El traqueteo infernal de la maleta trolley desplazándose por la acera y la impersonal y robótica voz de SIRI indicando la ubicación del apartamento. «A 25 metros... gire a la derecha». El Centro de Málaga y los barrios históricos aledaños tienen estos nuevos sonidos, muy habituales, sobre todo los fines de semana. De ida y de vuelta. Sonidos y habitantes, de estancias cortas. La proliferación de las viviendas turísticas se ha desmadrado en los últimos años, provocando una colisión entre inquilinos, que obviamente vienen a pasar sus vacaciones y a divertirse, sea la hora que sea, y vecinos, que reclaman su derecho a habitar sus casas y a descansar. Y un conflicto de intereses económicos y turísticos de difícil solución.

Todos se ponen de acuerdo en que es necesario regular esta actividad (que se ha venido desarrollando mayoritariamente en negro) pero nadie es capaz de abordar el cómo. Se habla de prohibición, de limitación, de aflorar los alquileres en B... Y poner freno, al menos, al actual caos legislativo.

El paisaje de Málaga ha cambiado en poco tiempo. Vamos camino de convertirnos en una ciudad de cartón piedra. De desconocidos. De gente de paso. Impersonal. De mentira. Los vecinos de siempre optan por irse. No llegan nuevos, puesto que los alquileres están por las nubes y son inaccesibles para la mayoría de los bolsillos. De hecho, los propietarios no quieren alquilar ya sus casas para largas temporadas. No les interesa. Los precios también se empiezan a inflar en la periferia. Es la gota que colma el vaso en un casco histórico con pocos equipamientos y plagado de terrazas, con una nueva ordenanza que queriendo contentar a todos a nadie deja satisfecho. Suele pasar.

Y a todo esto hay que sumar que un tercio de las tiendas en las mayores zonas comerciales de Málaga es ya una franquicia y que la presencia del comercio tradicional local en calles como Larios o Nueva es prácticamente testimonial. Abocados a una ciudad irreconocible. Sin arraigo. Y un país de cascos históricos repetidos donde habría que levantar la vista para evocar el lugar en que nos encontramos en las esquinas redondeadas de los decimonónicos edificios de Guerrero Strachan.

Un escenario que no son pocos los que definen como parque temático vendido al turismo. Sería de locos renegar de la principal industria y de todo lo que ésta aporta. El problema sería no tener turistas, nunca tener muchos turistas, como ocurre en otras ciudades donde los carteles de ´tourist go home´ tienen también más que ver con el racismo y supremacismo que pone en duda la cordura de algunas mentes en pleno siglo XXI. Pero sí que sería conveniente no demorar la puesta en marcha de soluciones que permitan la convivencia. Tan fácil y difícil a la vez. Una Málaga también para los malagueños. Una ciudad habitable y amable para sus propios ciudadanos, en la que no se sientan extranjeros. Una ciudad que mejora con pequeñas cosas, pero grandes en utilidad.