amaneceres lejanos. Si el bolígrafo es la herramienta de los contables, la suya es un fina palanca de mando que requiere mimo y mucha experiencia para domar unos 70.000 caballos de potencia. Ascensión a 10.000 metros en 80 segundos. Posibilidad de romper la barrera del sonido. Potencial para atraer la atención en cualquier reunión de amigos. Ignacio Bengoechea es coronel del Ejército del Aire y está al mando del Dapex-18, un ejercicio de defensa aérea que hará que el cielo de Málaga se convierta en una sinfonía de truenos. Entre el despliegue que se ha trasladado estos días a la base aérea de la capital, destacan 12 cazas F-18 y un helicóptero Superpuma de salvamento. Durante 36 horas, aterrizajes y despegues constantes para configurar una simulación que se realiza en sintonía con las bases de Morón de la Frontera y Albacete. Entrenamiento en paz para el caso de emergencia.

Cuando Bengoechea tire hacia sí la palanca con delicadeza, será uno de los pilotos con más experiencia acumulada. Más de 3.000 horas de vuelo. Han pasado tantos años desde el día de su suelta que a duras penas se acuerda. Málaga es el punto de partida, pero la simulación se desarrollará, sobre todo, en el territorio del Golfo de Cádiz. Un espacio aéreo y una distancia que, subido a un F-18, se hace sentir como un hámster dentro de una caja de zapatos. Los doce cazas aparecen enfilados en la pista de la base aérea como ensartados por una cuerda. De fondo, cada cinco minutos, aterriza un avión tipo Boeing en la pista principal del aeropuerto de Málaga. Si hay que hacer un símil, Bengoechea y su caza son la fórmula uno y la aviación civil sería como conducir un autobús de la EMT.

Pilotos de combate. Hubo un tiempo en el que eran los herederos de Ícaro. Con las alas de sus aviones, en muchas ocasiones, demasiado cerca del suelo. Los que sobrevivieron a las guerras se convirtieron en leyendas. Bengoechea conoce a muchos históricos por su nombre. La leyenda persiste y volar un caza del ejército sigue constituyendo el cénit de la aviación. Top Gun convirtió a los pilotos de combate en estrellas del pop. En un ejercicio como el Dapex-18 no hay cabida para Mavericks envalentonados. Los valores que encarnan los jóvenes pilotos a pie de pista son los inherentes al Ejército del Aire, muy dado a la discreción: disciplina, ambición y camaradería.

Sigue siendo un trabajo soñado. El Ejército del Aire cuenta con muchos hombres. Sólo uno de cada cien, si acaso, llega hasta el cockpit y sigue siendo el oficio más rápido que puede ofrecer España. Bengoechea habla de forma pausada y didáctica. También ha sido instructor. A la hora de explicar en qué consiste el ejercicio, va pasando los power point. Formal y ordenado como el salpicadero en un cockpit. ¿Qué si a los pilotos españoles les gustaría volar más? ¿Esperaría más por parte del Gobierno? Eso es algo que nunca diría en voz alta. Un piloto de élite y representante del Ejército del Aire no se queja. Menos aún, delante de la prensa. Bengoechea no llega al 1,70 metros. La vocación que alimenta desde pequeño se intuye. El corazón lo tiene que tener como un buey. Y un órgano fuerte es algo que se necesita. No sólo para sobrevivir a la formación básica en la Academia General del Aire de San Javier (Murcia). Los pilotos españoles completan el aprendizaje en el extranjero. Algo así como un Erasmus, pero de altos vuelos. «Mandamos a nuestros pilotos a Estados Unidos, Alemania, Francia y, en breve, cerraremos una cooperación con Italia». En la centrifugadora: la cara se te pone como la de un octogenario. Fuerzas hasta nueve G tiene que aguantar el cuerpo. El doble de lo que dan de sí las montañas rusas más extremas del planeta.

El coronel Ignacio Bengoechea y una fila de cazas F-18. Foto: Gregorio Torres

A 20.000 euros la hora

Más de 70.000 caballos y fuego por las turbinas. Los F-18 despegan como cae una estrella fugaz y a los pocos segundos ya se los ha tragado el cielo. No son pocos los malagueños que están haciendo arder las líneas de teléfono. Asustados, que si está pasando algo, ante el vuelo bajo de estos pájaros de metal. «Todo vuelo funciona según unos estrictos parámetros», subraya Bengochea que la defensa del aire es como el aire que se respira: «Lo echas en falta cuando ya no lo tienes».

Unos 20.000 euros cuesta cada hora de vuelo de un F-18. «Aquí no entra sólo el combustible, sino todo el tema de la preparación, mecánicos, trabajo en tierra...», resalta el veterano piloto. El contribuyente no está para tensarlo mucho y también existe la alternativa del simulador. Proyectas la guerra como un juego de ordenadores. No es lo mismo. Los drones aparecen en el horizonte. Cada vez más sofisticados. Pero estos objetos no tripulados rascan en el amor propio de cualquier piloto. Bengoechea asegura que no hay una edad de jubilación como tal. Pero las horas de vuelo se reducen en la medida que aumentan los años. La posibilidad de un accidente, perjura, es extremadamente reducida. Todos los pilotos suelen tener un seguro de vida.