"El señor de la droga". Así se conocía a Robert Dawes, el mayor narcotraficante del Reino Unido y recientemente condenado en Francia a 22 años de cárcel. Todo gracias a un micrófono que la Guardia Civil instaló en una cafetería de un hotel madrileño para culminar casi diez años de investigación.

Dawes era el líder de la organización de narcotraficantes más importante de Europa. La Guardia Civil le pisaba los talones desde 2007, como también le seguían los pasos otras policías como responsable de la entrada de cocaína a países de la UE procedente de Sudamérica y de heroína desde Turquía y Afganistán al Reino Unido.

Fue en 2015 cuando los agentes del equipo de Huidos de la Justicia de la Unidad Central Operativa (UCO) le arrestaron en la Costa del Sol, donde se había instalado, pero Dawes ha vuelto recientemente a los titulares de medios franceses y británicos al ser condenado por un tribunal galo a 22 años de cárcel, una alta pena para lo que es habitual en este tipo de delitos.

Al "señor de la droga" se le ha juzgado es el envío en 2013 de 1.332 kilos de cocaína en 32 maletas en un vuelo procedente de Venezuela y que aterrizó en el aeropuerto francés de Charles de Gaulle, donde fue interceptado el alijo.

Como recuerdan a Efe fuentes de la UCO, las maletas viajaba en la bodega del avión y habían sido facturadas a nombre de otros tantos pasajeros de ese vuelo, sin que estos lo supieran.

Tanto en el juicio, como después en los medios de comunicación, se ha destacado el papel clave de la Guardia Civil -que un año después también arrestó Emiel B., el lugarteniente de Dawes- para que el narco capaz de cruzar el túnel del Canal de la Mancha con coches cargados de droga haya acabado entre rejas.

No fue fácil conseguir las pruebas para su detención en la Costa del Sol, donde se había instalado. Investigadores de la UCO cuentan a Efe que Dawes utilizaba una BlackBerry con PGP, es decir, un teléfono móvil con un sofisticado sistema de encriptación que puede llegar a costar 6.000 euros.

Y Dawes solo hablaba con quien tuviera un teléfono igual. Por eso, y aunque se "pinchaban" sus conversaciones, era imposible transcribirlas y, por tanto, presentarle algo contundente al juez.

Más de cien teléfonos y PGP de este tipo encontraron los agentes en una tienda de colchones que la red usaba como tapadera.

Robert Dawes, de 46 años, llevaba años metiendo droga en Europa, pero era consciente de la presión policial -la Guardia Civil ya había detenido a varios de sus hombres- y se trasladó a Dubai, desde donde dirigía su actividad delictiva.

España emitió una orden internacional de detención y extradición y en mayo de 2018 fue entregado a nuestro país e ingresó en prisión.

Sin embargo, un juez le dejó después en libertad porque quien había declarado contra él recibió una paliza en la cárcel y ya no quiso "cantar". Lo peor, recuerdan los investigadores, es que en el juzgado le entregaron los ordenadores que le incautaron, sin que diera tiempo a analizar la información que contenían.

De este modo, Dawes siguió introduciendo droga. Muchos cargamentos llegaban a través de las empresas de importación y exportación que había creado con apariencia legal pero que les servía para introducir contenedores con droga que no eran detectados por las unidades de análisis y riesgos.

Para despistar, la organización importaba productos sin clientes concretos y los almacenaba sin darles salida. Otras veces, como descubrieron los agentes, la mercancía -por ejemplo, plátanos- se vendía a precios excesivamente bajos, aunque la red prohibía al cliente que fuera a por ella.

Aunque la Guardia Civil proseguía las investigaciones, no conseguía pruebas suficientes para presentar al juez, así que decidió poner micrófonos en tres cafeterías de otros tantos hoteles de Madrid donde Dawes se citaba con los narcos sudamericanos.

Eran estancias muy cortas. Dawes se desplazaba desde la provincia de Málaga a la capital y se volvía en el mismo día.

Finalmente, en una de las conversaciones grabadas "el señor de la droga" ofreció todo lujo de detalles a su interlocutor de cómo actuaba y le reconoció que el alijo del aeropuerto de Charles de Gaulle "era suyo".

Una conversación "brutal", en palabras de los investigadores, que se pudo poner sobre la mesa del juez para poner fin, junto con la Policía Judicial Francesa y la Agencia Británica contra el Crimen, a la larga "carrera" delictiva de Dawes.