La oscuridad del enorme salón de actos duró poco. Había que estar muy atentos. «Dirán tu nombre», me habían advertido. Los nervios, sin embargo, hicieron que casi me olvidara de cómo me llamaba. No era para menos. Iniciaba una nueva aventura en un colegio nuevo. Grandísimo. Tenía seis años y dejaba el parvulario con ilusión, pero con algo de miedo, que se disipó pronto, nada más conocer a los compañeros que, a la postre, me acompañarían el resto de mi vida en el centro y con seguridad me ayudaron a forjar mi personalidad. Esta historia (circunstancialmente la mía) puede ser la misma de la de cualquiera de los miles de niños que durante los últimos 50 años han formado parte de la historia educativa del colegio Los Olivos, de los agustinos. El centro cumple medio siglo de vida y la comunidad y la dirección han organizado un calendario de actividades para conmemorar este importante aniversario, que se une a la del centenario del establecimiento educativo de la orden de San Agustín en Málaga. Una historia paralela a la de la propia ciudad, formando, instruyendo y educando a generaciones de malagueños, más de 17.000 a lo largo del último siglo.

«Son alumnos aquí formados que han sido entregados a la ciudad y que, en muchos casos, han ocupado u ocupan distintos cargos de representatividad en todos los campos, llevando a gala los valores agustinianos», destaca Mariví Berlanga, directora técnica del centro. La mayoría del claustro está integrado en la actualidad por seglares. La comunidad de religiosos ha ido disminuyendo de forma progresiva. Solo quedan ocho y de ellos, solo tres dan clases. Sin embargo, el ideario, aunque ahora ya se llama «carácter propio», se mantiene, «e impregna todas las actividades del colegio, desde los niños más pequeños de tres años hasta los mayores de Bachillerato y a toda la comunidad educativa», destaca la directora. Esta transición de curas a laicos, en cualquier caso, se ha venido produciendo de manera «muy suave», de forma paulatina y natural.

Los actos del aniversario comenzarán el próximo viernes 5 de octubre, con una celebración en la que participarán todos los alumnos y a la que el colegio ha invitado a las principales autoridades de la ciudad. Pero en realidad, durante todo el año se llevarán a cabo actividades y semanas culturales. Por la tarde, tendrá lugar un concierto de la Escolanía de San Lorenzo del Escorial, en la Catedral. Y el 7 de octubre, coincidiendo con el primer día de colegio del ya lejano 1968, cuando se inauguró el colegio con el célebre discurso del padre de Leónides Antón, su primer director, en el patio de columnas, se celebrará una ceremonia eucarística en San Agustín, «con la que vincularemos el colegio con el origen de la presencia agustina en la ciudad, para que los alumnos sepan su historia, la vivan y la hereden», destaca Berlanga, que se resiste a desvelar todas las sorpresas que tienen preparadas en las numerosas celebraciones.

Porque no se cumplen 100 años todos los días. Y 50 tampoco. Por este motivo, este curso es importante y no queda nadie en el colegio que no lo sepa. Fuera casi tampoco. Los antiguos alumnos, de hecho, se están movilizando mucho también. Entre otras cosas, están preparando la edición de un libro con la historia del centro, redactado por quienes pasaron por sus aulas. Quien esté interesado en participar puede aún enviar su colaboración hasta el 7 de octubre [aaalosolivos@gmail.com].

«Esa herencia y valores agustinianos nos han impregnado, todos los llevamos a gala y eso se nota», señala Alberto Castro Tirado, que es el presidente de los antiguos alumnos y astrofísico, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. «La interioridad o la amistad, son valores fuertes de la enseñanza agustiniana. Y esas amistades que todos hemos forjado en el colegio la hemos mantenido de por vida y nos ayudamos unos a otros. Y ese espíritu de ayuda también empapa la asociación de antiguos alumnos. Nuestro lema es Amaos y servíos los unos a los otros», señala. Castro Tirado también destaca la libertad como uno de los principios del credo agustiniano. «Donde razón y fe se dan la mano, y entre las que me desenvuelvo como científico y creyente», añade.

El colegio Los Olivos nace como consecuencia de la necesaria ampliación de San Agustín, debido a la gran demanda de plazas que soportaba. Se construye en lo que entonces era el extrarradio, junto al Puerto de la Torre, donde continúa. El primer pabellón abre en 1968. En 1972 (cuando cierra definitivamente San Agustín) entra en funcionamiento uno nuevo para los mayores, completando la obra inicial. Siempre destacó por sus fantásticas instalaciones, que ya se rematan con pistas deportivas exteriores y cubiertas, como dos gimnasios con amplios vestuarios y toda clase de servicios, un polideportivo, inaugurado en 2004 y dos piscinas. El colegio incluso ha saltado a la literatura de la pluma de uno de sus antiguos alumnos, el novelista Antonio Soler, en las páginas de su último libro.

El abogado Antonio Checa también pasó parte de su infancia y juventud en el centro y destaca, sobre todo, «lo bien preparados que salíamos» y «el grado de socialización que adquiríamos». «En los agustinos había alumnos de distinto espectro económico y social», señala. De alguna manera, se anticipaba al estudiante lo que se iba a encontrar al salir a la Universidad y en la vida.

Checa se ha hecho con todo el archivo del padre Mayo, que todos los años hacía las fotos de todos los alumnos escolarizados en el colegio y de los actos más representativos celebrados durante el curso para confeccionar la célebre revista de Los Olivos, que se entregaba en junio antes de las vacaciones. Todo un acontecimiento. Unos anuarios que, con el paso del tiempo, adquieren un valor insospechado. Casi reliquias donde se aprecia cómo crecían esos niños, a la vez que iban aprendiendo y promocionando. Desde lo que antes era Preescolar hasta el antiguo COU. Aún se edita, aunque claro, ya a todo color y haciendo uso de los más avanzados diseños digitales.

«Los Olivos representaba para nuestros padres la ilusión de un sueño burgués e ilustrado: el sueño de lo que no pudieron ser», confiesa Lucas Ruiz, profesor titular de español como segunda lengua, historia y latín en el centro de bachillerato Århus Akademi, en Dinamarca. Ruiz combina su labor docente con la elaboración de libros de enseñanza, novelas [El esquiador de fondo], conferencias o asesoría para el Ministerio de Educación danés.

Checa, al igual que hace Ruiz, también concede una gran importancia a «ese esfuerzo de muchas familias, en algunos casos, como el mío, con siete hijos a su cargo, y que nos matricularon en los agustinos cuando todavía no era concertado».

Lucas Ruiz sostiene que su vocación ya nació en Los Olivos. «Mi paso significó mucho, tanto en lo personal como en lo profesional, porque para mí constituye el marco en el que apoyo gran parte de los recuerdos de mi infancia, y es el escenario natural donde recreo o invento ese relato del pasado que fui. Los años y la lejanía ha reforzado sin duda mi grado de idealización de esos primeros momentos: Los primeros amigos, el primer acercamiento a la ciencia y la cultura, cierta orientación humanista... Y en lo profesional, la inspiración de muchos profesores de Los Olivos, pero particularmente la de don Manuel Devolx, me fueron empujando -quizá también por mi falta de pericia para otros menesteres- a interesarme por la Literatura y la Lengua».

Manuel Devolx, que dirigía El Superior, una publicación mensual con los textos y dibujos de los alumnos de sexto, séptimo y octavo, seguramente permitió descubrir muchas vocaciones de Letras, como es el reconocido caso de Ruiz. También José Girón, que daba Matemáticas, para las Ciencias. O Sebastián Fernández. Sus nombres, como los de Antonio Bueno, Emilio Lasarte, Paco Gavilán, Pilar Navarrete, Rosa Posada, Joaquín Rosales, Carmen Checa, Manuel Puyó, Rafael Morillo, Pablo Madrid, Mariví García Larios, Sandra Prados, Antonio Muñoz, Paloma Vázquez o Antonio Pañero, entre muchos, forman parte del imaginario colectivo de quienes dejaron atrás esas luminosas aulas, pero a la vez echaron raíces...

Ellos, con un nivel de exigencia elevadísimo, fomentando el trabajo y el estudio diario, preguntando la lección día sí y día también, con sus puntos positivos, negativos e incluso con algún capón o tirón de patilla, de los que ya no se pueden dar, modelaron a miles de alumnos según el carisma de San Agustín, ante la pizarra o en las fiestas patronales. O con el teatro. O con el deporte. La misma naturaleza que evidenciaban, en cada gesto, en cada palabra, con cada idea que transmitían, por supuesto, los curas, como el padre Llordén, figura imponente de negro hábito nombrado Hijo Adoptivo de Málaga. O los padres Manrique, Alarcón, Modesto, Galdeano, Isidro, Baños o Miguel Hernández, que tantos corazones inspiraron y volvieron inquietos por saber, conocer, emprender... y a los que, sobre todo, enseñaron a amar y, a partir de ahí, a hacer lo que cada uno quisiera.