­Las dos bombas que estallaron el martes frente a la empresa y la casa del mismo hombre en San Pedro Alcántara (Marbella) y Benahavís sólo provocaron importantes daños materiales, pero la puesta en escena pueden marcar un antes y un después en el ámbito del crimen organizado asentado en la Costa del Sol. En las últimas décadas, el litoral malagueño se ha curtido a base de ajustes de cuentas de todos los colores. Narcos tiroteados de día o de noche en la calle, en sus bares preferidos, en sus casas o en sus coches de lujo. El precio de robar dinero o droga. O simplemente un cliente. Sus cuerpos acabaron torturados. Enterrados en el campo, descuartizados en maletas o lanzados al fondo del mar, como aquel envuelto en plástico industrial y con un ancla colgado al cuello que devolvió a la superficie un pesquero en aguas de Benalmádena en 2010. La Costa del Sol ha visto incluso cómo tres sicarios acribillaron en 2004 con sus kalashnikov a dos inocentes, un niño de 7 años y un peluquero italiano de 36, al intentar liquidar en el Hotel Andalucía Plaza de Marbella a un hombre que salió ileso. Nunca fueron identificados. O cómo la sangrienta guerra que los principales clanes irlandeses han librado en Dublín en los últimos años nacía en una urbanización de Mijas con la ejecución de uno de sus miembros en 2015. Sin embargo, hacía mucho que la Policía Nacional y la Guardia Civil no eran testigos de una espiral de violencia como la vivida este año en diferentes puntos de la Costa del Sol. Las bombas de San Pedro y Benahavís son una vuelta de tuerca más en la exhibición de poder que supone un ajuste de cuentas, una demostración de lo que un grupo criminal es capaz de hacerle a otro si las cosas se salen del guion. «Es evidente que hay gente que está muy cabreada. Mientras los negocios salgan bien no hay problemas, todo fluye. El dinero, la droga, las buenas relaciones... pero cuando alguien roba o no cumple, entonces llegan los ajustes», aseguran fuentes de la lucha contra el crimen organizado. Un agente, sin embargo, distingue entre los problemas que pueden surgir entre los que habitualmente mantienen una relación comercial y los que directamente se dedican a robar con violencia a otros narcos: «Esto genera mucha más violencia». En el caso de los explosivos, varias fuentes coinciden en intuir problemas entre organizaciones extranjeras asentadas en la costa.

Otra fuente con gran experiencia en la lucha contra el narcotráfico asegura que el episodio de las bombas y la escalada de violencia demuestran la evolución en el comportamiento de los grupos criminales de la costa. «Hace muchos años las bandas las formaban ciudadanos del mismo país. Los marroquíes trabajaban con marroquíes, los franceses con franceses, los británicos con británicos, los colombianos con colombianos y los españoles con españoles. Al principio aquí los problemas se arreglaban dándole una paliza al otro, después quemándole el coche y, finalmente, a tiros», explica antes de remarcar que actualmente las organizaciones mezclan todo tipo de nacionalidades y, por tanto, diferentes formas de entender el crimen. «En Colombia, por ejemplo, el uso de explosivos es habitual entre los narcos», indica antes de añadir que la cocaína, que mueve mucho más dinero que el hachís, ha ganado bastante terreno en la provincia de Málaga y eso ha generado más sangre. El experto, que recuerda que cuando la heroína llegó con fuerza a la costa los turcos morían degollados, diferencia las formas de trabajar en cada segmento: «Una transacción de hachís se despacha en el momento: Tú me pagas, yo te doy la mercancía y hasta la próxima. En un intercambio de cocaína, un colombiano te puede dar dos meses de plazo para que le pagues, pero si no cumples no va a dudar en amenazarte seriamente».