De manera manifiesta, los urólogos y sexólogos coinciden en una premisa: la Viagra funciona bastante bien cuando la disfunción eréctil no responde a síntomas meramente físicos u orgánicos, sino que responde a situaciones psicológicas adversas. Es decir, cuando la impotencia responde más bien a conflictos superficiales o el miedo al fracaso. «Los hombres hemos hecho del sexo matemáticas. Gran parte de la hombría la hemos basado en nuestra capacidad de funcionar en la cama. Si falla eso, entramos en shock», explica Francisco Cabello, presidente del Instituto Andaluz de Sexología. De facto, resume el sexólogo, este trauma responde al propio deseo carnal incrustado en nuestro ADN: «Desde que somos pequeños, nos vemos los genitales y el pene, y vemos cómo reacciona, por ejemplo, ante un estímulo erótico. La repercusión psicológica, si esto decae, es catastrófica. Aquí, la Viagra ha venido para devolverle la seguridad al paciente». Si la pastilla anticonceptiva supuso, de alguna manera, dar rienda suelta a la sexualidad sin cortapisas de por medio, la Viagra es el pago al tributo de la penetración.

La llamada «pastilla del hombre» en sí, no puede sobreponerse a la concepción mística de la sexualidad y convertirlo en algo racional. Eso queda claro. Lo único que persigue al final es hacer realidad un antiguo sueño: provocar la erección como si alguien pulsa el botón para encender el televisor. «Claro que la Viagra supuso un antes y un después», sostiene el urólogo Pedro Torrecillas. «Podemos hablar de una revolución sexual que empieza en el hombre porque hasta entonces la disfunción eréctil era algo que se tenía oculto. El hombre, antes se resignaba y ahora puede volver a ser joven. Al final, sabemos como funciona esto. Uno habla con, otro, pues mira, oye, a mí me ha funcionado muy bien...», resume Torrecillas lo que ve a diario en su consulta privada. Aunque hasta el momento sólo se ha hablado de una parte, luego está la mujer. Torrecillas asegura era la otra parte desfavorecida. «Al final, esta pastilla es capaz de devolver la felicidad a dos personas que, hasta entonces, sufrían un problema de manera conjunta», explica. Hasta ahora, la esencia de la sexualidad, de manera más imponente aún el amor, se nutría de las sensaciones. Factores que no se pueden calcular. Ningún hombre es capaz de evocar los síntomas de la estimulación sexual de forma arbitraria. Que el cuerpo es atravesado por un corte, que está compuesto por dos mundos paralelos, eso el hombre lo comprueba en sus propias carnes de una manera muy plástica. Es decir, siempre que a un estímulo sexual reacciona, por llamarlo así, de «manera impotente». Un mundo anhela la erección, el otro la impide. En tanto que el mito del hombre que siempre cumple está rodeado de un aura místico. ¿Cómo es posible que los dos mundos se unan? La Viagra, así se podría resumir, se sobrepone al abismo entre los dos mundos, supera el carácter mítico y anticuado de la sexualidad, y lo revoluciona, por fin, hacia algo moderno y racional.

Así lo sugiere Cabello al asegurar que las mejores cuotas de efectividad se alcanzan cuando se aplica al paciente un tratamiento combinado. «Los mejores resultados los obtenemos cuando se mezclan el suministro del fármaco con la terapia sexual», asegura Cabello. Sobre la visibilidad del problema, admite que la Viagra ha servido para que muchos hombres afronten este problema. Aun así, asegura, hay muchos que todavía permanecen en la sombra. Así, habla de que, en España, en el mejor de los casos, se dejan tratar un 30% de los afectados por la disfunción eréctil.

Consumo lúdico

Enganchando, de nuevo, con el carácter místico de la sexualidad aparece el consumo de la Viagra como si fuera una droga más. Cabello señala que sí hay personas que sucumben a la Viagra como potenciador de sus relaciones sexuales. «Hay un uso que denominamos como lúdico. Esto es una persona que no lo necesita, pero que utiliza estos fármacos para durar más o porque quiere recuperarse antes. Como médico, tengo que decir que me parece disparatado. No hay necesidad de tomar un medicamento. Al final, esto funciona como un deportista que se dopa». Eso sí, admite Cabello, con un riesgo inferior. «Es verdad que este tipo de fármacos tienen, hoy día, muy pocos efectos secundarios», precisa. ¿Fármaco, droga o dopaje? Ya van dos décadas de confluencia.