Me parece justo, y no sé si necesario, que al final o al principio de una película o de un capítulo de una serie de televisión, se inserten los nombres de las personas, entidades y firmas comerciales que han intervenido en la realización.

Hace años, la relación de los actores, autor del guión, del dialoguista (en las películas francesas siempre se destacaba el autor de los diálogos), del cámara, decorador, compositor, montaje, productor y finalmente el director o realizador, se insertaba en los primeros metros, antes de comenzar los fotogramas de la historia que se iba a contar.

Poco tiempo después, y aplaudí la novedad, al final de la película aparecía el reparto con los nombres de los actores y el de los personajes de ficción a los que habían dado vida. Esta novedad nos permitía a los espectadores saber quiénes habían desempeñado los papeles. Incluso en algunas películas extranjeras se incluían al final los nombres de los que los habían doblado al español. En una versión de Hamlet se consignaba el nombre del actor que dobló al protagonista: José María Seoane. Con motivo del reciente fallecimiento de María Dolores Pradera, que dedicó gran parte de su vida a cantar después de cubrir un etapa como actriz de cine y teatro, recordé que incluso en algunas ocasiones prestó su voz a otras actrices.

Los casos más conocidos, aunque no figurara su nombre en las películas, fueron el de la actriz francesa Marie Dea, a la que prestó su voz en la película hispano-francesa Aventuras de Juan Lucas (la actriz francesa no sabía nuestra lengua) y la curiosa historia de Beatriz de Añara, seudónimo elegido por una señorita de la alta sociedad madrileña para asumir el papel estelar femenino de la película El santuario no se rinde. Como su tono de voz no correspondía con su figura o no «daba bien», el director decidió que los diálogos dichos por la atractiva estrella, que no volvió a rodar ninguna película más, los repitiera María Dolores Pradera en la sonorización y montaje final.

Cuando en España se afianzó la televisión con producción propia, tanto en programas de entretenimiento como en las películas y series, la atención hacia los colaboradores llegó a extremos o límites insospechados, y hoy, en 2018, nadie se sorprende de que en la relación de los profesionales que han participado en la realización, aparezcan no solo las figuras más importantes -actores, actrices, el director, el músico..,- sino las del ayudante de cámara, el foquista, el nombre del conductor del vehículo que ha transportado al personal al escenario natural elegido, la empresa del cátering, la firma que ha facilitado los zapatos, los electricistas y sus ayudantes y quizás el joven que repartió las pizzas en el rodaje de exteriores.

No es que me parezca mal. No lo voy a discutir. Alguien cercano a Televisión Española me dijo que esa norma fue de obligado cumplimiento a través de los sindicatos.

En una reciente película que vi en un cine de nuestra ciudad, después del final feliz empezaron a aparecer en la pantalla los nombres de los actores, de los guionistas, del músico, de los grupos musicales… y no miento pues llegué a contar más de ¡cien! nombres de personas que habían desempeñado puestos de trabajo en la película.

Los espectadores, al aparecer la simbólica palabra Fin, empezaron a abandonar la sala. Yo me quedé en la butaca leyendo y contado la larga retahíla de nombres hasta quedarme solo informándome de quiénes habían hecho posible la película. Cuando abandoné la sala no quedaba nadie…, salvo el olor de las palomitas de maíz consumidas por toneladas por los voraces espectadores.En la televisión todo lo contrario

En las salas cinematográficas se respeta la norma u obligación de mantener la proyección hasta que aparezca el último nombre o dato de la producción; en cambio, en las películas que se emiten por la televisión se corta de raíz la parte informativa. Nada más aparecer el reparto al final, ¡zas!, se corta y empiezan los anuncios. Este corte inflexible posiblemente se deba el coste de cada segundo televisivo. No se pueden perder veinte o treinta segundos de ingresos publicitarios.

En la programación propia no se actúa así: empiezan a aparecer nombres y nombres sin dejar en el olvido ni al chico de los recados.

En lo de ahorrar en las películas hace varias semanas se proyectó una en una de las televisiones privadas en la que no solo se cortó el final -no apareció la palabra Fin o el The End de las películas de habla inglesa- sino que se birló al espectador ¡el título de la cinta! Empezó y terminó sin esos mínimos datos informativos. Me enteré del titulo de la película al buscar en La Opinión el programa de esa cadena ese día a esa hora.

Vuelta de manivela

Repito lo escrito al principio: me parece justo que se den a conocer los nombres de las personas y entidades que han hecho posible el producto ya sea cinematográfico o televisivo.

No hace demasiados años sucedía todo lo contrario, sobre todo en la radio. Nunca se daban los nombres de los locutores, los adaptadores, los actores… En casos excepcionales se facilitaba el nombre del locutor que retransmitía un partido de fútbol o una corrida de toros. El nombre más popular de la radio era Matías Prats, una de las voces más recordadas por los aficionados al fútbol. Pero obviando a Matías ¿qué otros nombres del mundo de la radio se recuerdan? Muy pocos; casi ninguno. Luis del Olmo, Aberasturi…

Yo, como profesional de la radio, hice cientos de entrevistas a personajes del momento y de todas las profesiones y actividades. En las que hice para la radio jamás se consignó mi nombre. Y tengo a gala haber tenido la gran satisfacción de haber entrevistado a Severo Ochoa, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, María Zambrano, Jesús López Cobos, Ramón Buxarrais, Ángel Suquía, Julio Caro Baroja, Antonio Rodríguez Antúnez, al presidente Burguiba, a varios ministros españoles de distintas épocas, a alcaldes y presidentes de la Diputación de Málaga, Melvyn Douglas, Akin Tamiroff, Cornel Wilde, Michel Todd, entrenadores del Málaga, jugadores, Curro Romero, directores y actores y actrices de cine y teatro españoles, políticos de todas las tendencias… Pues bien, en las entrevistas para la radio nunca se dijo ni al principio ni al final el nombre del autor, yo en este caso; sin embargo, en la prensa escrita siempre las firmé al comienzo o al final.

Hoy, en la radio, y me parece muy bien o justo y necesario, los nombres de los profesionales que desarrollan su trabajo se anuncian no una vez sino varias veces en los programas, en los informativos, en las entrevistas…

Y desde hace unos años, en este periódico, en mi colaboración dominical, me distinguen con un tipo de letra exagerado. Gracias.