«Los extranjeros se quedan asombradísimos, entran aquí y cuando ven esto no se lo creen». Eugenio Griñán Martos (Albacete, 1940) habla de su increíble museo de aparatos de cine y fotografía, con unas 700 piezas expuestas, «aunque almacenadas tengo unas mil». El enorme proyector de un cine de verano, que tuvo que retirar con una grúa, linternas mágicas de finales del siglo XIX, cámaras fotográficas espías o la cámara de 35 mm empleada por Orson Welles para hacer sus películas de los años 50 conviven con claquetas de cine, visores estereoscópicos, cámaras fotográficas Zeiss de 1910 y hasta con un surtido de cámaras infantiles de cine, no solo el Cine Exin sino todos sus antepasados.

El veterano fotógrafo, presente en todos los acontecimientos de Málaga durante más de medio siglo y testigo del nacimiento de la Costa del Sol y de la visita de artistas nacionales e internacionales, ha ido aumentando las piezas de este auténtico museo con cariño y paciencia. Ahora, se muestra preocupado por el futuro de la colección.

«Dentro de dos años me tengo que ir de este local en alquiler, me estoy viendo mayor y no puedo meterme en otro local con mi edad», explica. Eugenio Griñán cuenta que ha hablado durante varios años con concejales de Cultura y con el alcalde, Francisco de la Torre, porque su ilusión es que esta colección única pase a la ciudad. «Esto es importantísimo en una ciudad de cine como Málaga», argumenta y comenta que sigue esperando la visita del alcalde, que hasta en tres ocasiones le llamó para conocer su colección, aunque la visita todavía no ha sido posible.

«No sé posar, sácame guapo», bromea mientras el fotógrafo le inmortaliza junto a unas cámaras, algunas de las cuales las ha paseado por Málaga en mil y una bodas, bautizos, comuniones y actos sociales. Prueba de ello es la caricatura con la que posa y que le hicieron hace décadas, en la que aparece pertrechado con una legión de ellas. «Es que iba a una boda y llevaba tres o cuatro cámaras, una Hasselblad, una Bronica, una Mamiya...eso eran cuatro o cinco kilos, más un par de flashes, los carretes...», sonríe.

Eugenio Griñán muestra con orgullo una foto en la que aparece el conocido fotógrafo Robert Cappa, que sostiene en la mano un aerodinámico modelo de cámara tomavistas, el mismo que conserva en su colección.

No es exagerado decir que Eugenio, un malagueño de adopción afable y cercano, vino al mundo con un carrete bajo el brazo. Nieto de un fotógrafo y librero de Madrid que hacía fotos en la calle «con las máquinas de antes», la Guerra Civil condujo a su abuelo y familia a Albacete, la ciudad en la que terminaron conociéndose sus padres. «Mi padre era policía local en Albacete pero lo dejó para dedicarse a la fotografía, mi abuelo fue quien le enseñó». Los Griñán recalaron en Málaga en 1946, cuando el pequeño Eugenio tenía 6 años.

Con 12 años acabó los estudios y empezó a trabajar en el negocio fotográfico familiar y con 14 ya hizo su primer foto de encargo. «Con esto llevo toda la vida», recalca.

En 1965 se independiza de sus padres y abre su propio negocio en un localito de la calle Victoria y en 1971, el estudio marcha tan bien que se traslada a un bloque en la misma calle.

La explicación de tanta prosperidad la ofrece él mismo: «Soy una persona que, dentro de lo que cabe, he tenido mucha suerte porque he podido vivir de la fotografía, pero es que en los años 60 había tanto trabajo que no te lo podías imaginar».

En esa década prodigiosa, también para quienes tomaban imágenes, la Costa del Sol va viento en popa y Eugenio Griñán está en primera línea con su objetivo. Desde los 21 años es freelance y trabaja para multitud de revistas y periódicos. Lo mejor de esa labor se encuentra en las paredes de este museo, donde se puede contemplar a Yul Brynner paseando un dálmata; la ancha sonrisa de Anthony Quinn con unos niños vestidos de flamenco; el gesto serio de Frank Sinatra bajándose de su avión o las gafas redondas de sol de John Lennon, cuando en 1967 aterrizó en Málaga para luego marchar a Almería a rodar una película.

Eugenio Griñán captó la sonrisa de Claudia Cardinale, a Lola Flores con toda su familia, a un insólito Alain Delon junto al Mercado de Salamanca o las tribulaciones de Alfredo Landa y Manolo Gómez Bur en el Hotel Tritón de Torremolinos. «Esa foto la tomé en pleno rodaje, el director, Alfonso Paso, estaba a mi lado».

Era un trabajo sacrificado, a años luz de los paparazzi que hoy asedian a los famosos porque eran otros tiempos, «y Manolo Merchant y yo íbamos a tiro fijo, no les cogíamos desprevenidos».

Lo que pocos conocen es que el veterano fotógrafo conserva unos 500 negativos de Marisol, fruto de años de reportajes siguiendo sus andanzas por Málaga. «Tengo desde que tenía 7 u 8 añitos, con sus padres, sus abuelos, andando por Málaga, cantando en la Feria de Málaga, fotos que no ha visto nadie...tengo su vida desde que cogió el tren y se fue con los coros y danzas a Madrid», subraya.

Una de las que sí se exhibe en su local de Capuchinos es una instantánea en la que Marisol aparece en la playa del Deo, en El Palo, con un grupo de niños y en otra de gran tamaño, junto a niños con minusvalía.

Muy cerca de esta foto hay otra en la que una jovencísima Rocío Durcal hace equilibrio mientras camina por el bordillo del paseo marítimo. «Se la hice en Antonio Martín», explica.

Además del estudio fotográfico y el trabajo en la Costa del Sol, Eugenio Griñán ha cubierto innumerables corridas de toros, las obras de teatro de Ángeles Rubio Argüelles y hasta combates de boxeo. También ha inmortalizado los primeros tiempos del baloncesto en Málaga, de la mano del desparecido C.D. Málaga (de baloncesto, sí) «con fotos en blanco y negro».

Y en cuanto al C.D. Málaga de fútbol, se ha pasado casi 30 años cubriendo los partidos, de los que guarda «de 150.000 a 200.000 negativos».

Y todo ello, compaginado con su estudio fotográfico, que en 1990 se muda a la plaza de la Merced, donde el fotógrafo estará hasta su jubilación en 2005, aunque seguirá abierto unos cinco años más.

Eugenio Griñán muestra el laboratorio fotográfico, contiguo a su museo, en el que conserva líquidos de los años 50, la famosa bañera y todo lo indispensable para la magia, ya desaparecida con la fotografía digital, de revelar a mano.

Toda una vida dedicada a la imagen, como atestiguan además los cien álbumes de fotos de trabajos de su estudio, por el que ha pasado media Málaga. Como reflexiona, el de fotógrafo es una profesión que nutre libros y alimenta la memoria de los malagueños pero que está poco reconocida.

El continuador de esta saga de artistas quisiera ahora que su colección de la Alameda de Capuchinos, doblemente de cine, terminara en la Ciudad del Paraíso, para que la pudieran disfrutar malagueños y visitantes.