Pocas instituciones de Málaga han cambiado tanto la vida de tantos malagueños como la antigua Escuela Franco, desde 1987 IES La Rosaleda.

Consciente de su importancia, el historiador malagueño David Delange Segura, doctor en Historia y profesor de Historia en el centro desde hace dos cursos, ha querido recoger en un libro las siete décadas de historia de esta institución, que comenzó su andadura en el curso 1947/48.

IES La Rosaleda (Antigua Escuela Franco). 70 años al servicio de la sociedad y educación malagueña, que acaba de editar Jákara, ya se ha convertido en poco tiempo en un éxito de ventas, y su recaudación, por cierto, el autor ha querido que se destine a Cáritas.

«La idea de escribir el libro se me ocurrió en un claustro de profesores del año pasado, cuando el director saliente, Fernando Rosas, expresó su deseo de que todos los miembros del claustro pusiésemos nuestro granito de arena para conmemorar el 70 aniversario», cuenta esta semana en la sede de La Opinión.

Lo que en un comienzo solo iba a ser un folleto explicativo sobre la evolución del centro, pudo terminar en forma de libro al contactar David Delange con la asociación de antiguos alumnos. «Fue una bendición, la asociación me brindó desde el principio su ayuda».

Así que el libro pudo ir creciendo de la mano de fuentes bibliográficas, históricas y hemeroteca pero también a través de entrevistas personales y cuestionarios para los antiguos alumnos. Esto dice de ellos: «Son una familia fantástica, celebran sus comidas y hay un espíritu de camaradería como no he visto nada igual. Alucino cuando veo cómo, después de tantísimos años, tienen esa ilusión y ganas de encontrarse cada seis meses».

La respuesta está en la labor de este centro, nacido en 1947 con algo menos de 300 alumnos y el nombre de Institución Sindical de Formación Profesional Francisco Franco, aunque pronto fue conocido en toda Málaga como la Escuela Franco.

Construido en una zona de huertas junto al Monte Coronado a partir de diciembre de 1943, el autor del proyecto fue el arquitecto malagueño Juan Jáuregui Briales.

Las nuevas instalaciones contaban con internado, laboratorio de psicotecnia, servicios médicos, aulas, capilla, biblioteca, extensos campos de deportes, talleres para Metalurgia, Carpintería, Artes Gráficas, Electricidad, Electrónica, Delineación, Forja y Fundición... Como destaca el autor, su inauguración supuso «un antes y un después porque en Málaga no había nada parecido y superó todas las expectativas».

A este respecto, resalta el agradecimiento de los antiguos alumnos a una escuela «que les abrió las puertas a su futuro profesional, y lo que jamás dejan de recordar es que además de formación les procuró alimentación, en una época nada fácil. Fue un respiro para ellos y para sus padres».

De otra forma, recalca, «tendrían que haberse dedicado a otro oficio, a las tareas del campo que era por aquel entonces lo más común».

Los primeros alumnos entraban con edades entre los 12 y los 15 años y estaba cuatro cursos. «A los que no tenían formación básica se les daba un curso de alfabetización y al año siguiente se les iba introduciendo en las distintas escuelas taller, hasta que entraban en la oficialía y se especializaban en una determinada disciplina», cuenta.

Con el tiempo, señala el autor, se introdujeron nuevas enseñanzas como Hostelería y Turismo, dos de las que tienen más alumnos en nuestros días.

Buena parte del éxito del centro la tuvieron sus excelentes profesores. En este sentido, José Antonio, uno de los antiguos alumnos que colabora en el libro recuerda: «Había dos profesores muy significativos, Luis Azuaga, que daba Literatura y Filosofía, con una personalidad muy fuerte y Joaquín de Carranza, que enseñaba Historia y que nos enseñó a ser librepensadores. Curiosamente los dos profesores eran de Humanidades».

El libro, por cierto, no se olvida de todos los directores que estuvieron al frente de la institución, el primero de ellos, Ginés Albacete, de 1948 a 1955, ni de antiguos alumnos que hoy son profesores.

La educación mixta

Como recuerda David Delange, la reforma educativa de Villar Palasí en los años 70 hará posible que la Escuela Franco deje de ser sólo para hombres e incorpore a alumnas, aunque la llegada será paulatina.

«Sobre todo habría especialidades como la de Administración en la que sí eran mayoría las mujeres, pero había otras en las que no», destaca el profesor, que comenta una anécdota que refleja muy bien la novedad que en ese universo de hombres representaba la llegada de mujeres: «Algún profesor se permitía bromear con que, si ahora que tenía tres alumnas, si había que poner tres macetas para adornar la clase».

Un cambio igual de significativo se produjo en 1987, cuando el centro, mediante votación secreta del consejo escolar el 13 de julio, decide por amplia mayoría abandonar su denominación, tan ligada a la dictadura, y cambiar su nombre por el de Instituto de Enseñanza Secundaria La Rosaleda.

«Se convierte en instituto de FP pero también desde la implantación de la LOGSE da cabida a la enseñanza secundaria. Hoy por hoy la oferta educativa se centra en el Bachillerato y la FP y ha desaparecido la ESO», cuenta David Delange.

El libro también tiene un hueco para el anecdotario, fruto de la colaboración de tantos antiguos alumnos. A muchos de ellos, por ejemplo, se les han quedado marcados, valga la redundancia, «los primeros callos» en las manos, cuando pasaban por la rama de Metal y tenían que trabajar con limas y seguetas.

David Delange resalta que ha intentado escribir, como historiador que es, «una historia lo más objetiva, imparcial y aséptica posible». El profesor malagueño está convencido de que, en nuestros días, el Instituto La Rosaleda sigue siendo «un referente en la Formación Profesional y el Bachillerato».