El pasado 26 de diciembre fallecía en Málaga Jorge García de Herrera. Nacido en la capital malagueña en 1933, accedió a la Academia General Militar, el centro de enseñanza superior del Ejército de Tierra, donde protagonizó un hecho que le marcaría para el resto de su vida.

Allí, durante unas maniobras, no dudó en jugarse la vida por los demás y como consecuencia de un acto heroico (en cuyo honor se levanta hoy un Monumento en dicha Academia), ingresó en el Cuerpo de Mutilados, en el cual desarrolló su carrera militar hasta alcanzar el grado de Coronel de Infantería.

Tras esta circunstancia, lejos de conformarse ante la adversidad, le plantó cara al destino y se decidió a estudiar la carrera de Letras, inspirado por la experiencia de tantos militares literatos como Miguel de Cervantes, Jorge Manrique o Garcilaso de la Vega.

Fruto de su empeño y de su afán de superación, aprobó las oposiciones a catedrático de Historia y accedió a dar clases en el Colegio de los Jesuitas de Málaga, San Estanislao de Kostka (colegio de El Palo), en el que cultivó la educación de cientos de malagueños en los muchos años en que fue su maestro, mucho más que su profesor.

Los testimonios de sus alumnos con ocasión de su fallecimiento han sido múltiples y en algunos casos sobrecogedores por la influencia tan positiva y determinante en sus vidas, llevado por el sentido positivo de la vida que inculcó a cuantos le conocieron.

«No he tenido otro maestro como él. Le estaré siempre agradecido; era tal la pasión con la que declamaba los versos de los poemas que nos leía en clase que nos hizo amar la literatura. Nos ha marcado para siempre, igual a mí que a muchos de mis compañeros», recordaba uno de sus antiguos alumnos el día de su despedida en Parcemasa.

Lector ávido e incansable, la biblioteca de su casa alberga miles de libros, de todo tipo, de todas las épocas, todos leídos.

Conferenciante, poeta, escritor, investigador, hermano de la Cofradía de la Esperanza y de la Congregación de Mena, cuyo Cristo portó sobre sus hombros durante muchos años, era un viajero incansable tanto por España, de la que estaba enamorado, como por todo el mundo.

Pero si algo amaba más que a su país era a su mujer, Josefina Fernández Verni, de la que siempre estuvo enormemente enamorado y con la que formó una sola persona y una gran familia, de la que nacieron cuatro hijos: Patricia, Jorge, Paula y Eugenio, y con los que ganó otros cuatro: Antonio, Montse, Antonio y Ruth, que les dieron diez nietos que llevarán siempre en el corazón el recuerdo de su abuelo: Victoria, Víctor, Marina, Eugenia, Jorge, Ruth, Fernando, Julia, Nazaret y Eugenio.

Marido devoto, padre ejemplar y abuelo maravilloso deja una imborrable huella de rectitud, bondad, honestidad y lealtad dejando un enorme amor en todos cuantos le conocieron.

La huella de una existencia plena vivida ante todo con honor, como así quisieron despedirle sus innumerables amigos y compañeros de armas quienes, antes de dejarle emprender su último viaje, con la voz entrecortada por la emoción, entonaron el himno de Infantería y La Muerte no es el final -el himno con el que se honra a los caídos de las Fuerzas Armadas Españolas- en memoria de un hombre bueno, de un hombre recto, de un hombre de honor.

El funeral por el eterno descanso de su alma se oficiará en la parroquia de Santo Domingo (sede canónica de la Congregación de Mena), el próximo 2 de enero, a las 19.00 horas.