Hay quien asegura que ha llegado a aborrecer la profesión que ha amado durante toda su vida. Que solo se sentía valorado por el papeleo que era capaz de rellenar. Por las actas que redactaba o por las programaciones didácticas que preparaba. Ni los conocimientos, ni los valores, ni la capacidad de poder transmitirlos parece que cuentan ahora. Al menos, tanto como antes. Al menos, es lo que piensan muchos docentes, hartos de tanta burocracia, de eso que alguien denominó como el arte de hacer difícil lo que podría ser fácil, a través de lo inútil.

A eso se ven abocados los maestros y profesores. A una carga cada vez más compleja y obligados por la normativa, que hace que más que docentes se sientan administrativos. El catedrático Miguel Ángel Santos Guerra ya avisaba de que esta situación le preocupaba porque, desde su punto de vista, «supone una pérdida de la calidad de la acción educativa, en aras del papeleo». En lugar de dedicar el tiempo a las personas, a la interacción, a la escucha, a la observación, a la intervención educativa, a la reflexión, al debate, a la innovación, se dedica a los papeles, a los ordenadores, a las estadísticas, a los números o a los informes.

Además, según Santos Guerra, tanta burocracia «genera una sensación de aburrimiento, de inoperancia, de hastío y de irritación, en quien tiene que dedicarse a ella de forma coercitiva», debido a que la creciente presencia de ese tipo de tareas no es del gusto del profesorado o, al menos, no están convencidos de su necesidad. «Los docentes, en general, no quieren hacerlas, no se sienten burócratas, sino educadores», asegura el catedrático emérito de Didáctica y Organización Escolar en la Universidad de Málaga.

Como ya se hizo eco La Opinión de Málaga, los profesores se quejan de que la burocracia lastra su labor educativa. Y que a veces tanto papeleo se hace interminable. Esta labor se ha sobredimiensionado desde hace tres años aproximadamente, cuando empezó a entrar en vigor la LOMCE. La conocida Ley Wert incidía mucho en los informes de docencia. «Le sumas los informes iniciales, los de evaluación y los finales y es una auténtica burrada», admite José Luis González Vera, director del IES Mare Nostrum, de la capital.

Las quejas de los profesores se centran, fundamentalmente, en estas evaluaciones, ya que tienen que rellenar más de 50 items por cada alumno. «Un profesor de música o de educación física, que tienen dos horas de docencia por grupos, tiene que dar clase a nueve grupos para completar sus 18 horas semanales. Si cada grupo tiene 30 alumnos, solo hay que multiplicar para hacernos una idea de la cantidad de indicadores a las que los docentes tienen que dar respuesta», añade González Vera.

¿De qué se encargan los profesores? ¿Qué tareas consideran que exceden su papel como educadores? Además de tener que llevar a cabo estas infinitas evaluaciones iniciales, trimestrales y finales y subir estas actas a Séneca (el programa de gestión de la Consejería de Educación), tienen que encargarse también de la recogida de datos personales de alumnos, del control y la justificación de las faltas de asistencia, de los partes disciplinarios y formar parte, con la dirección, de las tomas de decisión respecto a las posibles sanciones. Del mismo modo, recogen información de sus alumnos, que comparten con el resto de profesores, para atender a los padres en las tutorías, reuniones con las familias de las que tienen que recoger acta. Dan de alta o introducen adaptaciones curriculares, se reúnen con los departamentos de orientación educativa, redactan memorias y un informe individualizado de cada alumno al final de curso.

Además, asumen todo lo relativo a los refuerzos al alumnado con necesidades educativas especiales. Redactan los proyectos o programas europeos a los que el colegio o el instituto aspira, así como los planes de centro... Más el trabajo propio de elaborar las programaciones didácticas y los materiales... Y, la mayoría de los días, no tienen tiempo suficiente y se tienen que llevar trabajo a casa.

Por ello, la mayoría sostiene que «se desvirtúa el proceso educativo». «Ya no somos maestros sino evaluadores. Se reduce el tiempo para atender al alumno ya que tenemos que estar evaluando uno por uno», dicen.

En algunos momentos del curso, estas tareas se multiplican. Una profesora de instituto se queja amargamente, entre otras cosas, de que el Plan de Gratuidad de Libros de Texto de la Junta recae sobre las espaldas de los profesores también. «A la hora de la recogida de libros también somos nosotros los que tenemos que hacerlo para todo el instituto, y cuando empieza el curso, también los tenemos que repartir. Somos los encargados de custodiarlos durante el verano, por eso todos los años los tenemos que recoger en junio, revisar y al año siguiente entregar», explica.

En su centro, por ejemplo, en el que la población académica supera el millar de personas, no hay ningún administrativo. «Uno se jubiló y el otro está de baja», critica. Es una situación generalizada. En la mayoría de los centros educativos andaluces falta personal de administración y servicios. No hay suficientes monitores. Y eso que trabajo no falta. En su lugar, los docentes se están encargando de estas tareas.