La lista de posibles ejemplos es larga: Bolsonaro en Brasil, Orbán en Hungría, Erdogan en Turquía y, claro, como no, Trump en los Estados Unidos. Eso, sólo por nombrar a los líderes políticos más conocidos a los que se les ha puesto la boina del populismo. A algunos se les ubica sin grandes vacilaciones en la extrema derecha. ¿Qué hay detrás de una palabra que corre el peligro de diluirse una vez que se ha convertido en eslogan multiusos? Si ya todo es populismo, ¿cómo se detecta al verdadero populista entre nosotros? ¿El avance de la extrema derecha es una realidad en España o los medios le están dando publicidad gratuita a partidos que cuentan con un apoyo marginal?

Ángel Valencia se acaba de bajar del tren. Viene de Fernán Núñez (Córdoba), donde ha participado en unas jornadas que se han celebrado con motivo del centenario aniversario del Trienio Bolchevique. La conversación reveladora se produce en una cafetería del Vialia. Un ambiente que nada tiene en común con la aclamada campiña roja que acaba de dejar atrás. El lugar está fijado más por la extrema necesidad de economizar el tiempo que por un encanto particular. Valencia pide café y agua. Pausado, reflexivo, se toma su tiempo en cada respuesta y huye del trazo grueso. Desde lo lejano a lo cercano para La Opinión de Málaga.

«Los rojos marginales serán eliminados de la patria». Bolsonaro dixit. Esto da para ser elegido como nuevo presidente de Brasil. ¿Qué está pasando?

Estamos en presencia de una crisis de la democracia y los populismos son la expresión defensiva de esa crisis de la democracia. El populismo, entre otras muchas cosas, expresa el miedo y los sentimientos de una parte de la población. ¿Cómo se expresa? Pues a través de un discurso agresivo y excluyente. ¿Ante quién? Los rojos, los inmigrantes, etc.

Al final, ¿el populismo se reduce a una extrema simplificación del mensaje o es mucho más? ¿Cómo se define?

El populismo, si lo tratamos de definir de una manera sencilla, es una ideología delgada, que se basa en dividir a la gente en dos grupos homogéneos. Una gente que es como pura, estupenda. Gente buena, en definitiva. Y una gente que es corrupta. La casta y el pueblo. Los de arriba contra los de abajo. Divide a la sociedad en dos grupos que tienen intereses irreconciliables y que son, sobre todo, mucho más amplios que cualquier identidad anterior. Por ejemplo, mucho más amplia que la de la lucha de clases. Abarca a más gente. Entonces, el populista se erige como el único que representa a la voz del pueblo.

¿El populismo tiene mucho que ver con la seducción?

Claro. Es un discurso, es una estrategia política. Y, naturalmente, está hecho con las armas de la comunicación política de nuestro tiempo. Lo introducen con las fake news y otra serie de cosas que todos conocemos ahora mismo.

La indignación, el miedo, la ira. Eso sólo por poner algunos ejemplo. ¿Nos lastran las emociones a la hora de tomar decisiones políticas?

Sí, claro...pero no cabe duda de que eso influye de manera poderosa en las decisiones y, sobre todo, en las adhesiones políticas. Hay una corriente muy interesante en ciencia política que está estudiando la relación entre las emociones y la política. Estamos en una situación en la que se está alterando el modelo social. La incertidumbre de esta transformación produce una serie de miedos. Ciertos políticos están aprovechando esos sentimientos.

¿Observa un cambio de paradigma en la política?

Más que un cambio de paradigma, a lo que estamos asistiendo en estos momentos es a lo que decía antes: a una profunda crisis de la democracia. Estamos identificando a los elementos y las manifestaciones de esta crisis para intentar mitigarla.

¿Cuánta culpa tienen nuestros políticos en esta crisis?

Hombre, los políticos son uno de los elementos interesantes en esto. Las democracias están asistiendo a una crisis de confianza, como sostienen muchos teóricos. Esa crisis de confianza, esa desconexión entre los ciudadanos y los políticos hace que la clase política pierda legitimidad. No sólo por el tema de la corrupción. Simplemente, los ciudadanos ven que sus representantes no responden a sus necesidades y a las políticas que realmente requieren.

¿Qué pasa con esa estirpe de políticos que defienden que sólo ellos pueden ser los legítimos representantes del pueblo? ¿Nos debería sonar la alarma al instante?

Eso es la manera de los populistas para justificarse y establecer su discurso. Forma parte del estilo. Evidentemente, hay una diferenciación entre ellos. Hay un populismo más de izquierdas y un populismo más de derechas. El de Trump o el de Marine Le Pen es un populismo de derechas y excluyente. Es más étnico. El populismo de izquierdas intenta construir un pueblo mucho más inclusivo. Ve una oportunidad para construir una alternativa. El populismo de izquierdas tiene una construcción teórica bastante sólida. Aquí tenemos a dos autores que llevan varios años pensando sobre esto, que son Ernesto Laclau y Chantalle Mouffe.

¿Qué le da más miedo? Un discurso que clama contra las élites o el que clama contra el pluralismo político.

Las dos cosas son tremendamente peligrosas. Pero creo que es más peligroso un discurso contra el pluralismo, que es la esencia de la democracia.

Al menos al principio, los populistas empiezan representando a una minoría. ¿Cómo consiguen abrirse camino y ampliar los apoyos?

Explotan el discurso de que no hay futuro. Frente al no hay futuro, los partidos tradicionales no han dado una respuesta. Y ante ese malestar, ante ese no hay futuro, lo que se plantea es más bien un retorno al pasado. ¡América, primero! ¡Volvamos al sueño americano! Y si no es una vuelta al pasado, al menos un recurso defensivo ante la realidad. Por ejemplo, el fenómeno de la inmigración.

Un ´sol poble´. ¿Qué se esconde detrás de la palabra pueblo, que tanto gusta evocar?

Cuando se utiliza la palabra pueblo, ya estamos en presencia de una exhortación. Es la palabra clave del populismo. En el caso catalán, más que de populismo, estamos hablando de generar una identidad colectiva que se reivindica como tal. Que, además, reivindica un proyecto colectivo común a través de un Estado. Eso ya es un salto diferente. Eso no es el líder populista. El líder populista no pone en duda el concepto de nación. Reivindica una comunidad política que ejerza la política de otra manera.

¿La apelación constante al pueblo implica de manera intrínseca un rechazo al pluralismo político?

No obligatoriamente. Pero sí un ejercicio de polarización política en la que uno de los protagonistas es el bueno y los otros quedan descalificados. En este punto, pasa una cosa muy interesante. Lo curioso es que el éxito del populismo radica en que los partidos tradicionales han aceptado ese reto. Han aceptado jugar con los propios populistas. Si los partidos tradicionales no hubieran entrado en el juego de la casta y las élites, todo hubiera tenido una repercusión menor.

¿Cuánto pesa la incertidumbre? ¿Un español medio en los años 70 no tenía más poder sobre su futuro que ahora?

Es verdad que eso que llamamos proyecto de país era una cosa en la que todo el mundo estaba mucho más de acuerdo. Ahora, con la crisis, no tenemos unos elementos claros de conformación de país. ¿Qué ocurre? Nos sentimos mucho más inseguros ante el futuro. Y ahora viene alguien y te promete hacer las cosas de otra manera, que va a hacer lo que sea para traer certidumbre. Pues la gente se agarra a las soluciones mágicas y milenaristas.

¿La sensación de haber perdido el control ejerce como catalizador?

No. Es la incertidumbre. No es la sensación de haber perdido el control. Tenemos mucha más incertidumbre. Antes, era una sociedad en la que uno mejoraba. Sin embargo, ahora está la sensación de que es posible que la generación de nuestros hijos pueda vivir peor que tú. Eso ya está ahí.

¿Qué papel juega internet en la propagación del populismo?

Está cambiando la comunicación política completamente.

¿Los medios de comunicación tradicionales han perdido su capacidad de influencia?

Yo creo que tienen que ser guardianes, más que nunca. Extremar la exigencia de hacer un buen periodismo. Con el ruido de las redes sociales, las fake news y todas estas cosas. Realmente, es mucho más difícil saber cuándo las noticias son verdad y cuándo no. El desafío de los periodistas está en mantener las normas y los buenos códigos de siempre. Algo que resulta mucho más complicado, claro, si tienes a un presidente como Trump, que se levanta por las mañanas y, sin consultar a nadie, se pone a tuitear.

¿El populismo se vence con más populismo?

El populismo se vence con más democracia y con más política.

¿Le ve un fin a este fenómeno que se está extendiendo?

Me da la sensación de que no va durar mucho tiempo. Trump no va a estar durante mucho tiempo. Ni los sucesores de Trump. Ni tampoco las Marine Le Pen. Yo creo que esto va a ser una cuestión de unos cuantos años. Cuando tengamos un escenario mejor de la crisis y gestionemos algo mejor el tema de la inmigración, tendremos una situación más razonable. Eso sí, siempre habrá una corriente política conservadora.

Si estamos viviendo una profunda crisis de la democracia, ¿se está a tiempo de salvarla?

Claro. Esto no significa que se esté hundiendo. No estamos en los años 30 ni estamos en la Segunda Guerra Mundial.

¿La salud de nuestra democracia dependerá de la salud de la economía?

Hay relación, sin duda. Es un tema clásico de la democracia. Pero hacen falta más cosas. Más cultura política entre la gente.

"En España no vamos a tener a un partido de extrema derecha fuerte"

¿Cómo describe la aparición de Vox?

Vox es un caso peculiar. Es un partido que no lleva mucho tiempo. Su éxito de ahora es un éxito de unos meses, en los que está adquiriendo una cierta expectativa electoral interesante. Interesante para ellos, me refiero. En el momento que ha llegado el Gobierno de Pedro Sánchez, se ha cambiado la dinámica de los partidos de derecha. Antes había una pugna por ocupar el centro. Pero con la moción, se ha producido una cierta radicalización, estamos en un momento de derechización del discurso.

¿Se le está dando demasiada publicidad?

Yo creo que no. Se está viendo como un fenómeno sorpresivo. Era un partido marginal y ahora es un elemento más. Aunque la verdadera pugna sigue estando entre el PSOE con Podemos y el PP con Ciudadanos.

¿Hay que temer un avance de la extrema derecha en España?

En España no vamos a tener a un partido de extrema derecha fuerte. Tampoco creo que haya una extrema derecha. No hay una identidad similar con la corriente europea, como puede ser, por ejemplo, el Frente Nacional. Ni Vox va a obtener unos resultados del 15 o 20 por ciento.

Y en Málaga, ¿ve un caldo de cultivo?

Yo creo que en Andalucía, la extrema derecha no es más que una pequeña anécdota. En Málaga, está por ver. Soy sincero, no tengo datos al respecto.