En mi larga vida creo que solamente he acudido una vez a una manifestación porque pienso que sirve de bien poco formar parte de un grupo de cien, doscientos o tres mil personas y recorrer calles y plazas con pancartas, banderas, cacerolas y gritar para reclamar unos derechos. Algunos partidos políticos, organizaciones sindicales, asociaciones, trabajadores que se sienten explotados por los patronos y un sin fin de colectivos creen en la eficacia de estas manifestaciones que suelen dejar tras de sí actos vandálicos. Los antisistemas, los cabreados, follonistas profesionales que alguien subvenciona con dinero negro y otros individuos e individuas de desconocida procedencias (a veces vienen de Italia, Holanda o de cualquier otro país) se encargan de culminar las manifestaciones con rotura de lunas de comercios, quema de contenedores, destrozo de cajeros automáticos, ataques a la policía y ¿a qué seguir? Estamos hartos de estas salvajadas.

La única manifestación que recuerdo en la que participé fue hace setenta y tantos años. Se convocó para reclamar la devolución de Gibraltar a la soberanía española. Nos congregamos varios cientos o miles de malagueños para reivindicar la devolución del famoso Peñón en manos de Inglaterra desde el Tratado de Utrecht que se remonta a 1713.

Cuando la masa caminaba calle Larios arriba, a la altura de La Mar Chica, una cervecería que estaba cerca de la plaza de la Constitución (aquel año se llamaba plaza de José Antonio Primo de Rivera), un pariente de mi padre que estaba disfrutando de las delicias de una buena cerveza y ricas gambas, al verme me llamó para preguntarme de qué iba aquella manifestación. Se lo aclaré. Y viendo el rumbo de la manifestación, me dijo: «Pues vais en dirección contraria. A Gibraltar se ve por la Alameda y puente de Tetuán; no por la plaza de José Antonio».

La manifestación sirvió de bien poco; bueno, fue a peor, porque Gibraltar amplió su territorio, construyó un aeropuerto en la zona de nadie, montó un gran chiringuito financiero, aumentó los límites de las aguas, facilita el contrabando de tabaco y otras especies, repara en sus astilleros submarinos que navegan con energía nuclear… e incluso mantiene en libertad la única reserva de Europa de unos monos que, según me dicen, son unos ineducados. La leyenda dice que el día que desaparezcan los monos del Peñón, Gibraltar volverá a ser español. Si es así, y con permiso de las sociedades de animales, la solución está en eso, cargarse a los monos. Es una salvajada; pero como los monkeys (monos en inglés) son, dicen, muy antipáticos, tampoco pasa nada.

Los terrenos de Repsol

Hace más de un año -noviembre de 2016- se organizó una concentración en la plaza de la Marina para exigir que la gran superficie de los terrenos que ocuparon durante varios decenios los depósitos de crudo de la empresa Repsol, se destinen a parque o zona verde y dotar a uno de los distritos de mayor densidad del término municipal de Málaga, de un lugar de esparcimiento y recreo. Los grandes depósitos almacenaban el crudo que descargaban los petroleros que fondeaban frente a la playa de Huelin, y que a través de un oleoducto se bombeaba los citados depósitos.

Posteriormente, el crudo se enviaba través de otro oleoducto hasta Puertollano pasando por la localidad cordobesa de Montoro. Cuando se acordó desmontarlo todo para prevenir los posibles riesgos de graves averías en las operaciones de descarga con efectos demoledores en las playas malagueñas, los tanques o depósitos fueron eliminados, quedando libres 177.000 metros cuadrados. Dejando a un lado las reclamaciones de los antiguos propietarios (se expropiaron para un destino determinado, y al cumplir ese fin, reclaman su devolución), los manifestantes mostraron su repulsa al proyecto municipal de levantar varias torres dedicadas a viviendas. Como alternativa a las torres se proponía la creación de un gran parque o un bosque mediterráneo.

La llamada, impulsada por CC.OO., UGT, Málaga Ahora, PSOE, Equo, Marea Verde y Málaga para la Gente, tuvo una respuesta decepcionante. De los miles de residentes en la zona más poblada de Málaga -el distrito de Carretera de Cádiz- acudieron a la manifestación doscientas personas. O la gente no cree en las manifestaciones o los demandantes no acertaron en su empeño de oponerse a un proyecto que sigue en mantillas porque todavía no se han terminado los trabajos de descontaminación de los suelos.La Mundial

Yo no estoy ni a favor ni en contra del destino del edificio de La Mundial, que conozco desde que era chico porque vivía a tiro piedra de mi casa, en la Alameda Principal, que cuando yo nací se denominaba Pablo Iglesias (no tiene nada que ver con el líder de Podemos), después avenida del Generalísmo, ahora Alameda Principal y dentro de veinte años cualquiera sabe. Antes de que yo naciera se denominaba Salón Bilbao.

La Mundial, que yo recuerde, nunca destacó por su pulcritud y conservación. En la zona tenían parada los carretas de tracción humana y tracción animal, bateas, los carrillos de mano... Las necesidades fisiológicas de los animales de carga impregnaban de malos olores todo el entorno de La Mundial. Eso no quita que el edificio, diseñado por el arquitecto malagueño Eduardo Strachan Viana-Cárdenas, se pueda recuperar y se sume al patrimonio urbano de Málaga.

El cartel que lleva varios años anunciando la construcción del hotel diseñado por un famoso arquitecto sigue en el mismo lugar, y si mi opinión vale algo, el edificio proyectado no me gusta nada. Pero ese es otro cantar.

Lex Flavia Malacitana

Yo no he leído, ni pienso hacerlo, las decisiones de la comisión de Urbanismo y la concesión legal o no legal de la licencia para demoler La Mundial. Sin embargo sí me he entretenido en echar una mirada a la edición facsímil de la Lex Flavio Malacitana, ordenada por Manuel Rodríguez de Berlanga en 1864, varios años después del hallazgo en los Tejares (en «er lejío») entre el 19 y 26 de octubre de 1851 de dos grandes tablas de bronce de desigual medida, cada una de ellas escrita por una de sus caras. Corresponden a la citada Lex Flavia Malacitana. Son anteriores al año 96 de nuestra era, o sea, hace mil novecientos veintidós años.

En la rúbrica 62 de las tablas recuperadas, traducidas a nuestra lengua, aparece el siguiente texto:

«Se prohíbe la destrucción de edificios que no se hubieren de reedificar. Nadie desteche, destruya que se demuela edificio alguno en el casco urbano de Málaga o en sus inmediaciones, si no es para reedificarlo en el término de un año, salvo mediante acuerdo de dos decuriones o conscriptos tomado con asistencia de su mayoría. Quien infrigiere esta disposición será condenado a pagar a las arcas del Municipio Flavio Malacitano una multa equivalente al valor de la finca. Está legitimado para ejercer la acción petitoria y persecutoria sobre dicha multa cualquier vecino que quiera ejercer tal derecho, y a quien con arreglo a esta Ley corresponda su ejercicio». Claro, esto se refiere a la Málaga del año 81. Pero ya entonces el Municipio Flavio Malacitano cuidaba del urbanismo.

Antes de poner punto final, aclaro que existen dos ediciones de la Lex Flavia realizadas en Málaga, una de 1969 y otra en 1972. Afortunadamente poseo ambas. La de 1969 la llevó a cabo el delegado provincial de Cultura y Formación del Movimiento de Málaga, don Jesús Gómez Ros, que creo que era murciano de nacimiento, y que editó la Jefatura Provincial del Movimiento, y la segunda, una edición especial que se hizo con motivo del XIV Congreso Interamericano de Municipios celebrado en nuestra ciudad. Fue comentada por Rafael León Portillo, a la sazón teniente de alcalde de Cultura de nuestro ayuntamiento, y por Alfonso Canales Pérez, académico de la Lengua. Se repiten los textos pero enriquecidos con anotaciones que ayudan a su comprensión. Los dos eran doctores en Derecho.

La Ley Flavia Malacitana supongo que estará superada o derogada, pero casi dos mil años era más respetuosa con el urbanismo que con las actuales disposiciones, planes generales, Peri y otras denominaciones que dicen protegen y mejoran las anteriores.