Una de las cosas que se abandonó con la moción de censura de Pedro Sánchez fue la eterna luna de miel de Ciudadanos con la demoscopia, y al perder el liderato de las encuestas en cierto modo se perdieron también las grandes aperturas en los periódicos. Pues está la cosa montada así, que uno puede estar contando cosas extraordinarias y estar como si estuviera predicando en el desierto si se le intuye lejos del poder. Los de naranja están atravesando un momento de cierto bajón. Así lo admiten algunos de sus cargos en conversaciones reservadas. Un cierto sentimiento es de haber quedado desnudado por los acontecimientos. Que todo ha pasado muy rápido y que ya nada volverá a ser como antes. Cuando se anunció la llegada de España Ciudadana a Málaga, Rivera todavía era firme aspirante a number one. Se presentó así el acto de ayer como una posibilidad de rehabilitación grupal. Un baño de masas para reafirmarse como la otra mitad perfecta. Empezar de nuevo con fuerza para recuperar los titulares.

Deglutir la noticia lentamente y soltarla al umbral del inicio del telediario del medio día, presentando la posibilidad echar los nacionalistas del Congreso. Así, sin anestesia, Rivera lanzó el titular a los periodistas como quien lanza una pelota de tenis en el parque mientras pasea con su perro. Si es medio espabilado, la va a devolver.

Así, Rivera selló de nuevo su entrada en el mapa. La noticia se extendió por los teletipos como fuego de verano y a los 4.000 (la organización debió contar de dos en dos) que supuestamente había en la plaza de la Constitución lo de sacar a los nacionalistas del Congreso les pareció muy bien. Tampoco había que ponerse muy detectivesco para saber que para los congregados partidos como el PdCat o el PNV encarnan todas las virtudes del mal porque son nacionalistas. Si a cada «liquidar España» que se pronunció se hubiera servido un chupito de tequila, algunos todavía seguirían bailando en la fuente. Porque la cosa funciona un poco así: imagínese que una mañana se despierta con una bandera de España, entonces es usted un patriota. Si lo hace con una ikurriña, no es que pase algo directamente, pero está usted cerca de perderse entre las malas compañías. «¿Pero que sería de nosotros sin las malas compañías?». «¡Qué viva España!». Porque al final, esa es la respuesta que se ofreció ayer para casi todos los problemas, muchos muy complejos, que tienen abatidos a este país.

Una bandera más acariciando en el cogote y a falta de Marta Sánchez, una rumba instrumental para cerrar el acto.