Casi mil kilómetros de distancia. Cinco horas en AVE. Dos de avión. Una distancia, si no excesiva, al menos lo suficientemente pronunciada como para no pensar en una vida económica demasiado interdependiente. O como mínimo, y, pese a las inercias globales, descafeinada en cuanto a la lectura de sus efectos directos. Sin embargo, la crisis política e institucional que atenaza actualmente a Cataluña podría tener consecuencias inmediatas para la Costa del Sol. Sobre todo, en el turismo, donde los destinos de la provincia siempre figuran al lado la Costa Brava y Barcelona, entre los más punteros y eficientes del sur de Europa.

Los acontecimientos de las últimas semanas, y sus reacciones en el mundo empresarial, han desatado una serie de movimientos de la que no son ajenos en el resto del territorio. A la huida de sociedades, se une el impacto en el turismo, que, si bien es difícil de precisar en todo su alcance, ya va dejando sus primeros avisos, que no suenan precisamente a bendición y progreso. Y más en una zona tan sumamente ligada a la industria.

Según la patronal catalana, puntos sensibles al conflicto como Barcelona han empezado a sufrir las primeras cancelaciones de reservas. A un ritmo que algunos especialistas sitúan al 50 por ciento en comparación con el pasado año. Un desplome, que en el caso de mantenerse o agravarse, abre dos escenarios especulativos. Especialmente, en destinos al mismo tiempo aliados y competidores como Málaga, que podría sufrir un efecto contagio o erigirse en alternativa, como ya está pasando con algunos grupos de viajeros en Alicante.

Luis Callejón Suñé, presidente de la patronal hotelera en Málaga, cree que sería un error conjeturar con algún tipo de contrapartida beneficiosa para Málaga. «La situación -insiste- no es buena para nadie». Y a nivel de entrada de turistas no se descarta que el conflicto acabe afectando también a los intereses económicos locales. En esto, por desgracia, hay precedentes. Y más cuando se trata de una óptica, la del turista, que no tiene tiempo ni ganas de enfrentarse a inconvenientes. «No hace falta recurrir al turismo chino. Los más cercanos funcionan igual y cuando ven problemas en Barcelona no distinguen. Los hacen extensivos a toda España y no vienen», puntualiza.

Aunque no se pueden inferir principios generales, la tensión de las últimas semanas ha servido para medir la reacción del sector a pequeña escala. En el caso de un eventual enquistamiento, con las consiguientes dosis de inseguridad jurídica y alboroto en las calles, los expertos intuyen que no habría demasiadas variantes. Al menos, en su primera consecuencia, que sería la contracción de la demanda.

En esta ocasión, a diferencia de lo ocurrido con la caída de destinos como Túnez o Egipto, los grandes centros turísticos no lo tendrán tan fácil ni se beneficiarán de manera espontánea de un posible desvío de paquetes vacacionales. Distinguir entre Cataluña y Andalucía, poner a una y a otra dentro y afuera del conflicto, exige una agudeza de percepción que los vuelos, en un mundo plagado de posibilidades, apenas suelen plantearse. Y más si se tiene en cuenta la imagen de marca forjada por sitios como Barcelona, que en el imaginario colectivo está tan asociada a España, al idioma, e incluso, a sus tópicos, como cualquier zona del centro y del sur de España. Muy distinto es lo que sucede con el llamado turismo de proximidad, el formado por los nacionales, que, según Hosteltur, ya ha empezado a moverse -incluido los grupos del Imserso- en otras direcciones.

Gonzalo Fuentes, responsable turístico en el sindicato CCOO, incide en que todo dependerá del cariz que adquiera la trifulca política en las próximas semanas. Las reacciones, abunda, serán muy distintas si se produce finalmente la declaración unilateral de independencia, que desataría un enfrentamiento a todas luces nocivo para los intereses de la industria. «Son problemas que generan inestabilidad y disuaden a la gente. Sería perjudicial para todos», reseña.