Los nuevos tiempos traen nuevos hábitos. Ocurre con todos los aspectos de la vida, por lo que el de la compra no va a ser menos.

Los grandes almacenes han ido acaparando clientela desde su aparición, ofreciendo productos de todo tipo y de marcas variadas.

Del mismo modo, los nuevos canales de compra-venta que brinda internet permiten incluso hacer la compra desde casa. En un abrir y cerrar de ojos está el repartidor llamando al telefonillo del domicilio. Desde el balcón, ataviado con el pijama y las pantuflas, puede verse la furgoneta parada en doble fila.

En la otra cara de la moneda se mueven los ultramarinos, comercios históricos y familiares. Tiendas en las que no había presencia tecnológica y en las que «Muy buenos días, doña Carmen, ¿cómo está usted?» eran las primeras palabras que un cliente escuchaba.

Son los primeros en padecer las consecuencias de la aglomeración de productos en infinitos pasillos y de los precios bajos, y también de la comodidad de la compra-venta de todo tipo de artículos vía online.

No obstante, esos pequeños comercios siempre están ahí cuando más se les necesita; y algunos incluso son capaces de subirse al tren de las nuevas tecnologías y competir de tú a tú con todo tipo de recursos.

El centro de Málaga aúna una gran cantidad de ultramarinos, todos ellos distintos, con diferentes historias que contar y cada uno desde su propia coyuntura, más o menos compleja, pero que sí pueden estar de acuerdo en varias premisas: el trato y la calidad, aspectos que van por delante de cualquier otro.

Esta es una máxima que cumplen a rajatabla cinco comercios ubicados en la zona centro de la ciudad: cuatro ultramarinos como son La Mallorquina, Zoilo, Juan de Dios Barba y Casa Ceferina, y una pastelería, La Princesa.

Todos ellos coinciden en la vital importancia de que el cliente tiene que salir de la tienda con ganas de volver y sentirse bien atendido, y, además, como apuntan en Ultramarinos Zoilo, es muy necesario saber escucharlo. «Los clientes son los primeros en aconsejar y sugerir, podemos aprender mucho de los ellos», cuentan sus responsables. Del mismo modo ocurre en Casa Ceferina, donde la confianza es tal que los vecinos siguen llamando «niños» a Paco y Pepe, los dueños, incluso utilizan cartillas a modo de ahorro, una medida tan curiosa como añeja y familiar.

Otro factor diferencial ante grandes supermercados, en el que coinciden estos establecimientos, es en la calidad y exclusividad del producto. María Ángeles Guerrero, como titular de la pastelería La Princesa, opina que «el cliente que ha probado productos artesanales y le gustan, nota la diferencia respecto de otros comercios». Es su apuesta por la calidad, en este caso, por la elaboración de dulces selectos y especiales, sin bandejas de plástico y carteles en rojo de por medio.

El turismo es otra de las claves de la subsistencia de estos comercios, factor de vital importancia teniendo en cuenta la gran afluencia de extranjeros que recibe Málaga.

Ultramarinos emplazados en la zona centro, la más turística de la capital, notan esta realidad y saben aprovecharla. Así lo afirma Javier Crespillo, uno de los trabajadores de Ultramarinos Juan de Dios Barba. Ubicado en la céntrica calle Martínez, Crespillo agradece «la importancia de los guías turísticos», que hacen paradas en lugares de cierto peso en la gastronomía malagueña. Inevitablemente, los turistas aprecian la exclusividad que ofrecen estos establecimientos, los conocen y consumen en ellos. Suele estar muy valorado este hecho, hasta tal punto de que quieren repetir. Ante esta situación, ¿qué mejor modo de aprovechar el auge tecnológico para hacerla realidad? José Palma es el dueño de La Mallorquina, un comercio con gran afluencia turística. «Hacemos envíos a países como Francia, Italia o Reino Unido, aparte de a otras ciudades. Le gustaron los productos y piden más», explica Palma.

Es cuestión de saber diferenciarse para poder sobrevivir. Es el lema de cada uno de estos comercios, que, con circunstancias dispares, cuentan su pasado y su presente con vistas a sobrevivir a un siglo más.

Casa Ceferina, en Lagunillas

Los "niños" siguen estirando su historia al servicio de Málaga

Este comercio, Casa Ceferina, sigue dando de qué hablar 123 años después de su comienzo. Paco y Pepe continúan engrosando su currículum al servicio de la ciudad.

«Doña Ceferina y su marido fundaron este negocio en 1895, así que la tienda ha visto tres siglos distintos», cuenta Paco, orgulloso. «Adquirimos el comercio al hijo del matrimonio cuando se jubiló, en 1995, pero nosotros ya llevábamos más de veinte años trabajando con él. Todavía los clientes nos llaman «los niños»», señala Pepe. «Paco llevaba ya cinco años aquí cuando llegué, y recuerdo que le dije no aguanto ni tres meses. Si me cuentan entonces lo que terminaría pasando, no lo habría creído», ríe Pepe.

Saben de la repercusión de los grandes almacenes en el comercio de hoy, pero son optimistas y conocen las claves para que pequeñas tiendas sobrevivan a estos colosos: «Influye mucho el trato cercano con la gente, a la que conocemos de toda la vida y con la que hay una confianza sólida, también ayuda no tener unos precios elevados».

La experiencia se consigue con los años, ingrediente que no falta en la mochila de estos dos tenderos, que se diferencian de la competencia con un elemento impropio de 2018: unas cartillas parecidas a las de racionamiento.

«Es propio de una época que ni siquiera nosotros hemos vivido, pero las mantenemos y tienen éxito», ríe Pepe. «Es como un bote personal, el cliente nos va dejando pequeñas cantidades durante el año y, en Navidad, puede llevarse en comestibles la cantidad que haya acumulado», explican.

La Mallorquina, en la calle Sagasta

Productos artesanos y de calidad, norma de un negocio de casi cien años

1924 es la referencia más antigua de la existencia de este ultramarinos, regentado en aquel entonces por Salvador Postigo.

José Palma Aguilar adquirió el comercio La Mallorquina en 1982, comercio que trabajó junto a Dolores Medina, su mujer.

En la actualidad, José Palma Medina, hijo del matrimonio, es el que lleva el negocio. «Aunque ya trabajaba, me puse al frente al morir mi padre, en 2007», cuenta.

«Nuestra máxima es ofrecer productos artesanos, de pequeña producción; a lo que se une unos precios no elevados, sino acordes a la calidad del artículo», explica Palma.

Adaptándose al siglo XXI, maneja una web que «sirve como escaparate». Algunos países de Europa, o ciudades como Madrid o Barcelona, son algunos de los destinos. «Además de a los turistas, hacemos envíos a malagueños que emigraron en su momento y que aún son clientes. También a otros más célebres, como Iberdrola España o Remedios Cervantes», relata el dueño de La Mallorquina. «El futuro está en internet», concluye.Ultramarinos Zoilo, en la calle Granada

«Las grandes superficies siempre han existido. Hay que trabajar bien»

Siempre que puede, Zoilo se dejar caer por su negocio. Madrugador, como lo era en su momento, cuando aún se dedicaba en cuerpo y alma a su tienda. «La echo mucho de menos, han sido muchos años», añora.

Desde 1956, concretamente. «Se fundó en 1916, pero mi tío Isidoro la adquirió en los años 40 y yo le ayudaba. En 1956 la compré», relata este tendero, ya jubilado. «La tienda ya la llevan mis hijos, Ginés y Luisa».

Rememora el comercio de antaño: «Cuánto ha cambiado todo, antes vendía el aceite en octavos o en cuartos, ya no, hoy se vende en botellas», cuenta Zoilo.

No le preocupan los nuevos tiempos: «Las grandes superficies han existido siempre, hay que trabajar bien, el trato familiar y conocer al cliente es fundamental», señala.

Muestra con alegría una placa que reza: «Recommendé par Le Routard». «Desde hace años, esta empresa recomienda la visita a nuestro comercio a los ciudadanos franceses que deseen hacer turismo en Málaga», explica orgulloso.

Ultramarinos Juan de Dios Barba, en la calle Martínez

86 años después, en Juan de Dios Barba sigue «mandando» el bacalao

Este negocio funciona desde 1932, fecha en la que lo fundó Juan de Dios Barba, quien le dio su nombre, el cual aún se mantiene.

«El comienzo fue complicado», cuenta Javier Crespillo, uno de los tenderos. «Cayó una bomba en las inmediaciones en 1937, que, además, ante el desconcierto creado, dio pie a un saqueo en la tienda. Tuvo que reconstruirse», relata Javier.

«Mi padre, Francisco Crespillo, le compró el comercio al hijo de Barba en 1995. Hoy nos encargamos mis hermanos, Juan Carlos y Francisco, y yo», explica Crespillo.

Como otros ultramarinos, han comprobado de primera mano el paso del tiempo: «Siguen acudiendo clientes de toda la vida, nos conocemos, es diferencial a la hora de competir con las grandes superficies», cuenta Javier. «Ofrecer productos exclusivos y de calidad es otra de las claves», opina. Es el caso del bacalao, el artículo por excelencia del negocio.

Otro de los auges destacados es el del turismo: «Los guías turísticos influyen, hacen un recorrido gastronómico y paran aquí. Les cuentan a los turistas la historia de la tienda y, claro, ya consumen», explica Crespillo.

La Princesa, en la calle Granada

La pastelería que «endulzaba» a sus vecinos en plena Guerra Civil Española

Luis Guerrero abrió esta pastelería en 1937. Era una época difícil, lo cual no fue óbice para que comenzara a vender bollos de leche, de aceite, isabelas y otros dulces de la época, de los que también surtía a diferentes bares, especialmente de la zona centro.

Los tiempos han cambiado. Hoy es su hija, María Ángeles Guerrero, la que regenta este establecimiento, concretamente desde 1978, tras el fallecimiento de su padre.

«Ahora la venta está más enfocada al turismo, sin dejar de pensar en los clientes de siempre», explica. «Los borrachuelos, los roscos de vino o las loquitas son los productos que hacemos hoy. Dulces típicos que puede llevarse el turista», cuenta la propietaria.

Como otros tenderos, conoce bien la profesión como para sobreponerse a las dificultades: «Quien prueba productos artesanales y le gustan, nota la diferencia. Además, un comercio pequeño ofrece un trato más cercano y familiar», opina.