«La primera vez que escuché que había nacido por una fecundación in vitro tenía ocho años. En aquel momento no le di mucha importancia, ni después tampoco pero por mi madre sí. Fue una valiente, quería tener un hijo, se sometió a un tratamiento nuevo y le salió bien». Raúl recuerda aquella visita al Materno Infantil en la que le hacían muchas preguntas como la primera vez que escuchó cómo había sido concebido. Como si para él pudiera tener mayor trascendencia; era un niño más.

Sin embargo, este joven es el vivo ejemplo de cómo la sanidad pública malagueña avanzaba. Su madre Pepa fue la primera que logró quedarse embarazada gracias a la fecundación in vitro y el 31 de marzo de 1993 daba a luz. El nacimiento de Raúl puso a la sanidad malagueña en el foco de la actualidad. El primer «niño probeta» o «el niño de oro» fueron algunos de los nombres con los que la prensa lo bautizó, un joven de ahora 25 años que se gana la vida bajo el oficio de panadero y al que le gusta disfrutar de la lectura, las series y el fútbol los domingos en La Rosaleda con su equipo.

Una cesárea programada en la semana 38, 2.700 gramos de peso y una emoción inexplicable son algunos de los datos que tiene grabado a fuego Ignacio Cano, el jefe de la Unidad de Reproducción del Materno Infantil hace 25 años y cirujano que le realizó la cesárea a Pepa, que rondaba los 30 años. Un parto y evolución que se desarrolló dentro de los parámetros normales pero que esconde horas de trabajo e ilusión de un equipo que luchaba por incorporar esta novedosa técnica en su cartera. «No queríamos correr ningún riesgo y realizamos una cesárea», recuerda el doctor. La experiencia ha hecho ver que el parto natural es una opción igual de válida.

En el año 88, comenzaron las inseminaciones y en el 91 autorizaron al hospital para incorporar la fecundación in vitro. En Andalucía, solo se llevaba a cabo en el hospital público de Granada. Málaga fue el segundo en incorporarse a esa exclusiva lista. Hoy día todas las provincias cuentan con un hospital de referencia que ofrece este servicio a la población.

Pero entonces, las cosas diferían mucho a ahora. No había infraestructuras. No existía un protocolo a seguir, ni legislación al respecto. Apenas había medios en la sanidad pública que facilitaran la puesta en marcha de esta técnica que entonces sonaba a ciencia ficción. Pero había un equipo con ganas compuesto por cuatro médicos - el doctor Cano, Francisco Campos, Alberto Reche y Emilia Villegas y una bióloga Ana Gutiérrez- y cientos de mujeres y familias que querían tener un hijo. Pepa fue la primera en lograr quedarse embarazada y la séptima en intentarlo a raíz de una obstrucción en las trompas de falopio. El actual jefe de servicio de la Unidad de Obstetricia y Ginecología del Materno Infantil, Jesús Jiménez, reconoce la proeza de sus predecesores. Asentaron las bases de un proceso completamente normalizado 25 años después.

El método para someter a la paciente a la extracción de óvulos ya lo conocían los facultativos. Un proceso vía vaginal en el que algo tan habitual en la actualidad como una ecografía facilitó por completo el trabajo. La punción necesaria para pasar a una cápsula el óvulo al sacarlo del folículo fue una técnica que la entonces adjunta Emilia Villegas aprendió en un viaje que hizo a Filadelfia (EEUU) junto con el doctor Blasco. Ahora dirige la Unidad de Endometriosis del hospital. «Poníamos en una cápsula un óvulo y 200.000 espermatozoides. Es la cantidad que se necesita para que uno penetre», explica el doctor Cano, jubilado desde hace 13 años. Ahora todo es más sencillo y los avances han permitido que, tras una previa selección de esperma según características relacionadas con la morfología y movilidad, se inyecte directamente en el óvulo. En aquel entonces, el trabajo de laboratorio era una parte fundamental para lograr que se produjera el «milagro» y la bióloga Ana Gutiérrez, entonces jefa de laboratorio de reproducción, estuvo al frente de este hito. «Sabíamos que lo lograríamos pero no cuándo. Muchos centros tardan años en lograrlo y nosotros lo conseguimos al séptimo intento», recuerda Cano.

En aquel momento, la que había sido la Unidad de fertilidad y endoscopia pasó a ser la Unidad de reproducción. Un área que hasta entonces se dedicaba al estudio de la pareja, microcirugías de trompas, radiografías o el coito dirigido y que, a partir de ese momento, modificó su actividad para centrarse en esta técnica recién lograda. La primera unidad de Andalucía en aplicar una endoscopia, se metió de lleno en la nueva técnica de reproducción e incluso incorporó en aquellos primeros años la donación de ovocitos.

La población reconoció el avance y los facultativos que entonces dirigían aquella unidad afirman que la población demandó con insistencia el servicio. Algunas clínicas privadas ya ofrecían ese servicio por medio millón de las antiguas pesetas, una cantidad que cerraba puertas a muchas familias y que vieron en la sanidad pública una alternativa hasta entonces inimaginable.

No existen datos sobre cuántos niños han nacido en Málaga a raíz de esta técnica. El trabajo de esta unidad culmina cuando logra el embarazo y son muchas las que, una vez superada esa barrera, siguen el camino en otro hospital e incluso se han podido trasladar a otra ciudad. Sin embargo, el médico adjunto a la Unidad de reproducción de hace 25 años y andrólogo clínico, Alberto Reche, asegura que antes se hacían unos 300 intentos al año en el Materno Infantil. Una cifra que supera los 500 en la actualidad. «La tasa de embarazo actual a nivel nacional a través de la fecundación in vitro es del 22 por ciento. Esos son datos de 2015», resalta el doctor.

La enfermera Flor Hidalgo recuerda el esfuerzo de todos los compañeros para incorporar el nuevo sistema de trabajo. Ella misma y sus compañeros de entonces tuvieron que aprender a tratar con este tipo de paciente, que traía una carga emocional añadida con la que aprendieron a tratar a base de mimo y tacto. «Recuerdo que muchas se sentaban en la consulta de al lado mientras esperaban su turno porque no querían que nadie supiera a qué venían», explica. Reconoce que en aquel momento era un «asunto espinoso» difícil de digerir aún y en muchos casos la familia y círculo más cercano de la paciente desconocía que estaba inmersa en ese proceso. Hidalgo, jubilada hace escasos meses y con una dilatada experiencia, asegura que someterse a este proceso se ha normalizado pero son muchas las que aún hoy día tienen cierto reparo de abordar el tema con total libertad. «Aprendimos sobre la marcha pero una de las cosas que más necesitaban era apoyo psicológico», indica.

El proceso comienza con el estudio básico de esterilidad por parte de ambas partes, un diagnóstico y la elección sobre cuál es el mejor tratamiento al que se debe someter la pareja, según indica el doctor Reche. Un protocolo de actuación que se ponen en funcionamiento cada vez que una pareja o una mujer precisa de la ciencia para concebir. La técnica siempre fue por delante de la legislación pero el Servicio Andaluz de Salud ya recoge por ley que cualquier mujer de entre 18 y 40 años puede someterse a este proceso y cuenta con tres ciclos. Una vez logrado el embarazo, la paciente pasa a ser controlada por la unidad de obstetricia. El milagro ha sucedido. A partir de ahí, que transcurra la vida.