Desde hace semanas, más bien meses, Antonio Maíllo y Teresa Rodríguez llevan emitiendo señales de afecto mutuo. La frontera entre una relación profesional y la amistad empieza a difuminarse. Todo el mundo sabe lo importante que es la estima en política cuando se quiere llegar a un objetivo común. No hay margen para avances si no existe un mínimo de conexión. Las miradas que ambos se dedican son de complicidad y las ruedas de prensa que ofrecen, normalizando el concepto extraordinario de «conjuntas», funcionan como máquinas engrasadas. Rodríguez es la parte combativa. Eleva el tono si lo cree conveniente para que no haya lugar a equivocaciones. Maíllo coincide en el camino e imprime la imagen de formalidad. Una formalidad entendida como rigor en el análisis de los problemas, basada en el estudio y en la lucha, lejos de esa vacuidad que falsamente se le pudiera atribuir a alguien que viste camisa blanca y pantalones de pinza en la sede central de la CGT. Así se presentó ayer en Málaga el tándem de la izquierda a la izquierda. Futuros cabezas de cartel de una confluencia que se presenta a sí misma como única alternativa para defender a los trabajadores y a los ciudadanos más desfavorecidos. No se sabe muy bien cuántos actores se acabarán sumando, pero la campaña permanente ya está servida, y este martes sirvió como una primera prueba de lo que está por venir. De entrada, un frente común para intentar desarticular a Susana Díaz, a la que se culpa de vender un discurso ensalzando todo lo público, pero que luego no promueve con hechos. Maíllo recordó la manifestación de los profesionales de la sanidad de este fin de semana en Sevilla. Rodríguez acusó al Gobierno socialista de fomentar la externalización. Puso como ejemplo a los trabajadores del 112 y culpó al PSOE haberlo convertido todo en un solar. «Si el fundador del PSOE viera lo que está pasando, se revolvería en su tumba», llegó a decir. Maíllo abordó, también, la situación del barco Aquarius, con más de 600 inmigrantes a bordo, que atracará en el puerto de Valencia. Mostró su malestar por el «silencio» de la presidenta: «Nos avergüenza y estremece». Así es esta confluencia, que se otorga la responsabilidad de liderar a una llamada «mayoría del cambio».

En cuestiones de rigurosa actualidad, ambos mostraron su respaldo cerrado a los trabajadores del sector de la hostelería. Con la huelga cada vez más cerca, Rodríguez no admite un paso atrás. «Estos empleados tienen un buen convenio porque se lo han peleado y si se generan beneficios millonarios habrá que exigir que se repartan, no regalar la salud de los trabajadores a las grandes empresas, muchas de ellas no son ni andaluzas, a cambio de precariedad y semiesclavitud», reivindicó. Maíllo, por su parte, apuntó a una situación con cálculos endiablados: «Las estadísticas de pernoctaciones se rompen por arriba, pero también se rompe la estadística de precariedad por abajo».

Podemos y estatutos Rodríguez también tuvo tiempo para valorar la reunión que tendrá este viernes con Pablo Echenique. Cualquier desajuste reglamentario que haya tras la decisión de la líder andaluza de cerrar el acuerdo de confluencia al margen de la dirección estatal, se resolverá hablando. Al menos, es lo que dio a entender, además de defender, de nuevo, una estrategia que deja a los partidos como tal en un segundo plano. Rodríguez reivindicó la confluencia como una herramienta útil para el cambio. «Ayer, hoy y mañana quedará esa impresión (en relación a una falta de unión), pero pasado mañana quedará el paso al frente histórico de IU y Podemos para plantear una alternativa al susanismo que no pase por la derecha», sentenció.