Peter Apor calcula que su bisabuelo, el granadino José Vílchez, su mujer María y sus dos hijos tardaron dos semanas en recorrer en pleno invierno la distancia entre su pueblo, Almegíjar, en el centro de las Alpujarras, y la capital, Granada. Luego tuvieron que llegar hasta el Puerto de Málaga y a continuación se embarcaron durante dos meses para arribar a las lejanísimas islas Hawái, en los Mares del Sur.

Ocurrió en 1907. El tercer hijo de la familia, Rose Vílchez, la abuela de Peter, ya nació en Hawái en 1910, aunque como recuerda su nieto, «ella no hablaba mucho inglés y si me escuchaba hablando me decía: ¡Ay, hijo, no suena bien, hablas inglés», ríe.

Peter Apor, californiano de 53 años, visitó hace unos días el Puerto de Málaga, del que partieron sus bisabuelos hace 111 años. Le acompañó el investigador malagueño Miguel Alba, el autor de un libro, publicado en 2016, que desvela la desconocida emigración de los andaluces a Hawái a comienzos del XX. La obra ha tenido tal impacto que Miguel Alba acaba de concluir el documental de Cedecom 1907. Hawái o miseria. Historias de un gran legado, dirigido por Eterio Ortega, en el que participa Peter Apor.

Su bisabuelo, José Vílchez, cambió el oficio de ebanista por el de cortador de caña de azúcar en Hawái, a cambio de un contrato con el gobierno de Estados Unidos, que años antes se había anexionado este reino polinesio. El contrato consistía «en cinco años de trabajo a cambio de cinco acres de tierra (dos hectáreas) y una casa», recuerda su bisnieto.

La casa original de los Vílchez en la isla hawaiana de Kauai. Foto: Archivo Peter Apor

La casa original de los Vílchez sigue en pie y en posesión de sus descendientes. Se encuentra en la población de Kalaheo, en la isla hawaiana de Kauai, frente a un hermoso lago. «Mi abuela le dijo a mi padre que nunca vendiera la propiedad y mi padre me dijo a mí lo mismo. Yo también se lo he dicho a mis hijos», cuenta Peter.

La de los Vílchez se encontraba en una zona conocida como el Spanish Camp, donde se instalaron las familias andaluzas.

Como Miguel Alba cuenta en su investigación, sólo un 10% de esa hornada de emigrantes aguantó las duras condiciones de vida, de ahí que la mayoría marchara a California. Allí vive Peter Apor, pero porque su padre se mudó al continente. Como subraya, sus raíces son hawaianas, allí tiene a todos sus parientes y no deja de visitar la isla al menos una vez al año.

«Tuvimos suerte y nos quedamos en Hawái», admite. Peter explica que en los años 20, 30 y 40 del siglo pasado la colonia española llegó a tener un horno comunitario para hacer pan. De su herencia española le queda el español, idioma que también conocen sus dos hijos, y la afición por preparar paellas, tapas y sangría.

Peter viajó hace poco con sus hijos a la tierra de sus bisabuelos, Almegíjar, para cerrar el círculo de los orígenes. Al revivir la emigración de sus antepasados se pregunta: «¿Dejarías a tu familia y amigos, venderías tu casa para irte a vivir a un sitio donde no hablas el idioma? Es realmente duro».