Si no teníamos bastante con el americanismo representativo con la coca-cola, la hamburguesa, la obesidad, los bates del béisbol, las gorrillas con la visera hacia atrás, el viernes negro, el rock, el Halloween, las películas del oeste, las americanas (yo sigo usando chaquetas)… ahora nos mandan las borrascas con nombres femeninos y masculinos por aquello de la igualdad de género.

La primera, de triste recuerdo en muchas ciudades españolas, con el nombre de Ana, ha tenido descendencia con otras que responden a Diana, Emma o Federica… La última conocida cuando redacto estas líneas es Gisela. Lo del nombre es lo de menos. Los encargados de elegir los nombres tienen en el santoral más de mil para elegir, aparte los que no están en el santoral.

En mi niñez no había borrascas, ni gota fría, los tornados tenían la exclusiva Estados Unidos, los ciclones se reservaban para las películas y el cambio climático no estaba ni en los diccionarios. Los únicos cambios o fenómenos atmosféricos conocidos en Málaga eran las inundaciones del Guadalmedina y el año de la riá en 1907.

Cada año, pues, entre diciembre y marzo, tendremos nuestras borrascas y tornados destructivos con nombre propio femenino y masculino. Los encargados de la sección El Tiempo en las radios y televisiones nos advertirán de las llegadas de Juana o Jeremías y los consejos para no ser víctimas de los efectos negativos de los fenómenos atmosféricos. Que si se acerca Juana, que los viejecitos no salgamos a la calle, que nadie se proteja bajo los árboles porque una rama puede dejar viuda a su mujer o compañera sentimental, que cierren las ventanas y que los majarones no se acerquen a los paseos marítimos para hacer fotografías.

(Una recomendación: que los socorristas, la Policía Municipal, la Policía Nacional, la Guardia Civil y los voluntarios no expongan su vida para sacar de las aguas a los que no respetan la prohibición de acercarse al mar para hacer una fotografía. ¡Ya está bien de poner en peligro las vidas de grandes servidores de España por no hacer caso a las prohibiciones algunos descerebrados!).

He leído en una columna publicada en este mismo periódico que ya circula por aquí la idea de celebrar cada año el famoso Día de Acción de Gracias que los norteamericanos festejan comiéndose un pavo, como si esta gallinácea fuera culpable de algo que merezca su muerte por el procedimiento del degüello u otra práctica similar. También el pavo es víctima de la celebración de la Navidad en España.

Pero miren por donde, la celebración del Día de Acción de Gracias no hay que importarla de Estados Unidos; ese día tan festejado en aquella inmensa república fue un creación o invento de un español, cuando España era España y gobernaba en las lejanas tierras de ultramar y logró no tras no pocos esfuerzos en constituirse en una, grande... y no sigo para no ser tildado de facha.

En España podríamos celebrar el Día de Acción de Gracias sin recurrir al sacrificio de un pavo por familia; aunque somos un país minúsculo comparado con Estados Unidos, en cada comunidad o mejor en cada provincia, el día se podría conmemorar o festejar con un plato menos sangriento. En Asturias, con una fabada; en Valencia, con una paella; en Castilla-La Mancha, con pisto; en Galicia, con lacón con grelos; en Canarias, con papas arrugás con mojo picón… y en Andalucía, que somos los primeros en variedad de platos y costumbres, en Córdoba se impondría el salmorejo; en Huelva la gamba; en Málaga el gazpachuelo…

Un invento español

Aunque no se lo crean, el Día de Acción de Gracias fue invento de un español en el año 1565. Lo descubrió hace unos años el profesor de la Universidad de Florida Michael Gannon.

Según este profesor, en el poblado de San Agustín de Nuestra Señora de la Florida, don Pedro Menéndez, que presidía una misa, invitó a los colonos de habla española a una comida, invitación extensiva a los indios que habitaban en la zona, celebración a la que no dio la denominación de Día de Acción de Gracias, pero sí a algo parecido a la actual denominación que todos los ciudadanos estadounidenses festejan, como apunté antes, devorando varios millones de pavos.

La primera, pero no oficial, edición de esta acrisolada festividad se celebró el 8 de septiembre del citado año de 1565; en la actualidad tiene un día variable: el último jueves del mes de noviembre.

Esta curiosa historia la relató hace unos años el corresponsal de El Mundo en Estados Unidos Carlos Fresneda. No me acuerdo cuándo se publicó, pero no será difícil encontrar la crónica en una hemeroteca. La leí hace doce o catorce años.

Las rebajas

El Black Friday, otra importación de Estados Unidos, y en cuya celebración no participo porque no sé inglés, no es un invento de allende los mares; las rebajas de enero, que son las que recibimos los españoles con alborozo hasta el punto de ponerse muchos clientes a la entrada de los comercios para ser los primeros y salir en televisión, no son de hoy.

José Luis Estrada Segalerva, en sus Efemérides Malagueñas recogía: «23 de febrero de 1911: La prensa local anunció que, habiendo llegado la época en que los comerciantes tienen por costumbre hacer grandes rebajas de sus artículos, la casa Muñoz y Nájera ofrecía los siguientes a los precios que se señalan: camiseta lana pura caballero, a 4 pesetas; calcetines, 1 peseta; medias para señoras, 1,50; pantalones rusos, 1 peseta; trajes de punto inglés, 4 pesetas y piezas Cambray fino, con diez metros, a 5 pesetas».

Total, que todo está inventado, hasta los pantalones rusos que no sé como eran. No he encontrado en las enciclopedias consultadas la definición del pantalón ruso. Supongo que serán parecidos a los que se llevaban hace ochenta años y que recibían el nombre de bombacho.

Para enriquecer mis conocimientos, desde hace unos días, cada vez que aparece Putin en pantalla, me fijo en sus pantalones. Hasta ahora solo he comprobado que el líder ruso viste elegantemente; vamos, un dandi.