«Con este trabajo se acaba la leyenda de la barca americana y comienza la leyenda de La Isabel», comenta esta semana el abogado y escritor Pablo Portillo, quien, si existiera la palabra, también sería jabególogo.

El autor del completo estudio La Carpintería de Ribera y la Barca de Jábega en la provincia de Málaga acaba de publicar en el número 42 de la revista Cuadernos del Rebalaje, de la Asociación de Amigos de la Barca de Jábega, La Isabel. Una barca de jábega malagueña en Newport News, Virginia, una investigación que sigue la pista a «la barca americana», la historia de una barca de jábega comprada en Málaga y enviada a los Estados Unidos.

La primera mención se la escuchó Pablo Portillo al carpintero de ribera Julián Almoguera, fallecido en 2014: «Era un muchachito cuando la compraron, pero había mucho desconocimiento, se hablaba de la barca americana, se habían olvidado de La Isabel».

Porque este era el nombre de la barca, adquirida en 1931 por el millonario norteamericano Archer Milton Huntington, el famoso mecenas y amante de España, fundador de la Hispanic Society de Nueva York. Según desvela el trabajo de Pablo Portillo, en 1930 el magnate abrió un museo marítimo (The Mariners´Museum) en Newport News, Virginia y encargó a uno de sus pintores de cabecera, el granadino José María López Mezquita, discípulo de Sorolla, la compra de varias embarcaciones tradicionales para el museo tanto en España como en Portugal y de paso, le pidió que pintara escenas costumbristas de los dos países.

El artistas granadino llegó a Málaga en septiembre de 1931 y en noviembre compró la barca a Francisco Ruiz Barranco, un marinero analfabeto, que según ha podido comprobar Pablo Portillo, que localizó el contrato de compraventa en la Capitanía Marítima de Málaga, firmó con la huella dactilar.

La Isabel, construida en 1925, pesaba 1,48 toneladas y tenía 6,70 metros de eslora, 2,06 de manga y 0,60 de puntal. Fue adquirida por 750 pesetas y el resto de enseres (palanca, caldera, levas, remos, vetas...) por 500. En total, 1.250 pesetas. «Era lo que entonces se pagaba por una barca usada de esas características y de esa edad. A mi juicio, las 500 pesetas por los enseres sí fue a mi juicio un precio un poco elevado», señala Pablo Portillo.

Algo que la escueta documentación marítima de la época no aclara es la playa de procedencia de La Isabel, aunque como apunta el escritor, la tradición oral siempre señaló que «la barca americana» era de la playa del Palo.

Sin embargo, aunque la compra se realizó en el otoño de 1931, la barca no llegaría hasta el puerto de Nueva York 24 meses después, ya en 1933. El autor sugiere que, probablemente, se debió a que López Mezquita quiso reunir en un solo transporte varias mercancías, de hecho, marchó a Portugal a seguir pintando cuadros costumbristas y también a comprar tres embarcaciones portuguesas tradicionales, una de ellas, un tipo de xábega que, aclara Pablo Portillo, no es un modelo parecido a la barca malagueña porque tiene una pronunciada curvatura en la proa para hacer frente a las grandes olas del Atlántico.

Mientras tanto, La Isabel permaneció en un almacén portuario y en el otoño de 1933, fue enviada por la consignataria Picasso (sin relación con el pintor), hasta el puerto de Lisboa, donde a su vez esperó la llegada del vapor americano Exiria, que la condujo a Nueva York junto con las embarcaciones portuguesas y de ahí, otra vez por barco hasta su destino final en Virginia. Arribó en enero de 1934.

La investigación de Pablo Portillo ha supuesto además un rico intercambio de información con el museo marítimo norteamericano, al que además de enviarle copia del contrato de compra, le ha aclarado varias dudas, como la fecha real de construcción, pues la barca estaba mal documentada.

El propio museo de Virginia consultó en 1977 con el Museo Marítimo de Barcelona para aclarar un malentendido recogido en la información sobre La Isabel durante más de 40 años, pues los norteamericanos pensaban que había sido empleada tanto en España como en el Lago Maggiore o Mayor de Italia; un disparate debido a que, en el momento de la compra, un agente italiano ofreció una embarcación tradicional del lago, aunque la venta no fructificó.

El futuro de La Isabel

El trabajo también informa de que, en la actualidad, la veterana barca de jábega no se encuentra expuesta al público sino en un almacén, a la espera de ser restaurada.

A este respecto, Felipe Foj, vocal de publicaciones de Cuadernos del Rebalaje, cuyo consejo de redacción dirige Eulogia Gutiérrez, considera que «alguna institución de Málaga como el Ayuntamiento, la Diputación o la Junta de Andalucía debería financiar el viaje de una semana de un carpintero de ribera malagueño, para que haga un informe y vea lo que se puede hacer, con la supervisión de Pablo Portillo». Felipe Foj recalca que se trata de «un patrimonio andaluz y malagueño».

Para Pablo Portillo, «es muy complejo abordar la restauración de una madera de 100 años e incluirle una madera nueva, ¿hasta qué punto es lícito introducirle madera nueva a una embarcación de ese tipo? En EEUU no tienen un criterio y un carpintero local de allí tendría su dificultad a la hora de decidir».

Tanto Pablo Portillo como Felipe Foj aprovechan para reivindicar un centro de interpretación de la barca de jábega en Málaga. «Un museo se puede escapar de las manos pero un centro de interpretación no creo que se vaya de presupuesto», comenta el investigador, mientras que el vocal de publicaciones considera que el sitio ideal serían los Baños del Carmen, «porque están en un punto clave: La Malagueta, Pedregalejo y El Palo, un sitio de concentración de barcas de jábega desde el cambio de siglo».

Los dos expertos también sacan a relucir la protección que las barcas de jábega tienen en Portugal, pues están declaradas Bien de Interés Cultural, mientras que en España carecen de protección de cualquier tipo.

Los cuadros malagueños

Pablo Portillo tiene la teoría además de que, durante su estancia en Málaga en 1931, José María López Mezquita bien pudo haberse alojado en el ya entonces Hotel Miramar, porque por encargo de Archer M. Huntington, pintó escenas costumbristas y el granadino retrató a un cenachero, posiblemente de La Malagueta, así como unas vistas «idealizadas» -apunta el investigador- de la playa de la Caleta, con la torre de las Palomas al fondo (desde donde en 1910, su maestro Sorolla pintó a su vez la vista contraria).

Estos dos cuadros malagueños se encuentran en la Hispanic Society de Nueva York y han sido otro descubrimiento más de este innovador trabajo.