No importa lo bonita o lo dura que esté siendo la vida, la mayoría del tiempo pasa delante nuestra sin más. Lo llaman rutina. En este flujo de enlazar un amanecer que se parece mucho al anterior, destacan, sin embargo, algunos momentos en los que todo se condensa. Instantes libres de esa ambigüedad tan intrínseca al propio día a día. Situaciones en las que se vislumbra qué es la vida de uno y cómo podría ser. Hay un periodo que va aproximadamente de los once hasta los 16 años y que podríamos llamar pubertad. Una fase que destaca en el largo camino hacia la madurez. Empiezan a mezclarse las experiencias de la niñez con la perspectiva de una futura vida adulta. Ingenuidad y seriedad, tonterías y ramalazos de sabiduría, gestos vacíos y cargas de responsabilidad se van intercambiando. La última hornada de los millenials (nacidos a partir del año 2000) tomará la palabra en breve y poco o nada saben los adultos sobre cómo piensa una generación que ha crecido de manera natural con el fenómeno de internet y, por lo tanto, en un mundo más globalizado que nunca. Es, también, la edad de experimentar, de entrar en contacto con el consumo de determinadas sustancias y andar caminos contrarios a los que marcan los padres.

La esencia sigue siendo la misma, pero en un marco desconocido para una generación que representa la anterior, formada por padres y por aquellos que se desenvuelven a la perfección en un mundo interconectado, pero que recuerdan esa vida analógica anterior a la aparición del teléfono móvil. En esta efervescencia de impulsos y estímulos continuos, también está cambiando el tradicional cuadro de adicciones. Sexo, drogas y rock & roll era antes. Alcohol, marihuana, cachimbas, bebidas energéticas, series y es el ahora.

Esa es, al menos, la conclusión a la que se llega en uno de los estudios más ambiciosos que se han realizado en Málaga con el objetivo de indagar en el tema de las adicciones entre los menores. ¿Qué sustancias toman? ¿Cuál es la edad de iniciación? ¿Cuáles son los elementos determinantes que influyen en su tiempo de ocio? ¿Qué peso tiene internet en el desarrollo de los menores? Con esas preguntas en mente, la Asociación Cívica para la Prevención (ACP) interrogó a 1.050 estudiantes de la ESO de once institutos en la capital, uno por cada distrito. Algunos de los resultados son tan sorprendentes como chocantes. Un 14,1% de los menores de doce años bebe alcohol los fines de semana, un 18,2% fuman cachimba, un 23,6% toman bebidas energéticas, un 6,8% fuma tabaco y un 2,7%, incluso, consume marihuana. Con una tendencia ascendente y de mayor prevalencia a medida que van avanzando de curso. En 4 de la ESO, el 73,3% de los encuestados aseguran que consumen bebidas energéticas. El consumo de alcohol se eleva hasta el 67,8% y el 62% de los menores fuman cachimba. El tabaco (12,1%) y la marihuana (9,2%) son las sustancias que menor predisposición presentan entre los estudiantes.

Rafael Arredondo, fundador de ACP y docente en la UMA, uno de los encargados de velar por este estudio, habla de «edades prontísimas» de inicio y confirma la existencia de un abanico cada vez más amplio de posibles en unos jóvenes interconectados, y que mantiene el alcohol como producto más cotizado: «Sigue siendo un elemento socializador, representa un claro modelo de ocio. Y es los que nos transmiten por todas las vías. ¿Quién patrocina a la Selección de Fútbol? Una marca de cerveza. En una de las series que más ven los jóvenes, Juego de Tronos, se está bebiendo constantemente». Que las fiestas ya se ligan a una borrachera a la pronta edad lo corrobora el siguiente dato: El 44% de los menores de 16 años ya sabe lo que se siente cuando se está bajo los efectos del alcohol. Un 11,9% se ha emborrachado en los últimos meses, un 5,3% recientemente.

«Lo ven como algo normal. Lo ven en casa, lo ven en las series se les transmite a través de la publicidad. Además, cada vez hay más oportunidades para beber. Graduaciones, fiestas de cumpleaños. Cualquier motivo es bueno. Un menor, hasta llegar a la Universidad, se ha podido graduar tres veces. Eso antes no existía. El consumo de alcohol ligado al ocio no es algo nuevo, pero la edad de iniciación desciende», asegura Arredondo. En este contexto, también se producen los primeros casos de policonsumo: Un 9,2% de los estudiantes malagueños que están en la ESO ya saben lo que es el cannabis. Un porcentaje que adquiere cuotas preocupantes si se analiza junto a la edad de iniciación: el primer porro de marihuana a los 13 años en chicos y a los 14 en chicos. Un abuso que va de la mano con la primera calada cigarro: 12 años en chicos y 13 en chicas. Un consumo, en todo caso, que se podría considerar como clásico. El alcohol y la marihuana forman parte de las últimas décadas.

Para hablar, por lo tanto, de neoadicciones vale con proyectar la siguiente imagen que Arredondo describe como algo habitual: «Es algo que vemos todos los días en los institutos. Los alumnos entran por la mañana y en la mano llevan su lata de Monster. Hay colores para todos los gustos. Si en una persona adulta la ingesta de estas bebidas ya produce efectos estimulantes de manera notable, imaginad en un chico de 12 años que ya de por sí es nervioso. Directamente se convierte en incontrolable para sus maestros». Quien dice Monster dice Red Bull. Todos los supermercados distribuyen sus propias marcas blancas. La fórmula explosiva es la misma en todas. Alto contenido en cafeína y taurina y azúcar. Como no contienen alcohol, su venta a menores es estrictamente legal. ¿A qué se debe ese auge? Para Arredondo, la principal razón es la del marketing. Más lejos, más alto, antes que ninguno. En el último rincón perdido del planeta, donde haya un deportista extremo sobreviviendo a la última gesta, están estas marcas. «El efecto que tiene esto sobre los menores es brutal. A los deportes extremos, hay que sumarle su presencia en los deportes de masa. Estas bebidas patrocinan a todo tipo de deportistas y, curiosamente, se les relaciona con un estilo de vida saludable cuando son todo lo contrario», lamenta Arredondo. Publicidad y marketing enlazan con el uso de las nuevas tecnologías. Instagram, YouTube, Facebook... Del móvil al cerebro del menor y después camino a la estantería del Chino de al lado. Elena López, psicóloga y pedagoga al frente de Lomar Psicología, confronta a diario con menores en su consulta en la capital y confirma traza un perfil sobre adicciones nuevas y clásicas, y el contexto actual en el que se producen: «Las bebidas energéticas y la cachimba están asociadas a una imagen de inocuidad. En el caso de las primeras, por ejemplo, hay un fuerte complemento publicitario que anima al consumo, asociándose a una mayor energía e incluso mejoras en el rendimiento. En cambio, el gran trabajo de sensibilización realizado contra el consumo de tabaco, hace patente esa mayor percepción del riesgo y de las problemáticas que puede acarrear. Por otra parte, la asociación que se realiza entre diversión y consumo de alcohol, por ejemplo, contribuye a fomentar estas prácticas. Obviamente, es más fácil acceder a una bebida energética que a un porro, al igual que todos tenemos fácil acceso al uso de internet. De hecho, se ha convertido en parte ineludible de nuestra vida».

Regalo estrella

«El regalo estrella de las Navidades en algunos barrios de Málaga ha sido la cachimba». Así resume Redondo la constatación de una creciente afición por fumar en este artilugio que proviene de los países árabes. Con un problema fundamental: la creencia de que fumar cachimba no es dañino para la salud. «Todo lo contrario, es más, nadie sabe qué lleva realmente el tabaco que se utiliza para las cachimbas», precisa. Entre los estudiantes malagueños de primero de 1º de la ESO, un 18,2% ya ha probado el tabaco en cachimba. En los alumnos de 4º, el consumo de prevalencia está en un 62%. Su atractivo radica en las sensaciones que transmite. El humo, agradablemente refrigerado por el agua, no pica en la garganta y huele bien gracias a todo tipo de extractos que se le añaden. «Pero sigue siendo humo de tabaco», asegura Arredondo por si todavía quedan dudas.