Cuando íbamos a ver una película que resultaba un tostón o era aburrida, cuando empezábamos a leer un libro que dejábamos a medio empezar porque la trama no nos interesaba, cuando acudíamos a una conferencia y el orador no llegaba a engancharnos, cuando en una representación de una comedia no nos reíamos, cuando acudíamos a un partido de fútbol donde ni uno ni otro equipo brillaban por su juego…, en Málaga decíamos «menudo pardillazo», esto no hay quien lo aguante, vamos.

Las películas aburridas, las novelas que no transmiten nada, las conferencias empalagosas, los partidos de fútbol sin chicha ni limoná… siguen produciéndose, y los malagueños, en lugar de echar mano a la palabra pardillazo para expresar nuestra opinión, recurríamos hasta hace poco a otra que tiene varias interpretaciones, como es rollo. La película es un rollo, la novela es un rollo, el discurso es un rollo…

Pero llegó un día en el que a alguien se le ocurrió despachar lo que no le gustaba, aburría, no interesaba…con una expresión contundente: ¡coñazo!

Tan populares se hicieron por el uso las palabras rollo y coñazo que la Real Academia Española las incorporó al diccionario; rollo, en una nueva acepción, la décima (coloquialmente. Discurso largo, pesado y aburrido); con respecto a coñazo, nueva en esta plaza, según la RAE: coloquialmente persona o cosa latosa, insoportable.

Y pardillazo, que nunca estuvo en el vocabulario español, quedó marginada para uso exclusivo de algunos ancianos malagueños que de vez en cuando recurrimos a esa palabra de ignoto origen cuando oímos una y otra vez lo que dicen el señor Puigdemont, su sucesor Torra, los políticos de todos los colores y los omnipresentes Zidane y Simeone, imprescindibles en los espacios dedicados al deporte en todas las televisiones. El pardillazo queda para uso limitado a malagueños de cierta edad.

Como no quiero que mi capítulo de hoy sea tildado de eso, de un pardillazo, paso a otro tema.Silencio

En muchos lugares públicos, especialmente en las salas de espera de las consultas de la Seguridad Social y salas de urgencias, un cartelito bien visible recomienda silencio; o la gente es analfabeta o pasa de la recomendación, porque el vocerío alcanza decibelios prohibidos por la ley.

El vocerío se hace extensivo a los bares, los restaurantes, medios de transporte, campos de fútbol… y hasta en las puertas de las iglesias después de asistir a precepto de la misa dominical. Donde no hay gritos es en los graderíos que rodean las pistas de tenis. Debe de ser una costumbre inglesa que aquí se ha aceptado porque ante cualquier salida de tono el juez-árbitro, instalado en una torre metálica, manda a callar.

En los campos de fútbol, plazas de toros y canchas de baloncesto el griterío está admitido… incluidos los insultos dedicados a los árbitros y jueces de línea.

Miren por donde, el desprecio al ruego de guardar silencio que aparece en los centros de salud y salas de espera, se ha visto recompensado por algo mágico e inesperado: los móviles. Ahora uno va a uno de esos lugares y descubre que por fin los usuarios guardan silencio no por el cartelito de marras sino porque sus cinco sentidos se concentran en los móviles y sus sucedáneos.

Ponen en marcha las maquinitas y se aíslan del resto del mundo con gran contento de los que no hemos caído en la tentación de pegarnos al móvil para ver qué pasa en el mundo, qué mensajito nos manda un amigo, jugar a matar marcianitos, cómo va la bolsa y a qué hora hay que ir a la manifestación pro mejora de las pensiones, a favor del bosque urbano de Repsol, la concentración de apoyo a la mujer, el minuto de silencio por un caso de violencia de género, contra los desahucios, contra el ruido, contra los carriles-bici, las obras del metro, la contaminación, los bebés robados…y lo que encarte, porque todos los días surge algo que invita a la población a concentrarse en la plaza de la Merced, de la Constitución, ante el Ayuntamiento, ante la Diputación, delegación de la Junta, Subdelegación del Gobierno, colegio público, colegio concertado… El calendario es rico en propuestas para protestar, exigir, reclamar, etc.

En los medios de transporte público y privado -autobuses, metro, AVE, aviones…- también se nota el efecto móvil porque la mayoría de los usuarios se engancha al celular, como dicen los argentinos, o al telefonino, según los italianos, y se olvidan del resto que puede dormir o leer con tranquilidad.

El café de media mañana

El café de media mañana es un rito, como dirían los poetas, que se pierde en la noche de los tiempos. Desde que tengo uso de razón, lo del café a mitad de la mañana es una costumbre, un vicio, una norma de obligado cumplimiento, una imperiosa necesidad que alcanza a toda la sociedad española. En los convenios colectivos figura la media horita para el café, y si no se consigna en el documento firmado por patronal y trabajadores, se da por descontado este derecho.

No sé si en Lituania o Seattle existe una costumbre similar o parecida a la española. En la redacción de un periódico alemán que visité cuando fui invitado por el gobierno de la República Federal que tenía su sede en Bonn para informar del ignominioso Muro de Berlín que dividía la capital en dos partes, descubrí que mis colegas alemanes la hora del café que impera en España la resolvían sin abandonar el puesto de trabajo, ante las máquinas de escribir (hoy ordenadores), mordisqueando unas brillantes manzanas muy apetitosas pero que no sustituyen a nuestro imprescindible café.

Pero en los tiempos que corren, aunque la hora del café es intocable, lo del café-café (recalco la duplicidad), ha derivado hacia otros consumos. Es la hora del café…, pero un alto porcentaje en lugar de café toma un te, una manzanilla, un poleo menta, un café descafeinado, quizás un poleo despoleizado, un zumo, un vaso de leche… y, para combatir todas las enfermedades e insuficiencias, dos o tres pastillitas de distintos colores. Un alto porcentaje de los cafeteros de media mañana ingiere una píldora de algún medicamento para rebajar el colesterol, mantener la tensión, mejorar la memoria, eliminar el dolor de espalda…

En esto del café, la dosis diaria, según un dicho italiano, es «más de tres y menos de treinta y tres».