Mañana, lunes 24 de septiembre, se proyecta en el cine Albéniz un hermoso y necesario documental sobre la emigración andaluza y malagueña a Hawái. Se trata de Pasaje a Hawái 1907-1913, y se lo debemos (porque de verdad estamos en deuda con él) a Miguel Alba, el curioso e incansable investigador que en 2016 publicó el libro SS Heliópolis. La primera emigración de andaluces a Hawái (1907), gracias a la Diputación de Málaga. Miguel Alba ha logrado lo imposible sin ser Juan Antonio Bayona: poner de acuerdo a casi todas las administraciones (Universidad de Málaga, Canal Sur, Diputación de Málaga) en torno a un objetivo común, plasmar en imágenes la odisea de casi 8.000 españoles, muchos de ellos andaluces, que en aquellos años de caciquismo, corrupción y miseria partieron desde diversos puertos españoles y europeos rumbo a las islas remotas en busca de trabajo y dignidad. Su entusiasmo contagioso ha conseguido que sepamos cada vez un poco más sobre este episodio tan interesante de nuestra historia contemporánea, y también sobre los orgullosos descendientes de aquellos valientes emigrantes.

El SS Heliópolis salió del puerto de Málaga el 10 de marzo de 1907, para llegar a su remoto destino 47 días después. Durante el trayecto, que bordeó el Cabo de Hornos ya que aún no existía el Canal de Panamá, fallecieron diecinueve pasajeros (tres mujeres y dieciséis niños) y nacieron catorce chiquillos. El 27 de abril la prensa de Hawai se hacía eco de su llegada. The Hawaiian Star, citado por Miguel Alba, describía así la dramática situación de los recién llegados: «flacos, desaliñados, sucios, de mirada triste pero felices y contentos de haber sobrevivido a la travesía, y por eso la mayoría estaban agradecidos. Muchos lloraban y besaban el suelo».

Ese mismo día, el 27 de abril de 1907, uno de los grandes escritores del siglo XX partía de San Francisco rumbo a una de sus más épicas aventuras, la que le llevaría a los incógnitos Mares del Sur. El infatigable Jack London, su segunda mujer, Charmian -una persona excepcional- y una pequeña tripulación de aficionados, reclutados casi al azar, que incluía a su propio y novato tío al timón del crucero Snark (un pequeño crucero de motor y vela de sólo catorce metros de eslora), saldría rumbo a Hawái persiguiendo la estela de Herman Melville y de Robert Louis Stevenson, para llegar a las islas tras 26 días de navegación. London escribiría sobre la marcha sus crónicas del viaje para diversos medios de la costa oeste. En 1911 verían la luz sus primeros Relatos de los Mares del Sur. Pero además publicaría un libro, El crucero del Snark (Ediciones Juventud) donde relata sus vivencias sin intermediarios.

Una gran exposición organizada en Francia y comisariada por Michel Viotte y Marianne Pourtal Sourrieu ha rescatado aquel largo y literario viaje del más aventurero de los escritores de principios del siglo XX. Se ha podido ver a lo largo de 2018 en ciudades como Marsella o Burdeos. Consta de centenares de objetos procedentes de los mejores museos franceses de antropología, y por supuesto de una gran selección de fotos hechas por el propio Jack London (y su mujer y su tripulación) durante su largo viaje, procedentes de su archivo personal. ¿Quién no recuerda haber leído en casa sus Relatos de los Mares del Sur y haber sentido en la cara el viento salvaje del Pacífico, la huracanada llamada de la aventura? Abrir sus libros suponía un verdadero vendaval de emocionante libertad en el anodino paisaje de nuestra adolescencia.

Jack London en Hawái

Reconoce el escritor en su libro la influencia de Melville en la planificación de su viaje: «Cuando yo era pequeño, leí un libro que tenía ese título, Typee, de Herman Melville; y pasé muchas horas soñando entre sus páginas. Pero no todo eran sueños. Decidí entonces que, fuera como fuese y pasara lo que pasase, cuando me hiciese más fuerte y tuviese algunos años más, yo también viajaría a Typee. Y la fascinación por el mundo fue penetrando en mi pequeña conciencia, esa fascinación que me llevaría a conocer muchos países, y que sigue arrastrándome sin parar». En efecto, Melville escribió su primer libro (publicado en Londres y Nueva York en 1846) a partir de sus propias experiencias en las islas, donde vivió en 1842. Existe una edición antigua en castellano de este libro delicioso, de 1942, titulada Taipi. Un valle de caníbales en las Islas Marquesas. Su lectura permite contrastar la decisiva influencia de Melville, autor de Moby Dick, en la personalidad y los eternos deseos de aventura de Jack London.

En su libro sobre El crucero del Snark, London destaca varias cosas de Hawái. Le impresionan los paisajes, los volcanes, la exuberante vegetación de las islas. Es ya un escritor conocido y agasajado acorde a su fama. Las islas Hawái se habían incorporado en fechas recientes a la órbita de los Estados Unidos, tras un golpe de mano de los empresarios terratenientes allí afincados contra la vigente y enfrentada monarquía local. En el libro de Miguel Alba se puede conocer mejor la intrahistoria de esta ocupación, de la absorción de Hawai por el voraz imperio americano, que se anexionó el archipiélago en 1898 (el mismo año de la guerra de Cuba) y lo declaró Estado oficial en 1959.

Hay sobre todo dos cuestiones primordiales que llaman la atención de London y su mujer Charmian, de la que es necesario decir que hablaba varios idiomas, que era una gran atleta, mejor amazona y que incluso aprendió a boxear, instruida por su marido, al que le encantaba el boxeo, y que de hecho cubriría en 1910 en Reno (Nevada) el combate del siglo entre el fornido negro Jack Johnson y el campeón blanco James Jeffries: la primera de esas dos cuestiones primordiales fue el surf, al que llama «deporte de reyes». London sería el responsable de popularizar este desconocido reto indígena en las playas de California, a su regreso. La segunda es la isla de Molokai, refugio de leprosos, que recorre en cuidadoso silencio. Escribe un capítulo entero en el libro sobre la isla y sus enfermos habitantes, un texto lleno de inspirada piedad y ternura. También uno de sus mejores relatos llevará por título Koolau el leproso.

La visita a la plantación EWA

Pese a la importancia de la caña de azúcar en la economía de las islas, no hay ni rastro de este tema en el meticuloso libro de London. Sin embargo, la prensa local sí que recoge una visita a la EWA plantation, en la isla Oahu. Se trata de un acontecimiento muy especial, ya que allí se encontró con trabajadores españoles, y aunque este episodio no había trascendido hasta la fecha merece la pena poner de manifiesto esta modesta pero curiosa coincidencia.

Señala Miguel Alba en su libro, no menos apasionante que el de London, que tras la obligada cuarentena «en los primeros días de mayo quedan ubicados todos los andaluces en las principales plantaciones de Hawái». Pues bien, la visita de London a las instalaciones de la EWA se produjo a principios de junio y sería recogida por un periódico local, The Pacific Commercial Advertiser, en su edición del lunes 10 de junio de 1907, en portada (Novelist sees Ewa). En la crónica se destacan los conocimientos mecánicos del novelista y su interés por la maquinaria, y relata la visita del escritor a los campamentos en los que vivían los trabajadores coreanos y japoneses (en ese momento la mitad de la población de las islas era de origen asiático, de ahí el interés de los empresarios azucareros por llevar braceros europeos).

Un poco más tarde se detiene en el campamento de los portorriqueños: «the newly arrived Spaniards are located with the Porto Ricans, and the bond of a common tongue has proved a close one. The Spaniards seem e very intelligent and wholesome set of people». Allí estaban algunos de los trabajadores llegados en el Heliópolis, agrupados con los caribeños por aquello de la lengua común, que tanto une a las dos orillas, a los que el periódico describe como inteligentes y saludables.

London no prestó mucha atención a las plantaciones de caña de azúcar en su libro. En la magna exposición francesa sobre su periplo oceánico sólo aparece una foto de una trabajadora portuguesa de las plantaciones. Su viaje se extendería durante casi dos años, para dirigirse desde Hawai a las Marquesas, tras el rastro de Melville, y también a las islas Salomón, escenario de violentas y decisivas batallas en 1942, en la segunda guerra mundial, siguiendo el rastro de otro gran escritor aventurero, nada menos que Robert Louis Stevenson, que entre 1888 y 1889 las había recorrido en las goletas Casco y Equator para curarse, lo que le permitió escribir a su vez otro libro de referencia, En los mares del Sur. Relato de experiencias y observaciones efectuadas en las islas Marquesas, Pomotú y Gilbert (Los libros de Siete Leguas). Copio de su contraportada: «Cuando Robert Louis Stevenson emprendió, con treinta y ocho años y ya enfermo de tuberculosis, su viaje por los Mares del Sur en busca de un clima más favorable, no podía saber que iba a pasar el resto de sus días en aquellas islas soñadas. El viaje había empezado como un crucero por las islas Marquesas y las Pomotú, prosiguió luego por Honolulu, las Gilbert y Samoa. En este último archipiélago, conocido también como las islas del Navegante, viviría el escritor con su familia desde 1890 hasta su muerte, ocurrida cuatro años más tarde». Este libro del autor de La isla del tesoro, que se publicaría ya póstumo en 1896, también formaba parte del equipaje físico y vital del escritor norteamericano.

Tras múltiples penalidades, alegrías, sinsabores y descubrimientos, tras haber sentido tristeza, desolación, euforia, entusiasmo, miedo, hambre, pánico y asombro, una enfermedad muy dolorosa acabaría con los planes de London y su crew. Tuvo entonces que trasladarse a Australia para curarse, ya a finales de 1908, desde donde embarcaría de regreso a California. En su edición del 5 de enero de 1909 el diario San Francisco Examiner recoge en portada la noticia: «Jack London está enfermo y abandona su viaje».

Quiso la vida que la mayoría de los emigrantes andaluces a Hawái acabasen también allí, en California, sobre todo a partir de 1909, en áreas como San Diego, Vacaville o Sacramento, hartos de las malas condiciones de trabajo en las plantaciones y de las promesas incumplidas. Tampoco aquí les pusieron las cosas fáciles.

Miguel Alba nos ha contado su emocionante historia. Ahora sabemos que algunos de ellos coincidieron fugazmente con Jack London durante su visita a la EWA plantation. La Historia siempre nos sorprende. Es inagotable y maravillosa, a veces mágica.