Miles de comunicados y ruedas de prensa, reportajes, días sin dormir para grabar las operaciones que la Guardia Civil desarrolla como un rodillo en cualquier rincón de la provincia. Registros, detenciones de malos malísimos, grandes alijos de drogas, asesinatos machistas... Pero pocos casos le han dejado tanta huella como los crímenes que a finales y principio de siglo marcaron la crónica negra de la provincia, años en los que la Oficina Periférica de Comunicación de la Comandancia de Málaga todavía estaba despegando.

Rocío Wanninkhof (1999), Ana Elena Lorente (2000) y Sonia Carabantes (2003). «Sin duda son los casos que más me han impactado personal y profesionalmente. Soy guardia civil, pero también soy padre», subraya Bernardo Moltó (Córdoba, 1964) antes de recordar el foco mediático que esos casos encendieron a nivel nacional. «La presión era diaria. Teníamos que atender a medios de todo el país, y en algunos casos sobre el terreno durante los dispositivos de búsqueda», añade.

Moltó es el único miembro de la OPC que ha sobrevivido a los veinte años que este departamento acaba de cumplir. «Nació el 1 de junio de 1998, justo un año antes que La Opinión de Málaga», precisa Bernardo, de los pocos supervivientes de la benemérita de todo el país con una trayectoria tan larga bregando con el insaciable apetito de los medios en uno de los destinos policiales más complicados del territorio nacional.

Periodistas

El balance, según el agente, es muy satisfactorio: «He tenido la suerte de tener enfrente a grandes periodistas que además son grandísimas personas. Este trabajo me ha dado la oportunidad de hacer muy buenos amigos mucho más allá de Málaga y Andalucía». Sin embargo, cuando no puede hablar, apenas concede un rotundo «negativo». «Hay veces que no sé nada y otras que no puedo hablar, pero lo que nunca he hecho es mentir. Un buen amigo me dijo una vez que nunca mintiera a un periodista y lo he cumplido», asevera.

Su labor, en todo caso, no se limita a atender a los medios. Moltó y su equipo llevan todos los asuntos de protocolo del cuerpo en la provincia, un trabajo que le gusta todavía más que la comunicación y del que cuenta una amplia formación. «Me permite conocer a gente muy interesante», dice el agente.

Aunque no es periodista, tiene el doble de instinto que muchos que presumen demasiado de serlo. Y calma, una de las virtudes más escasas en la era digital: «Hay noticias que mueren ante de nacer».

De algo le habrán valido sus 34 años que trayectoria en la benemérita, cuerpo que lleva en el ADN tras seguir el camino militar de su padre, también guardia civil, y sus abuelos, uno militar y otro ferroviario. Tras su ingreso en 1984, su carrera se ha forjado en Navarra (1985) y en las carreteras de Segovia (1986) antes de convertirse en malagueño para siempre. En 1991 pasó por Cañete la Real y Álora para aterrizar en la Comandancia de Málaga un año más tarde.

Y entonces llegó la oportunidad de la OPC. Tras los experimentos que se realizaron en Sevilla, Madrid o Barcelona, la Comandancia de Málaga se subió al carro y sólo se presentaron dos candidatos. Un oficial y Bernardo, que se hacen con el puesto tras completar un curso con otros 40 compañeros de otras 20 provincias. Aunque su compañero inicial cambió de destino, Moltó estuvo durante más de quince años acompañado en la OPC por Isabel, una funcionaria que finalmente también cambió de puesto. Desde hace siete, al equipo que actualmente supervisa el comandante David se sumó su «gran compañero» Jorge. Y hace tres llegó Loli, que sí es periodista y «la más eficaz del equipo con diferencia». Sin embargo, Moltó no puede evitar nombrar a Lola, su mujer, la persona «con lo que todo ha sido posible» y con la que tiene dos hijos.