Quizás no lo supo entonces, pero la señora que llamó a la consulta de su padre cuando José María Muñoz-Poy sólo tenía 14 años, fue lo más parecido al destino que llamaba a su puerta: «Me quedé solo, llegó una señora quejándose porque se le había metido una cosa en el ojo. Le dije que mi padre acababa de marcharse y que yo no estaba autorizado, pero ella insistió, así que le puse la anestesia y se lo quité».

Algo más de veinte años más tarde, esa señora entró en su consulta, cuando él ya era médico y oftalmólogo y le recordó la anécdota: «Tú eras aquel niño...».

Aquel niño, José María Muñoz-Poy Orobitg (1953), es un malagueño afable y cercano que siempre ha vivido con pasión su vocación por la Oftalmología, que fue creciendo a medida que frecuentaba la consulta de su padre, Francisco Muñoz Poy, en calle Fresca, donde también estaba la casa familiar.

Su padre, además de un afamado oftalmólogo ante cuya consulta podía verse a la gente haciendo cola en la calle, fue en los años 40 hermano mayor de la Cofradía de la Piedad. Bajo su mandato, Francisco Palma Burgos realizó el grupo escultórico de la Piedad, después de que el anterior, salido de las manos de su padre, Francisco Palma García, fuera destruido en los incendios intencionados de 1931.

Precisamente el abuelo de José María, Francisco Muñoz Benítez, administrador de fincas de la Casa Larios, fue quien pagó el nuevo grupo escultórico y por eso su nieto conserva el óleo de la Piedad que Francisco Palma Burgos presentó a modo de boceto.

Y en la consulta de calle Fresca pasaba mucho tiempo el joven José María cuando volvía del colegio de los agustinos. «Si mi padre operaba a alguien, yo lo veía allí, desde pequeño me gustaba eso», confiesa.

Con 14 años, además de atender por la vía de urgencia a su primera paciente, recibió un regalo que consolidó su vocación: un aparato para ver el fondo de ojo y un ojo mecánico para aprender a graduar, regalo del famoso don Castor Ulloa, amigo de su padre y fundador de la cadena Ulloa Óptico. «Así que con 14 años ya sabía ver el fondo de ojo y aprendí a graduar», cuenta.

Por eso, el camino a seguir tras salir de San Agustín siempre lo tuvo claro, pero antes, tuvo que cumplir con un consejo paterno: presentarse voluntario con 19 años al servicio militar. Cerca de dos años que pasó en Infantería entre Viator (Almería), el Campamento Benítez y el Cuartel de Capuchinos. «Y nos quitaron dos meses de mili porque unos compañeros donamos sangre en el hospital militar, pero fue un montón de sangre», apunta.

La Universidad del Civil

Una vez terminada la mili, José María Muñoz-Poy comenzó los estudios de Medicina en Málaga y como la Universidad estaba dando sus primeros pasos, en esos años 70 los dos primeros cursos los hizo en el Hospital Civil y los cuatro restantes, ya en la facultad. «En el Civil eran aulas casi desmontables, me acuerdo de que una vez una riada inundó todo y que la sala de disección estaba al lado del depósito de cadáveres», cuenta.

Era tanto su interés por la Oftalmología, que en primero de carrera ya entró como alumno interno en el Hospital Carlos Haya, con Juan Peña Carrillo de jefe del servicio. «Allí aprendí a operar, Peña Carrillo me puso con el profesor Arturo Oliva, aunque yo tenía la oreja puesta en todos lados», sonríe.

El aprendizaje de su futura profesión vino por tanto antes de que realizara en Sevilla los cuatro años de especialización. Además, como explica, «en aquella época, en la Seguridad Social faltaban oftalmólogos y me contrataron de ayudante porque sabrían de mí». En ese tiempo en el entonces ambulatorio José Estrada de calle Córdoba, recuerda que llegaban a ver 50 pacientes en dos horas.

Además, finalizada la carrera, en 1983 comenzó a colaborar con su padre, «que fue mi maestro y mi amigo». Así que no es de extrañar que tres años más tarde, cuando inicia la especialización de Oftalmología en el actual Hospital Virgen Macarena de Sevilla, le ocurriera la siguiente anécdota, que él mismo cuenta: «Yo estaba suelto, llevaba seis años operando y graduando, así que el jefe, Fernando Díaz Esteve, me preguntó si había pasado consulta, le dije que sí y me dijo que fuera viendo a los pacientes mientras él preparaba un congreso. Había treinta y tantos, los vi a todos y les puse tratamientos. Al rato me dijo que le pasara al primer paciente y le dije que ya estaban todos en su casa, así que me contestó: ‘tú te quedas conmigo’ y tuve una suerte tremenda porque él quería que aprendiera, ya que muchos médicos no quieren que sepas tanto como ellos».

Y por supuesto, su padre también le transmitió todos sus conocimientos pero además su capacidad de trabajo, pues estuvo atendiendo la consulta casi hasta el final (falleció con 85 años, en 1995). De él recuerda, por ejemplo, que llegó a abrir los sábados por la mañana para atender, de forma gratuita, a las religiosas de los conventos de Málaga y a los seminaristas.

Durante casi un cuarto de siglo, desde 1985 y hasta 2009, José María Muñoz-Poy estuvo ligado a la Seguridad Social y luego al SAS. Ha trabajado en Carlos Haya, en el Materno, en el Hospital Civil y formó parte, a comienzos de los 90 de la Clínica Oftalmológica de Málaga junto a la glorieta de Torrijos. Además, lleva muchos años ligado a varias mutuas, un conjunto de quehaceres que en ocasiones le empujaba a maratonianas jornadas de trabajo: «A veces hacía mi guardia de 24 horas, me tomaba tres cafés dobles, venía a trabajar a la consulta y por la tarde, a las 16.30, al seguro. El día que les dije a mi mujer y a mis niños que había dejado las guardias fue una fiesta en casa», cuenta con una sonrisa.

En el año 2000, la consulta se trasladó a la calle Herrería del Rey, pero conserva muchos recuerdos de la calle Fresca.

Los tiempos siempre avanzan que es una barbaridad, también en Oftalmología, aunque como recuerda, «cuando llegaron los primeros aparatos refractómetros me echaba carreras y ganaba yo al aparato».

En la consulta de Herrería del Rey conserva sendas maquetas de un barco y una jábega muy especiales para él. El barco se lo regaló un paciente que había perdido la visión de un ojo por un desprendimiento de retina y en el otro tenía una catarata muy preocupante. «No lo quería operar nadie y gracias a Dios quedó bien. Al año me trajo esta maqueta, hecha con el ojo bueno», recuerda.

La jábega se la regaló otro paciente que, de pequeño, por un accidente había perdido un ojo y que acababa de cortarse el bueno con un alambre. También salió bien del reto.

José María Muñoz-Poy anima a todos los que quieran ser oftalmólogo a hacer realidad su vocación, como fue su caso. «La Oftalmología es muy bonita, además es una especialidad clínica y quirúrgica». Y una cosa tiene clara: no piensa jubilarse. «No hay nada más bonito que abrir la puerta y ver la sala de espera llena, eso te da ánimos para seguir».