Si es cierto que lo demoníaco se esconde en los detalles, las llamas del infierno llegan hasta las salas de espera más recónditas de este país. Sólo quien lo ha vivido en primera persona, bien como afectado, bien como familiar que acompaña en la enfermedad, sabe lo duro que se vuelve todo después de un diagnóstico a seis letras: cáncer. A veces, la vida impone su ley de forma cruel y todo lo que parecía importante de pronto se dirime en una acentuada trivialidad. Si una causa se hace pública, conviene que se haga de verdad. Algo así ha pasado, afortunadamente, en los últimos años, con una enfermedad que no hace distinciones. Afecta a jóvenes y viejos. Deportistas y jinetes de oficina. Encuentra la puerta de entrada para romper a familias que se encontraban en un perfecto estado. Convierte a las sonrisas en un mar de lágrimas. Aunque la muerte se denomine por causa natural, siempre es una muerte sin causa que aparece por sorpresa, y lo único que deja es un profundo dolor. Quien ha visto en un ser querido la evolución hacia el muerto viviente que se acelera en pocos meses sabe de lo terrible del asunto. Cuando son ellos los que te miran a los ojos. La expresión debilitada y con la poca fuerza que les queda dejan claro que aquí ya no hay lugar para eufemismos.

Tenemos la obligación de vivir la vida que nos han dado decía el gran Jose Luis Sampedro. Es una frase que hay que apuntarla siempre en letras de molde y por ello las 6.000 mujeres que participaron este domingo en la VI Carrera Mujeres Contra el Cáncer Ciudad de Málaga se merecen todos los aplausos. No hay remedio para curar lo que no existe y de ahí la importancia de lo que se lleva haciendo ya varios años con esta carrera. La carrera en sí quedó en un segundo plano si se compara con la importancia que tiene romper el anonimato. Hay enfermedades que no se deben ocultar ni deben ser noticia sólo porque el último que la ha padecido es una persona con cierto tirón en los medios.

No son gestas homéricas muchas de las historias de superación que se agolparon en la línea de salida. Son realidades cotidianas que se mezclan en el día a día. Mientras usted está leyendo estas líneas, hay una persona en el fragor de la batalla contra el cáncer. Mientras usted está leyendo estas líneas, hay un familiar o una pareja que inyecta energía para sacar a su ser querido del bache de la última recaída. Porque la experiencia dice que hay todos los días casos que, por suerte, superan la enfermedad. Y para ello es mejor jugar en equipo como las 6.000 mujeres que salieron para llenar las calles del Centro de optimismo. Por los que ya no están y por los que ahora les toca pelear. Por los que se van a quedar por el camino porque habíamos dicho que hay algo de demoníaco en la palabra cáncer y esta enfermedad es muy puñetera.

A uno se le vienen a la cabeza casos cercanos de personas que han salido de la enfermedad o acaban de salir y es imposible no sentir una consideración especial hacia ellas. Una consideración sincera, alejada de las olas de solidaridad de bajo coste, mejor dicho de bajo click, que no son más que una forma de alimentar nuestro ego. Consideración sincera como la que debieron sentir Francisco de la Torre, Elisa Pérez de Siles, Raúl Jiménez o Luis Verde, presentes en la línea de salida. Y como la que siente este periódico a diario.