La vida es un nudo de expectativas en la que muchos siguen midiendo el éxito en centímetros. El hombre, reducido a su esencia, es un animal frío. Más bien de cálculos simples, que camina firme en dirección hacia un objetivo final cuyo éxito dependerá de una presentación de ciertos avales. Cuanto más alta la escala, más grande es la autoestima. Pero llega un momento en el que la fuerza de la gravedad se impone y el órgano central del hombre colapsa. Los sexólogos describen este momento como el de la «profecía autocumplida». La asunción dolorosa de que ya nada volverá a ser como antes. Porque el resultado, eso se cree, depende de lo que uno al final pueda trasladar. Sí, hablamos de sexo. De la capacidad de funcionar en la cama. Ser el califa en tu propia intimidad. Falla todo esto, comienza un sufrimiento que se solía vivir en la sombra. Hasta los años 70, se hablaba de «impotencia». Una palabra con categoría de juicio final. En la actualidad, el cuadro médico suaviza el impacto al hablar de «disfunción eréctil». Un maquillaje dialéctico sin efecto alguno, si atendemos lo que expone el urólogo malagueño, Pedro Torrecillas, basándose en su amplia experiencia. A diario confronta este problema tan específico en su clínica ubicada en la Alameda de Colón: «El hombre que es sexualmente activo se encuentra feliz. Un hombre que sexualmente no puede hacer nada es un hombre abatido y sin ganas de luchar». La sentencia es lapidaria. Para empezar, desde el punto de vista fisiológico, al contrario de lo que ocurre en otros animales, el pene no tiene ni tan siquiera partes oseas. En caso de deseo, todo depende de conseguir un endurecimiento del miembro a través de un riego sanguíneo. Como el declive existe desde que el hombre es hombre, varios milenios han dado para acumular un popurrí de experimentos: ámbar y algalia, almizcle y estricina, atropa mandrágora pasando por ginseng chino. La lista es cuasi infinita. Así, hasta llegar al cuerno pulverizado de rinoceronte. Todo lo que se había probado, para ser francos, ofrecía efectos más bien dudosos, en combinación con grandes fatigas. Así fue hasta la llegada de la medicina operativa. Por fin, hace dos décadas, el mundo de los hombres recibió un regalo con el que llevaba miles de años soñando. De repente, a finales del último siglo, un medicamento que debía aumentar los vasos coronarios del corazón, empezó a elevar de forma manifiesta las partes íntimas en los sujetos de prueba. Como tantas veces en la historia de la ciencia, el doctor casualidad se vistió de héroe, y dejó escrita una fórmula para cambiarlo todo: 1-[4-etoxi-3-(6,7-dihidro-1-metil-7-oxo-3-propil-1H-pirazol[4,3-d]pirimidin-5-il) fenilsulfonil]-4-metilpiperazina. Sildenafilo, para simplificar. ¿Que qué? Viagra en su nombre simbólico. Esa pastilla azul con forma de rombo reconocida y distribuida en medio mundo cumple ahora 20 años. Un aniversario redondo que corresponde a lo que los expertos no dudan en calificar de la última revolución sexual. Su historia es también una introspección que va de inseguridades y miedos.

Un hombre que toma viagra con asiduidad es alguien que se ha despojado de su propia vergüenza. Que sabe que no hay mal que por bien no venga, y que lo que parecían problemas de pareja mal resueltos se limitaba en realidad a un fallo en lo más elemental. Esas son algunas de las conclusiones que se deducen de la conversación con los expertos sobre el terreno. Aquí, en Málaga, la media de prescripción diaria de Viagra fluctúa entre 20 y 30 recetas. El dato lo aporta el sexólogo Francisco Cabello. Con un currículum tan amplio como apabullante, además de estar al pie del cañón en su propio clínica, preside, también, el Instituto Andaluz de Sexología. Cabello ha conocido de cerca el sufrimiento y por ello no duda en calificar la irrupción de la viagra como revolución sexual: «La prensa, en su día, habló de la revolución azul. Supuso un cambio trascendental en el tratamiento de la disfunción eréctil. Hay que ver de dónde venimos. En los años 70 lo único que había eran remedios caseros muy dudosos y buenas palabras. En 1980, aparecen las inyecciones intracavernosas y también estaba la posibilidad de la intervención quirúrgica. Pero en 1998, aparece la Viagra y todo cambia. Nos encontramos con un fármaco que funciona en muchas personas y sin apenas efectos secundarios». Aunque la Viagra ha sido durante mucho tiempo el fármaco más vendido, en España se comercializan los siguientes fármacos. Además del sildenafilo (su nombre farmacéutico), está el Levitra o vardenafilo, el Cialis o tadalfilo y el Espedra o avanacilo, que fue el último génerico en salir al mercado. Las pastillas no están financiadas por la Seguridad Social y es necesario una receta previa. En Málaga, asegura Cabello, a diario una media entre 20 y 30 personas se rebelan contra la sensación frustrante de ver como el cuerpo se apaga. A pesar de que la industria farmacéutica esté presionando para que la Viagra se pueda adquirir sin receta, Cabello cree que sí requiere supervisión médica.