­Jóvenes de clase media-alta que se inician a los 15 años de la mano de otros grafiteros, algunos a los que se les ha pasado el arroz rozando la treintena. De buenas familias. La mayoría estudiantes, consumidores habituales de hachís y obsesionados con el hip hop, género musical muy vinculado al grafiti. Niños bien que sueñan con ser tatuadores o raperos malotes y que despiertos dedican su tiempo y dinero a buscar y machacar, una y otra vez, las superficies más visibles de la ciudad con unos seudónimos, estilos y propósitos que nada tienen que ver con el arte o una reivindicación social, sino con la exaltación de su yo. Narcisos con mayúsculas. TOMATE, AKIOR, YOKAT, TOUS, KOOF, FIKUS, THC, HERS, FORCE, EBOLA, ARMA, FOKEN... Los más activos han llegado a usar varios tags al mismo tiempo -algunos apenas se molestan en cambiar el orden de las letras-, pero los investigadores los calan tirando de grafística, olfato y mucha iniciativa propia, ya que en Málaga no hay una unidad específica para un fenómeno imparable si no se toman medidas a tiempo. «Hay muchos estilos, pero el más utilizado es la letra pompa por tener el trazo más rápido», indica Juan, oficial de la Policía Local de Málaga y uno de los tres agentes que se han convertido en el azote de los grafiteros vandálicos más activos de la ciudad. Él y su compañero Miguel se encargan de un exhaustivo trabajo de campo que completan con Alberto, el policía nacional que da color a los atestados con los que han completado una campaña antigrafitis sin precedentes en Málaga que no ha pasado desapercibida para otros agentes del país. En lo que va de año han realizado diez operaciones que suman 16 detenciones y el esclarecimiento de siete delitos contra el patrimonio. Otras dos investigaciones están en marcha.

Diez euros en botes de pintura y apenas tres minutos le bastan a un grafitero para arruinar una superficie pública o privada de la ciudad sin importarle el alcance de los daños, a veces incalculables, ni el lugar. Lo normal es que el grafitero actúe en su zona de confort, en su barrio o distrito, donde conoce cada pared y todas las vías de escape posibles. La Carretera de Cádiz, sobre todo el barrio de Nuevo San Andrés, puede considerarse la cuna de este fenómeno en la capital, pero tarde o temprano la búsqueda de adrenalina y de reconocimiento les lleva a nuevos y mayores retos. El muro del Cementerio Inglés; las fachadas de las iglesias San Felipe Neri o Santiago; la histórica torre vigía de La Araña o la de la antigua central térmica de la Misericordia (considerada Bien de Interés Cultural); muros privados, persianas de comercios o vagones del tren de alta velocidad en Sevilla son algunos de los lienzos elegidos por los vándalos para dejar sus rúbricas con pinturas chillonas. La única superficie que suelen respetar es la que ya ha pintado otro. «No suelen pisarse porque si lo hacen surgen problemas entre ellos. Incluso se los dedican unos a otros o a sus novias», apunta Miguel.

Para gustos, los colores. Y para delitos, el código penal. «No saben a lo que se enfrentan. Si la pintada supone un deslucimiento de una propiedad y el dueño consigue devolverla a su estado original, la ley sólo exigirá el coste de la reparación. Pero los daños son otra cosa, van por la vía penal», advierte Alberto antes de añadir que el tipo agravado supone penas de uno a tres años de prisión. Y si se demuestra la pertenencia a grupo criminal, las condenas van desde los tres hasta los seis años de cárcel. «Es que raramente actúan solos. Entrenan, van en grupo y se organizan. Uno pinta, otro vigila y un tercero graba para después difundirlo», abunda Miguel. Esta última acción es la que más placer les da. Juan añade que estos chicos son «adictos al elogio» que sus seguidores les brindan a través de las redes sociales, sobre todo en Instagram: «Cada vez quieren más difusión a través de escenarios más llamativos. Un tren es lo máximo para ellos porque sus obras están en continuo movimiento y llegan más lejos». No obstante, las últimas investigaciones han detectado pintadas de grafiteros malagueños en trenes de Ámsterdam y Róterdam, o en el muro de acceso a una playa de Portugal.

El oficial está convencido de que la mejor forma de combatir a estos vándalos, lo que más daño les hace, es borrar las pintadas en el mismo momento en que son detectadas. «El grafiti llama al grafiti. Si los vándalos comprueban que su obra persiste en un punto, volverán», insiste Juan. Los tres agentes coinciden en que la coordinación policial es importante y mejorable, incluso a nivel nacional e internacional, pero también lo es que el ciudadano denuncie los hechos y que la administración actúe con rapidez y contundencia. Por ello proponen un plan de acción en la ciudad, un grupo de trabajo multidisciplinar que incluya a los vecinos, a las áreas de Cultura y Medio Ambiente y a la Fiscalía.