Lejos quedan aquellos tiempos de balonazos y carreras en el patio del colegio. Escenas en las que los más pequeños daban de comer a las palomas. O cuando Marta se acercaba a otra niña a decirle que si quería ser su amiga.

Costumbres que menguan. Tecleos de pantalla y sonidos de notificaciones imperan en los recreos. Son tiempos en los que se está más preocupado por el pajarito de Twitter que de las aves del parque. ¿Y Marta? «Marta te ha enviado una solicitud de amistad».

Si en 2008 tan solo el 47% de los menores de entre 6 y 17 años poseía móvil, diez años después la estadística es bien distinta. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), 1 de cada 4 niños de 10 años ya tienen un terminal. El dato aumenta al 50,9% cuando tienen 11, mientras que a los 14 supera ya el 90%.

No es una cuestión baladí el generalizado uso de smartphones entre la población menor de edad. La nomofobia —miedo irracional a estar sin teléfono móvil, demostrando así una evidente adicción— o los malos resultados académicos son dos de las principales consecuencias negativas. Con el objetivo de reducir al máximo estos peligros, países como Francia han decidido tomar cartas en el asunto. De hecho, una de las propuestas electorales estrella de Macron en el país vecino era la de prohibir el uso del teléfono móvil en los colegios a los menores de 15 años, propuesta que es ya una realidad.

Pero, ¿son necesarias medidas tan estrictas? Así lo ven las autoridades, y es que en el pasado 2017 se registraron 65 denuncias por ciberacoso, según las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. En lo que va de año, ya se han registrado una veintena: 3 gestionadas por la Guardia Civil y 17 por la Policía Nacional.

El ciberacoso es el efecto perjudicial capital del uso de terminales móviles, que se manifiesta de forma «preocupante». Según datos de la Delegación de Gobierno para la Violencia de Género, un 5% de las chicas y un 16,1% de los chicos no considera «muy peligroso o bastante peligroso» colgar una foto suya de carácter sexual. Por otro lado, Ángela Muñoz, profesora titular del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación, señala que el 22% de los adolescentes «ha establecido contactos con extraños conocidos en internet».

Son datos, cuanto menos, preocupantes. Pero, ¿qué es el ciberacoso? En palabras de la docente, la diferencia entre este término y el acoso tradicional es que, mientras este último cumple con las características de existencia de agresividad, intencionalidad, reiteración y desequilibrio de poder, el ciberacoso no necesita de las dos últimas, «debido a que existe el anonimato y a que con sola una fotografía ya puede sentirse vulnerabilidad en la red».

Profundicemos más en la cuestión. ¿Cuáles son las principales tipologías del ciberacoso en menores? Para entenderlas, hay que conocer primero los perfiles del agresor y la víctima: adulto-menor o menor-menor. Jorge Gómez Izquierdo, subinspector y miembro del grupo de Delitos Tecnológicos de la Comisaría Provincial de Málaga, señala que en el primer caso destaca el grooming como el tipo de acoso más extendido. «Consiste en el intento por parte de un adulto de lograr un acercamiento a una víctima menor de edad».

Cuando tanto agresor como afectado cumplen la condición de menores es cuando podemos hablar de cyberbullying. Gómez Izquierdo destaca el ´sexting´ y la sextorsión como los casos más habituales de esta modalidad de ciberacoso. «El sexting no es un delito en sí, ya que se refiere al hecho de tomarse (o dar el consentimiento de tomar) una fotografía con actitud sexual. El peligro de esta práctica puede dar lugar a la sextorsión, que es cuando, con la fotografía en su poder, el ya ciberdelincuente exige a la víctima más fotografías o una compensación económica a cambio de no difundir la que ya posee», explica el subinspector Gómez Izquierdo.

Otras conductas habituales de ciberacoso en el entorno educativo serían las de difundir rumores o información comprometida de la víctima, publicar mensajes amenazantes contra ella, suplantar su identidad o grabar y difundir agresiones.

Las consecuencias de un acto de ciberacoso son muy perjudiciales, no solo para la víctima, que puede experimentar traumas, riesgo físico, fobias o un bajo rendimiento académico, sino también para el propio agresor. Podría ser el preludio de una futura conducta antisocial.

Reducir el ciberacoso en todas sus modalidades es un trabajo de todos, y desde luego, existen medidas para combatirlo. Una de ellas es el protocolo de actuación en supuestos de acoso escolar, como reza la Orden de 20 de junio de 2011, de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía. Tal protocolo aboga por la cooperación entre los distintos colectivos que forman la comunidad educativa (alumnos, profesores, inspectores, etc.) para averiguar el problema, adoptar medidas, informar a las familias de los implicados y realizar un seguimiento posterior. Del mismo modo, existen otro tipo de recomendaciones que miran más allá del ciberacoso y que consisten en la educación y prevención. Francisco Jaén, ingeniero técnico de telecomunicación, destaca la importancia de concienciar y vigilar a los niños: «Igual que les enseñamos a montar en bicicleta o cruzar la calle, hace falta formarles en nuevas tecnologías». Para dar una correcta educación a los niños en el uso de internet y hacerles saber los peligros que conlleva, los padres son los primeros que deben conocer los principales entresijos del mundo de las tecnologías y pensárselo dos veces antes de poner un móvil en las manos de un crío.

Aplicaciones de control para impedirles la entrada a una determinada app, normas y precauciones, e incluso la firma de un contrato con el menor son las medidas que Francisco Jaén sugiere. «Del mismo modo que firmamos un contrato con la compañía, es una buena opción hacer lo mismo con los niños, que entiendan que para poder usar una herramienta TIC deben acatar una serie de normas como pueden ser de horario, de hacer saber a los padres el patrón de desbloqueo, de no permitir el consumo de ciertas aplicaciones, etc.», propone Jaén.

El conocimiento general de internet es fundamental para aprovechar las oportunidades que brindan las tecnologías y para estar al tanto de los riesgos a los que estamos expuestos. Medidas y herramientas hay, solo hace falta disposición para que los niños las conozcan. Y para que sigan dando balonazos y frecuentando los parques.